Mientras pasa unos días en España junto a su mujer, la escritora mexicana Jazmina Barrera, y su hijo Silvestre –“hoy están en el museo Picasso, se lo están pasando bárbaro”–, Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) ha participado en el festival En Altres Paraules, en CaixaForum Barcelona, y ahora nos presenta su último libro, Literatura infantil (Anagrama).

“Contigo en brazos, por primera vez aíslo, en la pared, la sombra que formamos juntos. Tienes veinte minutos de vida. Tu madre, Jimena, cierra los párpados, pero no quiere dormir”. Así comienza esta suerte de apasionada “Carta al hijo”, repleta de mucha literatura y, sí, también mucha pandemia.

Confiesa, eso sí, que nunca lee las entrevistas que hace porque “me da mucha vergüenza lo que termino diciendo”. Mientras habla, el autor de novelas como Poeta chileno, Tema libre y Bonsái mueve las manos sin cesar, gesticula y sonríe, mientras habla del libro y de su hijo Silvestre.

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Pregunta. ¿En qué sentido toda la literatura es infantil, como afirma en esta obra?

Respuesta. Bueno, esa frase es un juego, ja, ja. En realidad, el título del libro se eligió solo, porque en Chile la palabra “infantil” se usa muchísimo como un insulto, no grave, pero sí contundente; por ejemplo, se habla de un error infantil. Justo del rechazo a esta expresión nació su esplendor en mi cabeza. Empecé a pensar en muchísimos autores que me interesan y que vinculan literatura e infancia, como Bruno Schulz, que deconstruye la idea de madurez que está en la base de la literatura; y en Gianni Rodari y en su gramática de la fantasía.

Ahí recordé que la vanguardia defendió mucho este vínculo entre el arte y la infancia, y hacer una historia con eso me pareció fascinante, porque no tienes que haber estudiado las vanguardias artísticas del siglo XX para divertirte con eso. Por más que los chilenos despotriquemos contra Neruda, lo clásico incluye la vanguardia.

P. ¿Qué fue más decisivo para esta obra, el nacimiento de Silvestre, la pandemia, el vivirla lejos de Chile, en México?

R. Bueno, hubo cosas de la paternidad que fueron como suponía que iban a ser y otras completamente inesperadas… Yo pensaba que iba a disfrutar mucho del espacio del juego pero nunca sospeché que iba a volver a experimentar el juego como una liberación. Yo estaba muy angustiado por la pandemia y muy angustiado de la angustia chilena, porque allí vino inmediatamente después de una liberación.

“Durante la pandemia mi hijo tenía dos años. A veces se levantaba con 30 palabras y se acostaba con 70”

Todo el mundo estaba en la calle, seguro de que se iba a construir un nuevo Chile, y de pronto la pandemia lo cambió todo. La gran mayoría de mis amigos estaba allá, y ver cómo todo se venía abajo fue muy angustioso. Por otra parte, nuestro hijo tenía dos años y lo que más necesitaba era estar con sus papás. Estaba aprendiendo a hablar, y hacía chocar las palabras. Había días que al despertar sabía treinta palabras y al acostarse eran setenta.

P. ¿Y tiene ya claro si Literatura infantil es un ensayo, un conjunto de cuentos, un diario, una mezcla de géneros, un ejercicio de autoficción?

R. Bueno, no lo tengo claro ni me importa, pero creo que tampoco es una pregunta tan inquietante porque el libro se interna en un espacio en el que la literatura, la infancia y la paternidad dialogan. Lo que sí creo que es importante es cómo se generó el libro, que fue a partir del texto inaugural, que es el que lo marca porque de alguna manera contiene a los demás. Yo estaba interesado en compartir esa decepción del niño que es amamantado delante de otro ser humano que no puede amamantarlo, y quería que la sobrellevara, y entonces, muy chiquito, lo llevaba conmigo a pasear, a comprar, siempre en eso que llaman canguro. Lo llevaba pegado a mi todo el tiempo posible.

También tuve una suerte de narcolepsia voluntaria que rimaba muy bien con esos primeros meses en los que pasé mucho tiempo en la mecedora con él, y entre medias escribía, tomaba notas, hasta vivir en una semiviligia en la que surgieron muchas ideas, imágenes relacionadas con la crianza y con este pensamiento medio exagerado acerca del futuro, y comenzaron a aparecer en mi cabeza cosas de mi infancia, era una escritura que no podía tener fin.

Iba desde ese tipo de notas tipo diario a ficción, poesía, notas sobre el futuro... Habré acabado escribiendo unas seiscientas páginas. Al final tenía varios libros. ¡Menos mal que mi editor, Andrés Braithwaite, me ayudó a seleccionar, no lo que era bueno o malo, sino el libro que estaba ahí!

"Mis padres me cuidaron mucho y luego, quizá, no me cuidaron tanto, no me entendieron"

P. ¿Qué ve cuando se mira a través de los ojos de su hijo?

R. No sé. Yo estoy muy contento de nuestra relación. Es muy difícil no babosear al hablar de él, porque es muy divertido. Mis padres me cuidaron mucho y luego, quizá, no me cuidaron tanto, no me entendieron, lo que hizo que naciera en mí la rebeldía, pero necesitaba olvidar las peleas, los desencuentros con mi padre, con la autoridad. Hace años recuperamos la capacidad de hablar, aunque en realidad nunca dejamos de hacerlo del todo.

¿Sabes? Hasta hace poco la pregunta literaria básica para mí era la de cómo irse de casa sin abandonar a nadie, pero ahora esa pregunta se ha transformado en cómo irte de tu país sin abandonar a nadie y es una pregunta que contiene mucha angustia pero es muy interesante, porque puede generar mucha literatura.

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P. ¿Entonces, Silvestre le ha ayudado a comprender al fin a su propio padre?

R. Bueno, eran momentos muy distintos, vivíamos bajo una dictadura y mi padre pasaba fuera mucho tiempo trabajando, y en mi casa estaba muy claro que su regreso implicaba orden y silencio, que había que comportarse de otra manera. La existencia a través del conflicto era una constante y aparecía como una tematización de lo masculino, porque hasta ese momento éramos niños de mamá, y mi papá, cuando estaba, lo ocupaba todo. Pero debo reconocer que nos parecemos mucho. Y que yo nunca he dudado de que me quería, aunque discrepemos de su forma de demostrarlo. Yo también amo a mi hijo, pero el amor nunca es único.

P. Así que de alguna manera compartían la certeza de que “ser padre consiste en dejarse ganar hasta el día en que la derrota sea verdadera”?

R. Claro, claro, aunque yo creo que él en los juegos se dejaba ganar menos que yo, le costaba dejarse meter goles.

“Para nosotros, admitir que de niños vivimos momentos felices suponía el triunfo del totalitarismo”

P. Están cambiando los padres pero también las madres. Ahora hay muchas mujeres que se reivindican como “malas madres”, algo impensable en generaciones anteriores.

R. Claro, hay quien dice que hay muchos libros sobre la maternidad y no, no los hay, pero en rigor cometemos el error de generalizar. Creo que la maternidad y la paternidad han sido vividas demasiado a menudo como un deber, pero no es mi caso. Yo llegué tarde a ella y la busqué, así que no puedo ponerme en la piel de alguien que no quiere ser padre o madre, porque nunca estuve ahí, desde chico nunca me sentí como alguien que no fuera a tener hijos. La paternidad era una experiencia que quería tener alguna vez, a la vez que estaba muy bien dilatarla hasta que llegara el momento preciso de sentirme un padrazo.

P. Combina en el libro la gravedad de algunos temas (la pobreza, el racismo, la violencia) con un humor desaforado, como cuando recuerda el romance con una mujer que odiaba el fútbol… ¿En eso también se parece a su padre?

R. Claro, el protagonista tiene que inventarse durante dos años que no le gusta el fútbol, esconder la camiseta de su equipo [Zambra es un fanático de Colo-Colo], aunque mi chiste favorito es cuando él le pregunta a su novia si los partidos son de nueve contra nueve y que cuánto dura una función, ja, ja. Me interesa mucho el humor.

Recuerda que crecí en una dictadura y que para nosotros era difícil admitir que habíamos reído y habíamos vivido momentos felices y hermosos en nuestra infancia, porque eso significaba el triunfo total del autoritarismo. Aunque las víctimas verdaderas fueron nuestros padres. Pero no podíamos hablar de nuestra infancia porque estaba invalidada como experiencia.

“Soy muy enemigo de lo pomposo, de lo falso”

P. ¿Qué cree que pensará Silvestre cuando se descubra convertido en protagonista de este libro?

R. Buena pregunta. Igual para el lector chileno hay un modelo implícito, el Monólogo del padre con su hijo de meses, de Enrique Lynch, que es trágico, lírico, tierno. Me gusta el padre que le habla a su bebé con su propio lenguaje, con sus limitaciones, que intenta construir un lenguaje y no empequeñecerlo. Soy muy enemigo de lo pomposo, de lo falso.

Me gustaría que lo pasara bien, pero creo que todas estas historias se las voy a contar antes, porque él es muy receptivo a los relatos. Lo que quisiera es que viera que hay belleza en el hecho de compartir historias con otras personas y que se ría también, eso es lo más importante. Y ojalá yo esté ahí para reírme con él.

P. ¿Su hijo ha visto ya el libro?

R. Sí, y está muy contento con la portada de Liniers, le gusta mucho. En un momento quiso hacer él la portada y claro, pinta unos dibujos que podrían funcionar, pero cuando le dije que era Liniers, me dio permiso porque “dibuja mejor que yo”.