Leída en 2022, uno puede hacerse un mapa aproximado de las razones por las que Concha Alós (1926 -2011) y su obra quedaron arrinconadas en el mapa de la novela española que se manejó hasta hace una década. Spoiler: eran razones equivocadas. Intuyo que sus temas y la crudeza que les aplica debieron sonar a algunos como tremendismo rezagado, aunque de eso tengan más bien poco; que su enorme talento para la narrativa visual y los diálogos (que pasan sin reparos ni fisuras de naturalistas a teatrales) se confundirían con la entonces poco prestigiosa “novela-como-un-guion-de-cine”, cuando en realidad exhibe una eficacia sintética digna de Hemingway o Chandler; que la depuración con que aplica mecanismos narrativos sofisticados se interpretó como excesiva “legibilidad comercial”… Y, sobrevolándolas a todas, que la época reservaba muy poquita cuota de Prestigio Oficial a mujeres.

El caballo rojo



Concha Alós

La Navaja Suiza, 2022 226 páginas. 16,90 

Sin embargo, últimamente he llegado a Alós por diferentes razones (que incluyen sus conexiones con la isla en la que vivo, cierta influencia sobre otras voces, o las ganas de completar mi idea de aquellos años), para encontrarme con una novelista impecable que a lo largo de los años 60 alineó todas las herramientas disponibles en el oficio, dirigiéndolas con coherencia mediante una mirada dura, cuya oscuridad no me extraña que la llevara a generar incomodidad y, tiempo después, a bordear el territorio del fantástico.

En todo caso, las cartas sobre la mesa: de momento, y aprovechando que mis pesquisas han coincidido con el rescate editorial de Alós por parte de Librerantes (Las hogueras) primero, y de La Navaja Suiza (con Rey de gatos, después Los enanos, y ahora El caballo rojo), he leído solo tres de sus libros. En Los enanos (1962) logra un cruce magistral entre La colmena y Nada, solo que enfocando la Barcelona de los 50 y regalándonos un arranque como hay pocos; Las hogueras (1964) es un drama en parte introspectivo y en parte sociológico, material de primera para una Gran Película Europea; por fin, El caballo rojo (1966) completa un ciclo narrativo virtuoso.

Basándose en recuerdos autobiográficos que explican a las claras su origen familiar, Alós cuenta las historias de unos personajes que viven (con mayor o menor convicción) en el lado republicano, durante su refugio en el pueblo de Lorca en el último año de la Guerra Civil.

La incertidumbre que trae aparejada el conflicto, junto al hambre, el miedo o la miseria de los objetos y materiales resquebrajándose alrededor, funcionan además como amplificadores de las frustraciones de cada uno de ellos: hay quienes perdieron la oportunidad de una carrera universitaria, un hijo, un amante, una utopía colectiva en la que creyeron… Siguiendo a sus personajes a través del reducido espacio de Lorca, con el bar que lleva el mismo nombre que la novela a modo de escenario central, Alós reproduce situaciones de injusticia, tedio o mezquindad que (re)conocemos y que forman parte de nuestra idea básica de la atmósfera del período.

Lo que ocurre es que aquí se leen tan verdaderas, personales y reveladoras (¡y universales!) como esperamos de una buena novela, y ello se debe a que Alós tenía mirada propia, pero también una profesionalidad ejemplar en su oficio. No hay ni una pieza desubicada en El caballo rojo.

56 años después de su publicación, ahora que no necesitamos encajonar a su autora en algún frente activo de la batalla literaria, su lectura se disfruta con una mezcla exacta de desasosiego vigente y placer ante un clásico. Porque, durante la segunda mitad del siglo XX, “leer una novela” significó algo muy parecido a leer El caballo rojo; y en 2022, el empeño de Alós por mantener los ojos bien abiertos frente a la herida se parece mucho a lo que buscamos los lectores.

¿Quién fue Concha Alós?

Nacida en Valencia en 1926, en una familia obrera republicana, durante la guerra Concha Alós se trasladó con su familia a Lorca (Murcia). En 1962 se dio a conocer con la novela Los enanos, con la que obtuvo el premio Planeta, pero tuvo que renunciar por un problema de derechos de autor, aunque en 1963 volvió a obtenerlo con Las hogueras. Enferma de alzheimer desde los años 90, murió en Barcelona en 2011.