David Lagercrantz. Traducción de Martín Lexell et alts. Destino. Barcelona, 2019. 592 pp. 22,50 €. Ebook: 9,49 €

Cuando el escritor y periodista sueco Stieg Larsson (1954-2004) saltó a la fama con la exitosa trilogía Millennium –Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire– algunos quisieron ver que renovaba el género negro con un estilo de narración ágil adscrita a la crónica periodística, con sus dosis de denuncia social y política y tramas pegadas a la actualidad en las que hablaba de trata de personas, violencia contra la mujer, corrupción… pero en realidad, estos ya eran elementos presentes en el género negro-criminal desarrollados con espléndido vigor. Larsson seguía la tradición de la novela policíaca clásica, pero consiguió crear dos personajes carismáticos, fuertes, que tal vez bordeaban el género: Lisbeth Salander y Mikael Blowkvist.

Estos dos personajes salen de tiempos confusos post 11-S que ponen el acento en los miedos, angustias e injusticias contemporáneas en los que el género policial plasma una mirada crítica y quizá representa lo vulnerable de un estado de ánimo maligno que afecta a la sociedad. Blowkvist, ese periodista de la revista Millennium que excava donde sea necesario en pos de la verdad, tiene referentes, y el personaje de Salander, una subversiva hacker que fue maltratada, es bisexual, tiene memoria fotográfica y se enfrenta a violadores, asesinos y a un Estado que le negó los derechos, resultan lo más innovador de una eficaz trilogía que constató que la fuerza de estos protagonistas permitía que otros los modelasen y desarrollasen a través de historias que ponen en solfa el fracaso moral del mundo contemporáneo.

Personajes más allá del autor con los que otros escritores pueden crear nuevas ficciones. Algo habitual en la historieta y también cada vez más frecuente en la literatura. Algo beneficioso si se hace con ambición y sin seguir a rajatabla la estela del original. El encargado de desarrollar las aventuras de Salander y Blowkvist fue David Lagercrantz (1962), otro sueco, capaz de escribir libros de éxito, ya se trate de una biografía del futbolista Ibrahimovic o de un policiaco sobre el matemático Alan Turing. De ahí que Lagercrantz pusiera el acento en los personajes, que permeara más su psicología y tendiese al thriller. La mixtura de análisis e investigación entre la deducción y la intuición para la denuncia del mundo de hoy de Larsson está pero de otra manera, reflejo de ciertos noirs recientes por momentos neurasténicos.

La novela presenta una cuidada factura y su lectura resulta ágil, aunque algunas tramas sean poco originales

La tercera entrega de Lagercrantz, tras Lo que no te mata te hace más fuerte y El hombre que perseguía su sombra, arranca con un mendigo muerto en cuyo bolsillo encuentran el número de teléfono de Mikael Blowkvist. Al mendigo le faltan varios dedos, presenta la cara desfigurada y se identifica con un sherpa nepalés. El periodista acudirá a la hacker, pero no la encontrará en su casa y Blowkvist pronto accionará una trama oscura relacionada con el ministro de Defensa. De nuevo el foco se coloca en el desánimo del disfuncional sistema político actual. Narrada en dos tiempos con protagonismo de Blowkvist frente a Salander –mucho más interesante ésta que él–, el cierre de esta trilogía parece mantener un conflicto hostil entre sus formas, esto es, un modelo de thriller rápido en el que predomina la trama frente a los personajes; diálogos que en ocasiones rompen el ritmo de la historia; una acción que tiende a serpentear no siempre con tino; y algunos artificios con el único fin de sorprender, pero que no resultan orgánicos con lo narrado. Esto no quiere decir que la novela no presente una cuidada factura y su lectura resulte ágil, sin embargo no evita esa sensación descompensada que se traduce en que no haya una reelaboración del género al margen de la cita o la identificación. Y es que la trama secundaria de la hermana gemela de Lisbeth, Camilla, resulta poco original; el desequilibrio entre los protagonistas tampoco favorece la ponderación estructural de la historia y la visión de un mundo inquietante y angustioso que quizá se refleja mejor que ninguna otra imagen en una escena en apariencia intranscendente en la que Lisbeth, en Moscú, observa al cabizbajo y triste Mikael desde la pantalla de su ordenador.