"Por estar su poesía (la más machadiana de la generación del medio siglo) entre la desolación y la clarividencia, la lucidez y el dolor, susurrando (más que diciendo) palabras situadas entre la conciencia y la memoria". Estos eran los argumentos que esgrimía el jurado para reconocer el año pasado a Francisca Aguirre con el Nacional de las Letras. Un merecido corolario a varias décadas de afán literario y el último reconocimiento que recibió la poeta, que ha fallecido este fin de semana en su casa de Madrid a los 88 años.

Hija del pintor Lorenzo Aguirre, ajusticiado por el régimen franquista y a quien le dedicó el poemario Los trescientos escalones y viuda del también poeta Félix Grande, que falleció en 2014, Francisca Aguirre (Alicante, 1930) publicó su primer poemario, premio de poesía Leopoldo Panero, bajo el título de Ítaca a una edad algo tardía, con 42 años. "Tardé mucho en conformarme con lo que escribía -declaró en una entrevista concedida a El Cultural en noviembre de 2011- porque siempre me parecía que adolecía de alguna falta".

"Una vida cabe en unas pocas líneas, para el que sepa leerlas, y un torpe y cruel periodo de la historia de España, y la razón de una injusticia literaria. Francisca Aguirre se esconde en su primer libro tras la figura de Penélope y se presenta al lector como casada con un poeta -excelente poeta- bien conocido: ella misma dio así el pretexto para la escasa atención, poco más que la que exige la cortesía, que le han dedicado críticos y lectores", escribía José Luis García Martín hablando de este primer poemario de 1972, año en el que Aguirre comenzó a ser secretaria en el Instituto de Cultura Hispánica del poeta y ensayista Luis Rosales.

Desde entonces, y con la excepción de la década de los 80, la autora ha ido publicando su obra de manera ininterrumpida. "Después de Ítaca, libro que es la mujer y su circunstancia, me convencí de que tenía que salir de esa puñetera isla. Con Los trescientos escalones me atreví a tocar por primera vez la infancia. Y luego he ido echando mano de lo vivido y lo soñado", aseguraba en la citada entrevista. Entre sus libros están Ensayo General (Premio Esquío 1995), Pavana del desasosiego (Premio María Isabel Fernández Simal 1998), Ensayo General. Poesía completa 1966-2000, un tomo con todos los libros de poemas escritos hasta el 2000 que obtiene en el año 2001 el Premio de la Crítica Valenciana al conjunto de una obra o Nanas para dormir desperdicios (Premio Valencia 2007). Además, Aguirre fue también autora del libro de relatos como Que planche Rosa Luxemburgo por el que consiguió el Premio Galiana en 1994 o del libro de recuerdos Espejito, espejito.

"De la misma manera que todo el intimismo de la poesía de Francisca Aguirre remite en su fondo a lo colectivo, la emoción nostálgica de la pérdida y el desengaño que han ido aflorando en sus últimos libros conllevan también una nota de rebeldía vitalista nada fácil que mantiene en tensión sus mejores poemas hasta ahora mismo", opinaba nuestro crítico Francisco Díaz de Castro al hablar de Nanas para dormir desperdicios.

Aguirre obtuvo el premio Nacional de Poesía por Historia de una anatomía en 2011, cuando juzgaba "estupendo pertenecer a esa familia de premios Nacionales que tiene a poetas tan importantes". Este poemario, en el que recuerda sus vivencias, entre ellas, la muerte de su padre, también le valió el Premio Miguel Hernández 2010. "El cuerpo, sus órganos, los sentidos, constituyen el eje vertebrador de los poemas de este libro, pero de un modo que esta 'historia de una anatomía' es también, indirectamente, un autorretrato extenso y, en cuanto que acaba siéndolo sobre todo moral, un ejercicio de etopeya", escribía nuestro colaborador Túa Blesa en su crítica.

"El punto de partida de los textos -el pelo, la sonrisa, el gusto, etc.- da paso a una reflexión sobre la condición humana o una cierta condición humana, la de quien cree en la vida con sus alegrías y sinsabores, en la humanidad, la de quien se conmueve con las penalidades de los otros, la de quien piensa que la escritura no ha de renunciar a una cierta función de denuncia y acaba pidiendo compasión para todos". Un resumen perfecto de esa poesía de conciencia y memoria que practicó Francisca Aguirre.