Cádiz se sale de horma. Por sus puentes que lo unen a Iberia, por su situación espiritual, moral, geográfica. O por donde le dé la ventolera o el volunto. Cádiz está pero no está en España, está pero no está en Andalucía, lejos y cerca de aquellas tierras del toro donde el poeta y ganadero Fernando Villalón quiso sacar morlacos con los ojos verdes. Cádiz ha renacido en las Antillas, se ha soneado en Cuba, y ha vuelto una vez que ha dejado en el malecón habanero recuerdo amargo de sí. Cádiz vive y se vive sobre los puentes, contradiciendo al mito de París.

En Cádiz la ciudad está dividida o unida por las modalidades musicales del carnaval: la comparsa y la chirigota. Hay cuartetos y coros, pero estos dos 'palos' (comparsa y chirigota) que suben al teatro Falla, por febrero, son los que más se salen de horma. Cádiz, en fin, viene saliéndose de horma desde que se juntaron unos liberales a hacerse tirabuzones constitucionalistas: entre que a los doceañistas de 'la Pepa' les caían las bombas felonas del francés.

Pero volvamos a una mañana cualquiera de Cádiz, con sus índices de paro, sus filósofos callejeros sobre los que ya escribió Pemán. En Cádiz el Carnaval, vuelta la democracia, es fiesta mayor. Y en la comparsa es donde se agazapan poetas, filósofos, el romancero de la vida que pasa y hasta la que no pasa. Fue la comparsa una aleación de Francisco José María del Sagrado Corazón de Jesús Alba Medina, Paco Alba, que poetizó aún más si cabe ese ritmo interno de tanguillo de denuncia, de periodismo cantado, que es inherente al Carnaval de Cádiz. Lo avisa el periodista y poeta Juan José Téllez: "como dijo Bartolomé Llompart, el carnaval de Cádiz es periodismo cantado. Pero también es literatura de ida y vuelta. Autores como Juan Carlos Aragón y algunos otros saben escribir tanto en el aire como en el papel".

Filósofo y 'runnero' de amanecida

Y justo aquí es donde nos aparece nuestro perfilado, Juan Carlos Aragón, que le da una vuelta de running a la Tacita poniéndose las pilas, descargando los malos humores del alba y coleccionando amaneceres. Juan Carlos Aragón ha sido profesor de Filosofía con nómina del Cortijo (léase Consejería de Educación de la Junta de Andalucía), ha sido chirigotero con éxito, y vino a batirse el cobre en la modalidad comparsa, que ya hemos dicho que es donde la literatura sube a un escenario, recoge aplausos, carcajadas y lágrimas.

De su faceta como profesor de Filosofía nos cuenta, para este "fuera de horma", que la enseñanza sólo tiene un fin: "el de contrarrestar el adoctrinamiento sistemático". Quizá por ello, confiesa que duda "si merece la pena que (se) termine de partir la poca garganta que (le) queda en una clase de bachillerato". Aunque si el Carnaval es denuncia, también es fedatario de un tiempo y de un país; una fiesta crítica, ácida, pero no biliosa.

Se ha advertido aquí que en Cádiz, ciudad de vieja tradición periodística, el Carnaval es periodismo hablado; pero es que el Carnaval es también escuela de una forma de mirar. En ello nos insiste Juan Carlos Aragón: "El Carnaval tiene más de escuela que la propia escuela. En carnaval los niños aprenden de los mejores. En la escuela... no siempre". Se dice profesor de Ateísmo, pero su producción está trufada de referencias bíblicas, como bien advierte el historiador Jaime Moreno; aunque pensándolo bien, esto de usar referentes de las Sagradas Escrituras era algo que ya hacía Lorca cuando se valía de arcángeles como metáfora de sus represiones. ("Cuando llegan los peregrinos/ y ven que en su tierra santa/ los disfraces están cosidos/ sobre la piel del que canta, / que la voz del chirigotero/ si no es cantando no sale,/ mientras que la de un romancero/ retumba toda la calle").

Aunque todo en Aragón es voluntad de transmitir, de educar. Qué no pagarían fuera de Cádiz por un ratito socrático con él de paseo, parando para dar un trago y pensar y pensarse. Algo de eso aparece en su última novela.

Antifaz y dialéctica

Cierto es que su condición de autor, de gloria local del Carnaval, lo ha sumido a su pesar y a su favor en un incómodo Parnaso. Pero también que desde arriba y desde abajo, desde la gloria que cabe en un teatro y cabe donde llegue Canal Sur (Canal Olé), y hasta desde la soledad del poeta con guitarra puede entenderse mejor el mundo. A Juan Carlos Aragón lo coronan primeros premios carnavaleros, va de suyo, pero en este perfil nos interesa conocer su vocación de hombre que publica, presenta libros, agota poemarios hasta por venta online, y tiene tiempo para ver un partido del Cádiz CF contra el Mirandés. Juan Carlos Aragón Becerra, con más de 40 comparsas y chirigotas en el currículum de los antifaces y las bandurrias, de 'los cajas' y los antifaces, ha venido poniendo en papel impreso su particular universo. En sus ensayos -mayéutico, sistemático, crítico y lírico- ha analizado el fenómeno de la fiesta gaditana en tanto que manifestación intelectual que trasciende la tradición de las carnestolendas. Y es que hay un público que consume literatura carnavalera con apasionamiento intelectual y que Aragón define como su "chusma selecta". Sobre este concepto filosófico, guasón, sociológico y un poco envenenado abunda en su último libro, El pasodoble interminable (El Paseo, 2017), que deviene en un dietario de su última comparsa donde tiene el detalle de cambiarle los nombres a las fuerzas vivas y a las gentes y autores que forman esa familia, no tan bien avenida, de la fiesta mayor gaditana. Y entre escenas policíacas y un desnudarse como autor, Juan Carlos Aragón nos cuenta sus vicios, sus filias y fobias respecto a los wasaps y los tuiteres: un tío del Siglo de Oro que es hiperactivo en RRSS y tiene el ego inherente al genio que no tiene que pedir perdón por ser tal. Pero es que todos los poetas cojean del mismo vicio que tampoco creemos que sea vicio.

En resumen, El pasodoble interminable es el reverso narrado y filosofado de cómo Juan Carlos Aragón crea una comparsa, se inventa el rol (en Cádiz se llama el "tipo" al rol que justifica el disfraz y el escenario de la actuación), e intenta que los que salen a escena y defienden sus composiciones sean más que buenas voces y dulces melismas que milagrosamente no se ven afectados por la cazalla y el humo. Aprender el método Stanislavski cuando muchos no tienen ni el graduado escolar.

JCA no nos duda en defender la verdad última del autor de comparsas, que es el ARTE con mayúsculas: "una comparsa bien concebida es una creación tan literaria o más que otras. Mucho más exigente, por supuesto, pues cuenta con unos corsés que otros géneros no tienen. Situar el carnaval por debajo de la literatura, sistemáticamente, es un prejuicio con un puntito incluso clasista. La literatura es un arte. Todas las comparsas no son obras de arte. De acuerdo. Pero todas las novelas tampoco".

@capitanvenen0 o Comandante Matarratas o Juan Carlos Aragón, pues, se sale diariamente de horma en cuanto que mantiene una dialéctica entre el intelectual y el músico, y entre el artista de masas relativas y el hombre pensante que se sabe con la responsabilidad de encabezar "un Carnaval ilustrado". Porque, cuenta Aragón, "el Carnaval de Cádiz se acostumbró a que los carnavaleros cantaran a cambio de lonchas de queso y medias botellas de vino peleón, a que los autores vendieran en la calle sus coplas impresas por una mísera cantidad, y a que pasaran un calcetín dispuesto en un colador, a modo de cepillo, para que el público presente soltara su voluntad (voluntad que solía ser escasa)".

Hemos citado la faceta ensayística de Juan Carlos Aragón presente en los libros El Carnaval sin apellido y El Carnaval sin nombres, la de la novela/dietario/confesión: El pasodoble interminable, pero nos queda quizá abordar su poesía, en dos tomitos, La risa que me escondes y Los últimos versos del Capitán Veneno. Aunque la poética se da por supuesta, claro, nunca hay que dejar de reseñar que las ediciones se agotaron. Juan Carlos Aragón habita sus contradicciones, las canta y las escribe. Su tragedia es la de si los carnavales de Cádiz deben abrirse al mundo, que ya están abiertos, y si lo hacen de qué manera.

Juan Carlos Aragón, como contamos aquí de Montero Glez, es también un hijo de los vientos del Sur. Un poeta con un duende y una forma de ver, sí, que puede depender de cómo salten el Levante o el Poniente. Y si eso no es salirse de horma, que venga el Dios Momo (el del Carnaval) y lo vea. De entrada, para 2018 anuncia nueva comparsa: Los mafiosos.

@JesusNJurado