Josep Pla frente al "mas" Pla, en Llofriu

En 1956, año de las primeras notas de La vida lenta (Destino), Josep Pla lleva más de una década instalado en la masía familiar de Llofriu. La vida ondoyant del gran escritor ampurdanés atraviesa un periodo de recogimiento. El viejo caserón familiar lo reconforta ("Esta casa me ha salvado la vida", escribe), pero, al mismo tiempo, Pla sufre un desánimo casi crónico que adquiere, a su examen literario, cada noche, la textura de una "profunda depresión". Pla se reparte entre el "mas" Pla, Palafrugell y Barcelona. Salvo los intermitentes viajes periodísticos que hace por encargo de la revista Destino, la rutina es enfermiza: se levanta, casi siempre pasado el mediodía, a veces trabaja después de comer, al atardecer sale a cenar y, a la vuelta, a menudo arrepentido por la cantidad de alcohol ingerida, escribe y lee. Lee de todo y con un apetito voraz. Hay días en los que se queda todo el día en la cama en compañía de clásicos que mejoran espectacularmente su estado de ánimo, lee prensa y revistas extranjeras (The New Yorker, Le Monde), trabaja, hace propósitos de enmienda. Toda esta vida lenta se consigna con prosa notarial, aséptica, ya desde esa primera entrada que inspira el título del libro: "Esta noche, cuando volvía a casa (a las dos) a pie, con una tramontana fortísima en contra, pensaba que, a veces, la vida parece más larga que la eternidad. En la cama (glacial), leo los dos últimos números de Il Borghese, hasta las ocho. Me levanto a las cuatro de la tarde. Hace un día despejado, soleado y lívido -sin viento. ¡Año nuevo, vida nueva! Me paso lo que queda del día en casa, junto al fuego".



Pese a todo, el diario -este diario "sin vuelo literario", tan distinto a El cuaderno gris o a Madrid, 1921. Un dietario- se lee como un complemento perfecto -muy disfrutable- de la obra memorialística del escritor. La razón acaso esté en la capacidad de Pla para entender, en palabras de Xavier Pla, responsable de la edición y del prólogo, "que la vida cotidiana es un nivel de realidad, que la vida de cada día tiene un movimiento interno que hay que saber captar y, en definitiva, que la cotidianidad no es tan transparente ni tan evidente como puede parecer, que en ella palpita algo opaco e inefable". Arcadi Espada, reconocido planiano y autor de un fundamental trabajo sobre el escritor ampurdanés, cree que La vida lenta "es un libro para yonquis de Pla que al mismo tiempo contiene, en medio de esa prosa myrga, fogonazos de gran literatura". "Para quienes seguimos desde jovencitos a Pla, conocemos su vida y estamos familiarizados con sus libros, esta es una obra de indagación maravillosa", afirma el periodista. El mismo Xavier Pla alude en el prólogo a ese "extraño aire de intimidad, de intromisión en la vida personal del escritor" que propician estas notas.



El gran prosista catalán nos hace partícipes de lo que come y bebe, de las horas que duerme o de las visitas que recibe. Y, entre todo, asomando por entre la hojarasca del día a día, surge un extraordinario, y casi oculto, proceso de introspección en torno a temas como la soledad, el amor o la vejez. "Estar solo tantas horas es agradable, fascinador, pero a la larga es inaguantable", escribe en enero de 1956; y otro día: "Día maravilloso. Mal humor las primeras horas de la tarde, cuando me levanto. No me habría levantado, pero tengo que escribir para Destino. Qué vida tan extraña y aburrida. Es un suicidio lento pero asegurado". El periodismo lo siente Pla como una condena: "Lo malo del periodismo es que adocena el espíritu y lo vulgariza todo. Vuelvo encantado a la soledad de la cama"; y se queja de la insoportable censura: "Trabajar pensando en la posibilidad de que la censura lo desmonte todo es una tortura típica del país. En todos los regímenes desde hace cuarenta años, he trabajado con esta limitación. Todavía aguanto. ¡Qué cabronada!".



Lo decía Espada en un artículo reciente: estas notas no revelan ninguno de los grandes secretos planianos, algo que ya ocurría con las notas de 1965-1968, que se publicaron en 1981 y que, según recuerda Xavier Pla, sorprendieron, ya entonces, por su carácter antiliterario. Como en estas, dice Espada, hay poca política, poco o nada acerca de su relación epistolar con Aurora Perea y menos aún acerca del proceso de escritura de El cuaderno gris. A cambio, hay mucha realidad íntima y desnuda, altibajos y obsesiones de cuarto oscuro. Salimos del libro sin saber casi nada de Aurora, a pesar de que Pla la cita -A.- en no pocas ocasiones. "No se conocen los planes de vida que él o ella podían tener o explicarse, ni si era el de Pla un amor no correspondido, ni si se había insinuado la posibilidad de una reconciliación definitiva", dice Xavier Pla. El autor de Viaje en autobús consigna su obsesión por ella con el mismo tono de informe, pero se detiene ahí, y nada que no le ocurra a él -a su estado de ánimo- merece ser puesto por escrito: "Pienso en A. Erotismo"; "Obsesión por A. No sé cómo terminará todo esto"; "Onanismo"; "A. siempre en el pensamiento. Sensualidad de baja estofa".



Las menciones a la dictadura, aunque escasas, son lo bastante explícitas: "El mayor daño que ha hecho Franco es instaurar y fomentar, para mantenerse, la inmoralidad en España", escribe en enero de 1956. O esta otra, de ocho años después: "Hoy hace exactamente 25 años que terminó la guerra: 25 años de paz -es decir, de miseria, de policía, de indignidad". "Pla tiene un agujero profundo en su memorialismo -comenta Arcadi Espada-, que es la ausencia en sus libros de la Guerra Civil y de la dictadura, lo que probablemente se debió a su dudosa posición durante aquellos años. Este no fue para él un tema y debería haberlo sido teniendo en cuenta su dedicación a lo que él llamaba la literatura de observación". Para Espada, esta dejación es algo que "pesa gravemente en su consideración de escritor".



Espía de Franco

Pla, de joven, en París.

En Las armas y las letras, Andrés Trapiello ya detalla la actividad de Pla y de Adi Enberg en Marsella, en donde "llevaban la cuenta de los barcos republicanos que entraban y salían de puerto y pasaban la información a los nacionales". Ya entonces, el autor de Al morir don Quijote llama a lo de Pla "medio espiar", en tanto que su actividad no tuvo, que sepamos hasta ahora, consecuencia alguna en el curso de la guerra ni en el destino de los republicanos exiliados. "Guixá [autor de Espías de Franco. Josep Pla y Francesc Cambó, Fórcola] ha aportado documentos que prueban el espionaje de Pla, pero también se ve que sus informes no tuvieron ninguna transcendencia práctica", sostiene, en la misma línea, Espada, para quien el trabajo del escritor en el Servicio de Información de Fronteras del Nordeste de España (SIFNE), "no fue más que una extensión de su grafomanía".



Y, ¿qué hay del franquismo de Pla? ¿Y de su catalanismo? "Josep Pla fue un catalanista franquista -continúa el columnista de El Mundo-, y ocurre que la cultura oficial ha querido negar que ambas tendencias fueran compatibles. Aunque es un asunto complejo". Lo que sí es seguro es que, fiel a Manuel Aznar, cuando a éste lo echan del Sol los azañistas, Pla se suma al equipo fundacional de la revista falangista FE. ¿Creyó alguna vez Pla en el falangismo? "El Pla de los años treinta no es el que todos conocemos -advierte Espada-. Está bajo la influencia de Manuel Aznar, a quien sigue fielmente. Todos sabíamos que había escrito editoriales en Arriba, pero yo no había leído su paso por Falange con tanto detalle como en el libro de Guixá. Es verdad que Pla nunca fue un fascista, no pudo serlo porque ni siquiera tenía el corte de carácter adecuado; siempre fue un hombre escéptico y los totalitarismos le resbalaban, aunque no hay duda de que, de algún modo, se aproximó al fenómeno. Lo que cuenta Guixá es que hizo servir estas credenciales durante la Guerra Civil, al mismo tiempo que, tras la guerra, trató de ocultarlas. En fin, cosas muy humanas todas ellas".



El escritor que año tras año obtenía un solo voto -el de Josep María Castellet- para el Premio de Honor de las Letras Catalanas, el escritor que llamó "milhombres" a Jordi Pujol y que dijo, en la célebre entrevista con Soler Serrano, que "el catalán es un ser que se ha pasado la vida siendo un español cien por cien y le han dicho que tiene que hacer otra cosa", es hoy ampliamente reconocido en Cataluña. Arcadi Espada no cree que su caso sea comparable al de otros periodistas que se quedaron en España durante la dictadura y cuya obra se ha mantenido en el olvido hasta recientes -y felices- recuperaciones editoriales, casos como el de César González-Ruano o Julio Camba. Aunque ha tardado, quizás, en irrumpir con fuerza en castellano, las ediciones de Xavier Pericay de los cuatro grandes dietarios de Pla (El cuaderno gris, Notas para Silvia, Notas dispersas y Notas del crepúsculo) ya apuntalaron su presencia definitivamente. En cuanto a la cultura oficial catalana, dice Espada, "no es que Pla sea un autor bendito, pero en cuanto haya un aniversario planiano supongo que el poder autonómico, que todo lo engulle, tratará de hacerlo suyo, del mismo modo que intentan hacer suyo cualquier cosa que pasa, incluido Cervantes. Estas cosas tan cómicas que pasan hoy en Cataluña".