José Ángel Valente (1929-2000) no quiso que el texto viera la luz mientras su exmujer estuviese viva. Había demasiado de sí, y de ambos, en este Palais de Justice, la nouvelle inédita que publica ahora Galaxia Gutenberg y en la que el poeta gallego disecciona, con puntillosa, lírica crudeza, el proceso de divorcio que vivió en el año 1982, en París: "¿Qué le podría yo contar, Madame, del tiempo que usted misma ha ido cargando de rencor? Se ve que usted vivió para criar sus muertes en los momentos más oscuros de su predilección. La dama abogado que la acompaña, Madame, es una escueta imagen de la muerte. El psiquiatra, que pone esa voz hueca, profesional, profesoral, obscena, de estar grabando algo en una banda para que salga bien, testimonia, claro está, en su favor, es decir, da fe de su muerte. El psiquiatra, parásito de todo, parasita su muerte, la de usted".

En la introducción a las Obras Completas del autor de A modo de esperanza (1955), ya se hacía referencia a esta obra kafkiana -había notas sobre el escritor checo en los márgenes del manuscrito- que, según Andrés Sánchez Robayna, encargado de la edición, posee "una profunda dimensión poética, pero no se trata precisamente de una novela lírica o de prosa poética". Se sabía de su existencia, además, gracias a ocho fragmentos publicados en distintas revistas entre 1986 y 1993. Después vino el rechazo del poeta a un texto que le incomodaba. "Aquellos tristes y dolorosos hechos se encontraban demasiado cercanos a él todavía", explica el editor. Pese a todo, se trata de una obra acabada y cerrada que el escritor dejó lista para su publicación.

En Palais de Justice, como en la poesía de Valente, hay crítica, y hasta sátira, cierto desgarramiento expresivo y también una dimensión onírica, pese a lo cual, esta vez, el texto posee una singularidad indudable en el conjunto de su obra. "La crítica a la presión de las instituciones sociales sobre el individuo, y también esa concepción problemática de los nexos entre la inocencia y la culpa", ambos de raíz kafkiana, conviven aquí con una visión del amor que el editor resume en las palabras de Catulo en el Carmen 85: "Odi et amo", a lo que sigue: "siento que así ocurre y me torturo".

Las descripciones, por momentos de una crudeza notarial, remiten inevitablemente a El Proceso: "La sala tiene ventanales que dan a un patio. Entra abundantemente la luz. La sala es rectangular. Al fondo el juez en su tarima, solo. Enfrente, con el entero espacio de la sala en medio, las dos partes. A la izquierda del juez la parte adversa. A la derecha yo, la parte adversa de la parte adversa. Entre esta última y el juez un escribano y un ujier. Entre el juez y yo, la silla de los testigos. Es un escenario geométrico casi perfecto. (...) mi posición me convierte irremediablemente en un espectador. (...) Comprendo que pueda resultar vagamente penoso. ¿He sido yo convocado aquí para defenderme o para ver? ¿Para ver qué?"

Sobre sus acusadores ("la parte adversa"), escribe Valente: "Quisieran saber, haber sabido en sus lechos oscuros lo que es el amor y no han podido. Y no han podido para siempre. La parte adversa y sus testigos, la grey soez de los murmuradores. (...) Qué bien estructurada estaba, se dijo, la lógica de la acusación. Probar la inocencia no es posible, porque nadie es inocente, y de serlo, la inocencia carece de toda lógica además". Estas partes muestran un texto crítico, disolvente que, según Sánchez Robayna, lo emparenta con otra de las lecturas de Valente, entonces -consignadas también en los márgenes del original-: los Ensayos de Montaigne.

En la cita anterior, vemos otra de las singularidades del libro: el continuo cambio de perspectiva. Valente se acerca y se aleja del texto, se interpela y dialoga consigo mismo. Como si hubiera hechos a los que mirar con distancia y otros que tratar íntimamente. "El cambio de persona narrativa es uno de los aspectos más apasionantes y atrayentes de Palais de Justice", señala Sánchez Robayna. "Hay una objetivación y subjetivación constantes del narrador. No es que no quisiera dar su testimonio (de hecho, lo da, pero no a título puramente informativo, sino interpretativo), sino que el texto está regido por una profunda conciencia de que ética y estética constituyen una unidad indisoluble".

Desde la mera descripción el poeta despega, por último, hacia interrogantes más complejos: el tiempo, la identidad, la decrepitud, y eso dejándose llevar por una deriva delirante, onírica, en la que su editor ha sabido reconocer cierta deuda con el mundo de El Bosco. Valente se refirió a ello en una escueta nota de su Diario anónimo: "Palais de Justice: Sucesión de actos de la memoria. Lo vivido, incluso lo inmediatamente vivido, reaparece con el espesor de los sueños".

Sobre la identidad, las referencias son constantes en la novela: "Al decir yo, otro ha empezado a existir". Y más adelante: "La identidad no es más que una mera convención, el acto innecesario de decir en falso ante cualquiera de las imágenes de sí: soy yo". El conflicto entre la imagen que uno tiene de sí mismo y la que se proyecta a los otros. Puede, de hecho, que ese sea el principal asunto en observación de este libro: la identidad y sus fantasmagorías, esas múltiples máscaras del yo que, como dice su editor, "Valente convirtió en uno de los ejes de su obra".