Un pasajero prueba los nuevos sistemas de navegación que acaban de implementarse en los aviones de los EE.UU.

A Bertolt Brecht le preocupaba, en los tiempos convulsos en los que le tocó vivir, que lo nuevo no acabara de nacer. Pero desde que internet conquistó el mundo, lo que ocurre, más bien, es que lo nuevo no deja de nacer, sin parar, todos los días. Un libro, C@mbio (BBVA), ha reunido una imponente nómina de expertos para cartografíar las transformaciones presentes y futuras que se pusieron en marcha cuando, hace veinte años, nos echamos todos a navegar.

Arthur Clarke señaló cómo la velocidad del cambio alteraba nuestros cerebros de cazadores recolectores: "Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia". Y si la rapidez del cambio abrumaba en los setenta, ¿qué decir hoy cuando internet lo domina todo? La red se ha comparado con la imprenta, la máquina de vapor o la electricidad. Pero ninguna de aquellas tecnologías se acercó a la velocidad de la expansión actual. La comparativa asombra. Las primeras páginas de C@mbio (Fundación BBVA, 2014), una antología global de ensayos acerca de cómo internet está cambiando nuestras vidas, relatan que pasaron 70 años para que 100 millones de personas viajaran en avión y 50 para que otros 100 usaran el teléfono. Internet logró la marca en siete años. Facebook sólo necesitó dos.



En C@mbio, pensadores y gurús de primera línea dilucidan cómo nos modela internet. Por ejemplo, ¿en qué nos afecta su vértigo transformador? Explica Manuel Castells, catedrático de Tecnología de Comunicación y Sociedad en la University of Southern California, que "como sucede con cualquier cambio tecnológico trascendental, los individuos, las empresas y las instituciones se sienten abrumados por él". Aquí hay que recelar de los periodistas y cuestionar las nuevas mitologías. ¿El uso continuado de Internet aisla a la gente? Falso. Son las personas sociables quienes más lo utilizan. Los estudios que reúne Castells concluyen que la red aumenta nuestra autonomía, favorece el espíritu emprendedor y la participación sociopolítica, y, sí, también nos hace "más felices".



La WWW es múltiple. Últimamente cobra cada vez más importancia el "internet de las cosas". Juan Ignacio Vázquez, profesor de Telemática de la Universidad de Deusto, argumenta que se trata de una idea tan simple como de increíbles consecuencias. Se trata de conectar nuestros objetos de la vida cotidiana, " electrodomésticos, vehículos, ropa, latas de refresco o el propio banco de la calle en el que escribo estas líneas", a la red. Y así, el mayor éxito de internet de las cosas sería "la capacidad de crear una nueva proposición de valor, diferente, enriquecida, mediante un objeto tradicional al que se le ha añadido la conectividad a internet, la potencia de procesos de análisis de datos en la nube y, por lo tanto, la capacidad de ser más inteligente". Vázquez cita un ejemplo concreto: una silla inteligente online que monitorizara nuestra salud. De pronto, un montón de datos que siempre han estado ahí pero nunca se han medido podrían mejorar sensiblemente nuestras vidas.



El libro C@mbio es un compendio de excitantes intuiciones futuras que ya son casi presente. David Gelernter, de Yale, vaticina que el cyberflow transformará la red en una ciberesfera, un puro torrente temporal de información. Neil Selwyn afirma que internet convertirá la educación en "algo susceptible de ser reprogramado, modificado y hackeado para satisfacer mejor las necesidades de cada individuo". Y Thomas W. Malone, del MIT, saluda la gran revolución que vive el mundo de los negocios "conectados", "Las nuevas tecnologías nos permiten disfrutar de las ventajas económicas de las grandes organizaciones -como economías de escala y de conocimiento- sin renunciar a los beneficios de las pequeñas, como libertad, creatividad, motivación y flexibilidad."



Pero la extensión y profundidad de los cambios en marcha también pone sobre la mesa todo tipo de retos y problemas que pivotan, en los tiempos de la red 2.0, sobre dos grandes ejes: privacidad y seguridad. En 2010 Eric Schmidt, entonces consejero delegado de Google, hizo una declaración memorable durante una rueda de prensa en Abu Dabi: "Un día, en el curso de una conversación, caímos en la cuenta de que se podría utilizar los datos que tiene Google de sus usuarios para predecir la evolución del mercado bursátil. Y después decidimos que era ilegal. Así que dejamos de hacerlo". El físico y escritor Michael Nielsen se pregunta por la propiedad del Big Data, ese enorme rastro que vamos dejando en nuestras interacciones digitales: ¿a quién pertenece? Nielsen apuesta por una infraestructura pública de datos mundial que no los deje en manos de las grandes empresas.



Una seguridad más frágil

Sea o no cierto, no hay duda de que internet parece fragilizar nuestra seguridad. Ya no hace falta que el ladrón nos espere a la vuelta de la esquina. Puede hacernos mucho más daño desde la otra punta del planeta. Mikko Hypponen, uno de los mayores expertos en seguridad digital advierte contra la falta de medios y formación de las fuerzas policiales que se enfrentan a una ciberdelincuencia cada vez más crecida. Si bien es cierto que los sistemas informáticos que hoy manejamos son más seguros que nunca, también lo es que el agresor se ha reinventado. "En 2003, todos los programas maliciosos los desarrollaban aficionados, por diversión. Ahora han sido sustituidos por tres tipos de agresor: delincuentes organizados, hacktivistas y Gobiernos. Los delincuentes y sobre todo los gobiernos pueden permitirse invertir en ataques y, como resultado de ello, nuestros ordenadores siguen sin estar protegidos, ni siquiera tras la introducción de las mejoras mencionadas". ¿Consejos? Sólo uno: si no quieres poner en peligro los datos de un equipo determinado, desconéctalo de la red.



Internet alberga en su seno un peligro que parece de Ciencia Ficción y que, sin embargo, ya ha transformado radicalmente las vidas de muchos: la red es una formidable fuerza de extinción que aniquila todo tipo de intermediarios y deja obsoletos de la nocha al día instancias ancestrales como el buzón de correos o la industria musical. A Lucien Engelen, de la Singularity University de California, le inquieta en concreto el futuro de la atención sanitaria. ¿Sustituirán los robots a las enfermeras? No lo cree pero sí augura que pasado mañana no quedará mucho del sistema sanitario tal y como lo conocemos. La interconexión, el tratamiento de los datos y la autonomía del paciente se tornarán centrales.



La extinción amenaza especialmente a la cultura al dejar inviables estrategias de negocios ampliamente afianzadas e introduciendo nuevas maneras de organizar la producción y la distribución. ¿Qué será de la música, del cine, del periodismo? Paul DiMaggio, de Princeton, ejemplifica la gran paradoja contemporánea con el caso de la prensa, tal vez el sector que más sufre hoy los cambios: "Cuando la distribución online facilita más que nunca antes el acceso a las noticias, el suministro de estas decae tanto en cantidad (con menos periódicos generando menos historias) como en calidad (a medida que los periódicos abandonan la investigación propia y recurren más a agencias). Que no olvidemos, como recuerda DiMaggio, que internet, con todo su poder, "no animará a votar a los políticamente apáticos ni a ir a misa a los ateos".