Eugenio Trías. Foto: Alberto Cuéllar

"Toda una invitación a seguir pensando". Con estas palabras se cifra y cierra la semblanza del recién fallecido Eugenio Trías (1942-2013) y de su pensamiento que ofrecemos a continuación. Una invitación completamente insólita, pues el pensador del límite desgranó en su ambiciosa obra un sistema metafísico total sin dejar de interpelar a lo mejor de la tradición filosófica. Y al final del camino, la imperecedera pregunta kantiana: "¿Qué es el hombre?"

Con Eugenio Trías muere el principal representante filosófico de una generación decisiva: la generación del cambio. Irrumpió muy joven, pero con paso firme, en la escena filosófica y cultural española y coadyuvó como pocos a la nada fácil tarea, dadas las circunstancias entonces dominantes, de renovar el pensamiento español. De ponerlo al día, si se prefiere. Su contribución inicial a este empeño fue muy notable. Dió de sí obras tan memorables -y tan originales- como La filosofía y su sombra, El artista y la ciudad o Lo bello y lo siniestro. A comienzos de los ochenta del pasado siglo, en Filosofía del futuro y, sobre todo, en esa obra maestra que es Los límites del mundo, dio comienzo, sin embargo, con gran fuerza y resolución, a su personal "segunda navegación". Abandonó, sin abandonarlos nunca del todo, los temas crítico-culturales y estéticos para centrarse en la elaboración de una metafísica propia; insólita tarea, sin duda, que tuvo la fortuna de poder culminar con un éxito impresionante. Ninguna victoria pues, para la muerte. Que le pilló, por cierto, enfrascado, muy enfermo ya, en la elaboración de un nuevo libro.



La metafísica de ese gran trabajador que fue Eugenio Trías, su Filosofía del Límite, nace de un sostenido diálogo con la mejor tradición filosófica. Esta filosofía hace suya, por lo pronto, la tarea de proponer unas hipótesis de fondo, siempre provisionales, siempre revisables, sobre la realidad, deudoras de unas Ideas ontológicas ontoepistémicas o metafísicas capaces de entrelazar los diferentes discursos parciales (éticos, estéticos, filosófico-políticos, epistemológicos o cosmológicos), que falsamente autonomizados y "profesionalizados", o dejados a la deriva voraz de las micropolíticas académicas pierden intensidad genuina y, en su fragmentación extrema, "sentido".



A partir de ahí la Filosofía del Límite traza, como toda filosofía genuina, un mapa del mundo, uno de los muchos mapas -o recreaciones- posibles de una realidad máximamente compleja, literalmente inagotable en su dinamicidad constitutiva, de la que nadie podrá procurar nunca el mapa total. Es la propuesta activa y creadora, siempre en construcción, siempre en proceso de revisión, de una "síntesis capaz de trazar, en forma de idea filosófica, el boceto vivo de lo que existe". El punzón con el que Trías ha burilado ese boceto se confunde con la vieja y venerable idea del límite. Una idea de singular peso metafísico que, inviscerada en el cuerpo material de sus desarrollos positivos, modula y diferencia las filosofías de los "grandes", de Platón a Wittgenstein y de Kant a Heidegger, y que Trías ha "recreado" en un sentido original y fructífero. Pero si en todos esos casos la idea de límite cumple una función crítico-negativa, la de trazar fronteras o "líneas de demarcación", en Trías el Límite deja de ser un muro para ofrecerse como puerta. Y al hacerlo asume una función positiva, como corresponde al filosofar "afirmativo" por el que nuestro autor se decanta: un filosofar "capaz de tensar el pensamiento hasta el orden sumamente abstracto de las ideas ontológicas, con el fin de procurar una visión, lo más ajustada posible, del movimiento mismo de la vida y del devenir, de lo radicalmente singular y concreto".



El mapa del Mundo que surge de las páginas de Trías es el mapa, por otra parte, de un universo cultural "constituido por una estructuración abierta de mónadas que, o bien se expresan en lo singular sensible como símbolos artísticos, o bien se expresan en lo ideal como ideas filosóficas", siendo precisamente, "a través de ese bosque de símbolos sensibles e ideales" como el ser se revela y expresa. Por otra parte, para esta filosofía es el hombre lo que confiere sentido al universo físicio, iluminándolo, mediante "selecciones" que configuren la facticidad.



Estamos, pues, con la Filosofía del Límite ante un mapa de los mundos que componen el Mundo -el teorético, el moral, el estético y el histórico- y que configuran formas de experiencia. Pero que es también el mapa de un vasto y plural territorio de-limitado, pero abierto por eso mismo, a lo que queda del otro lado. Un Mundo cuyo ser pasará a ser, en consecuencia, el "ser del límite", siendo un límite del mapa -su puerta y su muro a un tiempo-, lo que conferirá activamente un sentido a ese ser, oficiando de razón del mismo. De "razón fronteriza", por tanto, como fronterizo es el sujeto en el que tiene su morada activa. Y más allá de ese límite, el misterio. En términos wittgensteinianos, lo "místico". Un misterio que nos interpela y del que sin embargo nunca podremos tener otra experiencia que la indirecta o analógica. Es lo que Trías llama también "el exceso". "Un exceso" que se hace carne tangible en el "símbolo"... Y con estos materiales -ser del límite, razón fronteriza y suplemento simbólico- vino Trías finalmente a construir su "triángulo ontológico". Lo que equivale a decir que recreó el Mundo en un mapa final que deja flotante la interrogación sobre el estatuto ontológico de ese exceso.



Bien: ya Kant diseccionó brillantemente nuestra tendencia a desbordar el límite. A desbordar, añadamos, incluso ese límite que somos nosotros mismos. Y a hacerlo en un juego dramático que es también el único Gran Juego: el Juego de la Vida. Aunque siempre cabrá, claro es, y las derivas últimas de la Filosofía del Límite dan buena cuenta de ello, abrir la puerta y esperar la llamada todo lo simbólicamente mediada que se quiera, de lo que quede del otro lado...



Toda una invitación, pues, a seguir pensando. A repensar no sólo el ser como "tierra de mediación" y zona limítrofe y fronteriza, sino sobre todo ese gran interrogante que es el hombre, centro de irradiación y anudamiento a un tiempo de todos los mundos que componen el Mundo.



No otro fue el tema de fondo, más allá de las apariencias, de la Filosofía del Límite, cuyo despliegue puede ser asumido como un articulado intento de respuesta a la imperecedera e inagotable pregunta kantiana por el ser del hombre. Agradezcámoselo en este momento de balance y homenaje.