Herta Müller. Foto: Antonio Heredia



La escritura literaria permite contar la trágica vida de gentes rotas por una dictadura, esculpiendo las ideas y observaciones sobre el infierno vivido con su horror. El texto resultante suele ser un callado grito verbal. Esa descarga en el papel de temores cobardes y de la valentía interna, del asco y de la rebeldía mezclados con una grandeza auténticamente humana, me parece el tipo de narración que seduce al lector con una verdad incuestionable, porque apela a las emociones y al intelecto al mismo tiempo. Una serie de escritores que vivieron tras el telón de acero, como la premio Nobel Herta Müller (Nitzkydorf, Rumanía, 1953), y otros, como el búlgaro Vesko Branev, han sabido relatar con riqueza de matices y con una intensidad escalofriante las presiones sufridas por el ciudadano bajo la tiranía política. Los españoles historiamos bien la época de Franco, sin embargo pocos novelistas, fuera de unos cuantos, Cela, Sánchez Ferlosio, Martín Santos, y escasos ensayistas ofrecen un relato donde las humillaciones e injusticias infligidas por el autoritarismo sean tratadas con tanta profundidad intelectual.



Estos textos de Müller, nacida en Rumanía, que vive en Alemania y escribe en alemán, rebosan de frases dignas de figurar en la historia de la infamia humana, que rompen los nervios del lector y replantean sus convicciones. Ya en el título de uno de ellos, el que figura al frente del libro, Hambre y seda, se mezcla esa experiencia corporal que debilita la voluntad y la suavidad del roce de la seda que conforta los sentidos. Puede servir de pancarta de un indignado manifestándose ante un banco o utilizada por unos desempleados ante un representante estatal que lee muy profesionalmente las cifras del paro, luciendo al cuello una elegante corbata de seda, ambas ofenden el hambre de la persona estadística.



Los ensayos de este libro fueron la mayoría conferencias dadas en los años noventa del pasado siglo. Consta de doce capitulillos más una breve introducción, titulada "Sobre la frágil institución del mundo". Vienen repartidos en cuatro grupos temáticos; los dos primeros, abordan el tema del hambre y la seda, el tercero, la vida bajo los regímenes totalitarios, y el cuarto, las barbaridades cometidas por los serbios en la guerra de los Balcanes.



De estas páginas surge un clamor contra los dictadores, se llame Mao Zedong, Tito, Ceaucescu o Slobodan Miloševic. Subraya con fuerza que los crímenes contra la humanidad cometidos por estos tiranos no se pueden obviar con opiniones e interpretaciones. "Se trata de hechos que se dieron justo de una manera, es decir: no de otra" (pág. 35). Tal rotundidad expresiva la lleva incluso a elevar la exigencia de los artistas al tratarlos: "Debe estar permitido preguntarse si un artista vive en consecuencia con sus textos" (pág. 36).



Nos encontramos con frases que hieren las entrañas. "El río se llama Timisul mort (Timisul muerto), un nombre que, desde la revolución, desde que Timisoara cuenta con treinta muertos y treinta desaparecidos, remite más allá de su simple nombre" (pág. 127). Antes el sentido ético del lector recibió un choque con frases tan aplicables a la realidad española, Galdós formuló ya las mismas ideas con otras palabras, como "lo sólida que puede ser la cobardía como pilar de la vida" (pág. 47) o la estremecedora "La sangre de los muertos nunca ha vuelto más sensato a ningún vivo" (pág. 53). La dictadura de Ceaucescu queda descrita como un mundo regido por el horror, la mentira, el engaño, cuyos efectos afectan el equilibrio sicológico de quien la vive: llegamos a sentir "odio a quien dice en voz alta lo que uno mismo piensa en secreto" (pág. 101).



Dedica los tres ensayos finales a narrar los horrores del nacionalismo, la imposición forzosa de la propia identidad a otros. Primero, aborda el tema de los gitanos, el hambre a que fueron reducidos por Ceaucescu, la discriminación del color, que nos conciencia de un problema aún latente. Igual que los dos finales dedicados a los serbios y a su líder Slobodan Miloševic, que podrían considerarse como una bofetada con la palma abierta a los escritores de lengua alemana como Peter Handke, que los defendieron, describiendo la ignominia de un pueblo, el serbio, que disfrutaba de la vida en las calles de Belgrado, mientras sus militares asesinaban a miles de musulmanes.



Nos encontramos, pues, ante un libro de necesaria lectura, pues Hambre y seda nos ayuda a entender mejor el lado oscuro del ser humano.