Fernando Bouza.

La renovación historiográfica tiene como referencia en nuestro país a Fernando Bouza (Madrid, 1960), catedrático de Historia Moderna de la Universidad Complutense. Sus investigaciones de las relaciones entre España y Portugal entre 1581 y 1640 han mostrado, al contrario de lo que se pensaba, el carácter pacífico y pactado con las élites de la integración lusa en la Monarquía Hispánica. A propósito del recién publicado Felipe II y el Portugal dos Povos. Imágenes de Esperanza y revuelta (Universidad de Valladolid) Bouza nos cuenta cómo el cambio ha sido especialmente significativo "desde el punto de vista portugués" de lo que venía a ser "una anomalía histórica para el nacionalismo lusitano, algo similar a lo que sucedía con el reinado de José I en nuestra propia historia que, sin embargo, acabó reconociendo la importancia de los llamados afrancesados".



Pregunta.- ¿Cómo eran las relaciones entre Portugal y España durante la integración?

Respuesta.- Los seis decenios sólo pueden comprenderse en el marco político de la Monarquía Hispánica de los Austrias. Se trataba de una monarquía compuesta en la que las distintas partes agregadas conservaban su particularidad jurisdiccional, aunque reconociesen a un soberano único. Así, el Portugal de los Felipes mantuvo en principio su particular estructura de gobierno, sus cortes propias, su moneda y sus leyes. En la práctica, sin embargo, ese ideal de respetuosa agregación fijado por Felipe II en 1581 se vio atacado por recurrentes propuestas de realizar una unión mucho más efectiva.



P.- ¿En qué ha consistido la revolución historiográfica llevada a cabo por sus trabajos y los de otros investigadores?

R.- Hoy ya no se consideran los años 1580-1640 como una suerte de largo hiato histórico, sino como un momento de la historia portuguesa que debe ser estudiado por y en sí mismo. Con el antecedente de Eugenio Asensio, también en esto precursor, el cambio se ha producido gracias a la obra de, entre otros, Hespanha, Schaub, Cardim, Olival, Soares da Cunha o Monteiro. Yo he tenido la oportunidad de analizar los términos de agregación, haciendo hincapié en la negociación que hizo posible el Portugal de los Felipes entre 1578 y 1581. Sin olvidar la conquista, con episodios de gran crueldad, que tan bien ha estudiado Valladares, el Portugal de los Felipes se establece como la integración de un nuevo dominio en la Monarquía Hispánica por agregación, viniendo a ser las élites lusitanas las grandes beneficiarias del proceso.



P.- ¿Por qué en 1640 se trunca la situación y los portugueses optan por la sedición?

R.- La revolución portuguesa del Primero de Diciembre no puede explicarse por una única causa. La política "unionista" de Olivares ha de ser evocada de inmediato al proponer el final del particularismo lusitano de la agregación que tan beneficioso había resultado para sus élites. A esto se unía la posibilidad de restaurar en el trono a un miembro de la casa de Braganza, de enorme peso territorial teniendo en cuenta sus dominios señoriales en el Portugal continental, en la complicadísima escena de la pugna internacional que enfrentaba a Felipe IV con Francia, las Provincias Unidas y otras potencias, sin olvidar los temores a que la pertenencia a la Monarquía Hispánica pasase a ser perjudicial para el imperio, cuyo epicentro se trasladaba de India a Brasil.



P.- ¿Demuestra este modelo la posibilidad de una unión no agresiva entre pueblos diferentes?

R.- Muestra a las claras las posibilidades de la negociación política en el Antiguo Régimen y, al mismo tiempo, revela cómo funcionaban las grandes monarquías compuestas. La aquiescencia de las élites era absolutamente necesaria para gobernar territorios tan dilatados y tan variados. Nos encontramos en un momento anterior a los nacionalismos tal y como se entendieron en el siglo XIX y no me parece que pueda entenderse fuera de aquellas específicas condiciones de los siglos XVI y XVII.



P.- ¿Cuáles son las "imágenes de esperanza y revuelta" de su libro?

R.- Uno de los objetivos centrales del libro es prestar atención a algunas imágenes de Felipe II forjadas entre 1578 y 1581, de un lado, aureolado con un halo de mesianismo y, de otro, como solución práctica a los problemas lusitanos. Tales imágenes, por las que el nuevo rey de Portugal iba a lograr satisfacer los agravios de la población común, contra los oficiales reales y contra los señores, surtieron una atracción considerable en el imaginario portugués posterior al desastre de Alcazarquivir de 1578. Plantean la posibilidad de un Portugal de los Felipes no como una gran alianza con las élites territoriales, sino con los llamados povos. Dicha posibilidad, llena de sentimientos de esperanza y de revuelta, no tardó en ser abandonada por la, acaso mucho más rentable en términos políticos, alianza con los fidalgos.



P.- ¿Y hoy? Los portugueses parecen mostrarse deseosos de incorporarse a España según las encuestas, debido a los momentos difíciles que vive el país. ¿Ve plausible en el futuro una nueva integración?

R.- Estos tiempos de Unión Europea no son demasiado compatibles con la recuperación del viejo sentimiento iberista, que tan importante fue en el federalismo del XIX. Creo que es más la hora del desarrollo transfronterizo de las regiones que de plantear formas ibéricas de transversalidad política que, hoy por hoy, parecen verse satisfechas en el seno de la Unión. En cualquier caso, no puedo dejar pasar la oportunidad que me brinda de agradecer la enorme generosidad que Portugal siempre ha tenido conmigo y asegurarle que, conociendo el país, su difícil situación actual no tardará en mejorar.