Teatro

Ricardo III, la conciencia de hierro

31 octubre, 2014 01:00

Juan Diego viaja al epicentro de la conciencia de Ricardo III. Foto: Sergio Enríquez-Nístal.

Juan Diego, sumergido en la atormentada mente del monarca inglés, batalla contra los espectros de los muertos que ha dejado en el camino hasta el trono. Sueños y visiones del rey Ricardo III, versión del texto shakesperiano firmada por Sanchis Sinisterra y dirigida por Carlos Martín, se estrena este jueves en el Teatro Español.

Desciende del trono Ricardo III. Se quita la túnica y la corona. Baja también del escenario por una escalerilla. La joroba que puntea su negro jubón se balancea por el pasillo del patio de butacas del Teatro Español. Avanza como un cuervo amenazante. Enfila la cafetería y toma asiento en uno de los veladores. En el minuto aproximado que dura el trayecto, el siniestro personaje se va desvaneciendo al tiempo que emerge la persona. Pero ese proceso no se completa del todo. Durante sus explicaciones, a Juan Diego se le escapan ademanes y visajes del monarca inglés: miradas extraviadas intentado enfocar el abismo, golpes de cólera con su mano ortopédica en el mármol de la mesa... Con la derecha, la sana, zarandea al entrevistador para evidenciar el ansia de contacto físico de Ricardo III, que desde su infancia ha sido relegado en los afectos de sus familiares.

Ha interrumpido Juan Diego los ensayos de Sueños y visiones del rey Ricardo III, versión de Sanchis Sinisterra de la obra de Shakespeare, que se estrena este jueves 6 de noviembre en el coliseo de la Plaza de Santa Anta. Carlos Martín (Transición, Picasso adora la Maar) capitanea un montaje con un elenco con solera: Ana Torrent, Terele Pávez, Carlos Álvarez-Novoa, Asunción Balaguer... Todos arropan al actor sevillano, enfrentado a uno de los más serios desafíos interpretativos de su extensa carrera. Sumergirse en la negrura del alma de este mito shakesperiano no es un pasatiempo. Kevin Spacey confesaba en el documental In the Wings of a World Stage que encarnar a Ricardo III había sido una de sus experiencias vitales más extremas: "Para interpretarlo hay que ir a lugares que no deseas visitar, reflexionar sobre las cosas de tu vida de las que te arrepientes y desenterrar toda la mierda. Luego tienes que tener la valentía de compartirlo con el público y decir: aquí me tenéis, no tengo nada que esconder, este soy yo".

Juan Diego asiente al escuchar la descripción de su colega: "Sí, es así. Pero es así siempre, hasta cuando haces una comedia de tesis. El actor ha de buscarse, rascar en sí mismo con las uñas hasta dar con todas esas identidades que le componen y le permiten transformarse en el escenario. Si no, nuestro trabajo sería un mero recitativo. Es cierto que papeles como Ricardo III exigen un plus. Uno tiene que transmitir la fascinación por el mal y por el poder. Pero para hacerlo no hace falta irse a Marte a buscar la inspiración. Esas pulsiones las tenemos todos dentro, en rincones oscuros. Ahí es donde he tenido que viajar".

Juan Diego es una garantía para que Shakespeare suene orgánico, no con un soniquete palaciego"

La propuesta de Sanchis Sinisterra, además, demanda una desnudez absoluta. El autor valenciano pretende radiografiar la conciencia de Ricardo III, mucho más que reincidir en su voraz deseo de medrar, epicentro de la mayoría de puestas en escena. Este planteamiento lo posibilita una modificación en la secuencia original de los acontecimientos. Justo después de su famoso parlamento inicial (Ahora el invierno de nuestro descontento se vuelve verano con este sol de York...), aparece Ricardo III en su tienda de campaña, la noche antes de la Batalla de Bosworth, que sellará su trágico final. Sanchis Sinisterra traslada esa escena (la tercera del quinto acto) al comienzo y a partir de ahí traza un prolongado flash back que repasa su sangrienta andadura hasta el trono de Inglaterra. Todos los cadáveres con los que ha jalonado su ascenso se le aparecen en forma de espectros, escupiéndole su desprecio: "¡Desespera y muere!", repiten.

Sanchis Sinisterra, especialista en la revisión de los clásicos, explica el objetivo de su fórmula: "Alterando notablemente la estructura, organizando sus escenas, personajes e interacciones según otros principios compositivos, concentrando espacios, tiempos, diálogos y situaciones en torno a un nuevo centro dramatúrgico, recurriendo a procedimientos y convenciones más o menos frecuentes en la escenacontemporánea, la presente (per)versión propone, más que una reflexión sobre la ambición humana, una interrogación sobre eso que llamamos conciencia, ese espejo interior, tan a menudo turbio, en cuyo azogue se reflejan y refractan los actos que nos definen ante el mundo y ante nosotros mismos".

La figura de Ricardo III, como advierte Carlos Martín, adquiere así una presencia tridimensional. "La podemos observar en tres planos. El real, la víspera de la contienda, ansioso y vislumbrando su caída. El del recuerdo, al evocar el trauma que le ha originado el desapego emocional de su entorno y la deformidad física. Y, por último, el de la enajenación, con la visión de los fantasmas, a los que se enfrenta, porque no siente arrepentimiento ni hay posible marcha atrás. Sabe que sólo tiene una alternativa: la autodestrucción".

En la estética del montaje predomina el clasicismo. Carlos Martín hizo una versión experimental de Ricardo III en 2007, producida por el ya difunto Centro Dramático de Aragón, y ahora quería darle un enfoque más canónico. Eso sí, los delirios y las ensoñaciones del rey son remarcados con el vuelo de tules, juegos lumínicos y algunas proyecciones. Su preocupación máxima es que el ensamblaje de esos tres estratos no chirríe. También ha procurado cuidar la palabra al máximo. "Es esencial conservar la musicalidad de Shakespeare, que el texto suene orgánico y no como un soniquete palaciego. Aunque en eso Juan Diego es una garantía".

El veterano actor recoge el guante. No titubea. Su seguridad se reafirmó la pasada temporada, en la que desplegó su primer monólogo (La lengua madre, de Juan José Millás). "Aprendí a manejar las energías que se concentran en una sala y provocar su combustión", recuerda. Esta vez el incendio sobre las tablas del Español parece inevitable. De vuelta al ensayo, su gesto se va tensando. Carraspea para aclarar la voz y empieza a mascullar la rabia de Ricardo III: "He determinado probarme cual villano y odiar los frívolos placeres de estos días". Pobre del que se cruce en su camino.