Escena del montaje de Otello firmado por David Alden que podrá verse en el Teatro Real. Foto: Alastair Muir

Tras el éxito de Aida, Verdi, convencido de que no podía superarse, claudicó como compositor de ópera. Una tragedia para la cultura italiana que su editor, Giulio Ricordi, se encargó de solucionar. Movilizó al músico esgrimiendo a Shakespeare como reclamo. El Teatro Real documenta la gestación de Otello con una serie de cartas, bocetos y partituras, materiales originales procedentes del Archivio Storico Ricordi, custodiado en la Biblioteca Braidense de Milán. La muestra abre el jueves 15. Ese día el coliseo arranca también la temporada con la versión firmada por David Alden.

La jugada de Giulio Ricordi salió redonda. Cumplió a la perfección con una de las facetas básicas en el oficio de editor: azuzar a sus autores más talentosos para que sigan alumbrando obras maestras, con tacto pero con firmeza (tratar a los genios no deja de ser un don). Es lo que hizo con un Verdi ya anciano, retirado de la primera línea de la composición lírica tras el éxito de Aida en 1871. No se veía capaz de superarse y la dimensión ciclópea adquirida por Wagner le inducía al repliegue. En los años siguientes se dedicó a revisar sus óperas anteriores (Simon Boccanegra y Don Carlo) y a empeños de una limitada ambición camerística.



De la magistral maniobra de Ricordi tendremos constancia documental a partir del próximo 15 de septiembre. Ese día el Teatro Real inaugurará una muestra sobre la prolongada gestación de Otello, que finalmente se estrenó, con éxito rotundo, en La Scala en 1887. El coliseo madrileño expondrá un conjunto de cartas, bocetos, contratos y fotografías procedentes del Archivio Storico Ricordi, templo de inexcusable visita para todo musicólogo. Custodiado en la Biblioteca Braindese de Milán, es quizá el fondo privado más valioso sobre la historia de la ópera italiana. Contiene 7.800 partituras y cerca de 10.000 libretos originales, unas 6.000 fotografías históricas y la correspondencia asociada a la actividad de una editorial fundada por Giovanni Ricordi (abuelo de Giulio) en 1808 y que revolucionó el mercado operístico brindando mayor protección a su flanco más débil: el de los compositores.



Fragmento del ensayo general de Otello en el Teatro Real

Yago satánico

Una de esas partituras autógrafas la veremos en Madrid. Recoge el famoso Credo de la maldad, un pasaje inexistente en el drama shakesperiano que Arrigo Boito, autor del libreto, introdujo con la connivencia de Verdi. Quería dotar a Yago de mayor complejidad psíquica. De hecho perfiló al confidente del Moro casi como un personaje satánico. El trazo y la disposición de las notas son muy reveladoras de la personalidad artística de Verdi. "Incluso personas con poco conocimiento sobre música quedan fascinadas ante una escritura tan clara y tan limpia. El maestro, además, enriquece la música y el texto con anotaciones escénicas. Mientras componía la partitura ya vislumbraba en su mente la puesta en escena", explica a El Cultural Pierluigi Ledda, director del Archivio.



Verdi recibió 200.000 liras, unos 900.000 euros de hoy. Disfrutaba del trato de superstar". Pierluigi Ledda

Boito había sido uno de los señuelos empleados por Ricordi para movilizar al músico. El editor urdió una cena en la residencia milanesa de Verdi en 1880. Al parecer, contaba con la complicidad de Giuseppenia Strepponi, mujer del autor de La Traviata. En la conversación sacaron a relucir, ‘por casualidad', el teatro de Shakespeare, un tema del que, sabían con certeza, Verdi no se podría sustraer (era un admirador incondicional del Bardo). Ricordi le comentó que Arrigo Boito estaba preparando un libreto de Otello. Y aunque Boito había sido uno de los principales agitadores de la scapigliatura, movimiento que se revolvió contra los popes de la cultura italiana, incluido Verdi, éste sabía que era un poeta con latido musical: lo comprobó en 1862, cuando manufacturaron juntos el Himno de las naciones. El comentario lo desplegó Ricordi como un capote frente a Verdi, que no se arrancó como esperaban. Pidió simplemente que le fueran informando de los progresos de Boito.



Eludió cualquier compromiso. La tragedia del Moro de Venecia y Desdémona le fascinaba pero tenía claro que le supondría un esfuerzo supremo. Y no quería que otro libreto shakespeariano terminase en el mismo cajón de su finca de Sant'Agata donde cumplía condena el de El rey Lear, drama que le desbordó. Sin embargo, la labor de zapa de Ricordi, paciente y sibilino en su asedio, acabó cuajando. Fue determinante también la complicidad alcanzada con Boito. Ambos relegaron sus querellas previas en el fragor creativo. Verdi recibió 200.000 liras de la editorial, "cantidad que serían unos 900.000 euros de hoy", apunta Ledda. "Además del 40% de la cesión de derechos a los teatros y el 50% de las ventas de las ediciones de la partitura y el libreto. Era un tratamiento económico extraordinario, superior al de cualquier otro compositor de Ricordi en esa época, aparte de una inversión excepcional teniendo en cuenta el éxito irrefrenable de Verdi, gracias al cual disfrutaba de unos privilegios que hoy catalogaríamos como de superstar".



Boceto del tocador de Desdémona (Carlo Ferrario)

No siempre fue así. Lo recuerda Stefano Baia Curioni en el libro Mercanti dell'Opera (Il Saggiatore). Por sus primeras óperas la Casa Ricordi le ofrecía a Verdi montos fijos, muy ajustados, sin acceso a los réditos que a la larga pudieran generar, algo que le sublevaba. Por eso cuando obtuvo su primer éxito masivo, con Nabucco, se vengó de Ricordi vendiendo el 50% de sus derechos a su gran competidor, Francesco Lucca. Pronto se arrepintió de la vendetta. Se dio cuenta de que quien mejor podía defender sus óperas frente a los empresarios era un editor prominente. Verdi ya había aprendido que el éxito de su trabajo dependía en gran medida de calidad de otros ingredientes: la orquesta, la escenografía, el director musical… Y con Ricordi podía estar tranquilo en ese sentido: no malbarataría jamás sus partituras. "Por ejemplo, encargó el vestuario a uno de los diseñadores más prestigiosos de la época, Alfredo Edel, que investigó la pintura veneciana del siglo XV y XVI para realizar figurines históricamente fieles", especifica Ledda.



Credo risorgimentale

De ese modo, el interés mutuo del compositor y el editor forjó una fructífera relación de confianza sostenida a lo largo de décadas. Hasta el punto que Verdi, en los momentos en que las finanzas de la editorial flaqueaban, se prestaba a operaciones comerciales como sintetizar sus grandes títulos para hacerlos más ‘digeribles' en coliseos internacionales. Y no hay que olvidar otro factor que contribuyó a cimentar su complicidad: ambos profesaban el ideario risorgimentale. Tenían la unidad de Italia entre ceja y ceja.



La conservación de todos los materiales permite hacernos hoy una idea precisa del montaje estrenado en La Scala en 1887. "El público del Teatro Real podrá confrontarla con la producción de Otello que estrenará en las mismas fechas. El diálogo entre lo nuevo y lo viejo siempre es positivo, tanto en la continuidad como en la ruptura", añade Ledda. Se refiere a la puesta en escena ideada por David Alden, ya presentada en Londres por English National Opera y que la crítica británica ubicó en el primer parámetro, el de la fidelidad al canon tradicional. Subrayaron su vocación "respetuosa" y su carácter "naturalista", ajeno a invenciones estrambóticas. En Madrid será Renato Palumbo el encargado de dirigir a la Orquesta Sinfónica de Madrid. Y en el elenco vocal Gregory Kunde y Alfred Kim se repartirán el rol del Moro, al que, por no tentar a la corrección política en la capital inglesa, se le aclaró la epidermis, decisión que suscitó intenso debate. ¿Se alteraba así un aspecto esencial del personaje? Decolorar o no decolorar, he ahí la cuestión.



Partitura autógrafa de Otello

La posibilidad del ejercicio comparativo es la ventaja que ofrece una institución empecinada en custodiar su tesoro lírico. En la actualidad pertenece a Bertelsmann, el emporio editorial y mediático dueño de Penguin Random House, que lo adquirió en 1994. Desde entonces el Archivio ha experimentado una notable evolución. Lo explica a El Cultural Helen Mueller, vicepresidenta de Asuntos Culturales del grupo germano: "Durante décadas, fue parte integral de la compañía Casa Ricordi y básicamente servía a sus objetivos comerciales, en particular a la publicación de ediciones críticas. En los últimos tiempos, sin embargo, se ha promovido su conversión en un centro para la investigación. Estamos trabajando juntos bajo una filosofía de conservación a largo plazo. La idea es transformarlo en modelo nacional e internacional para otros archivos históricos en esta era digital, haciendo accesible su documentación no sólo a los académicos sino a un público general".



El proceso de digitalización avanza a todo trapo. "La colección de alrededor de 15.000 cartas y unos 10.000 documentos iconográficos está casi completamente digitalizada. Las partituras ya han sido todas indexadas y una selección de compositores como Rossini, Donizetti, Bellini, Verdi y Puccini ha sido restaurada y digitalizada. En el futuro nuestra prioridad son algunos tesoros únicos, sobre todo los originales autógrafos, y todo el material que profundiza en la relación entre Ricordi y los compositores", precisa Mueller.



Una escala en la ruta turística

Aparte de este trabajo, el gran desafío de Bertelsmann es que las rutas turísticas por Milán hagan escala también en la Biblioteca Braidense. Antes hay que llevar a cabo una labor divulgadora previa, dentro de la cual se inscribe la exposición del Teatro Real. Mueller está convencida de que el atractivo cultural del Archivio trasciende el circuito de iniciados. Y reniega del academicismo ensimismado. "Para mí no hay contradicción entre dar apoyo a las pesquisas de los musicólogos y acercar nuestros valiosos fondos a cualquier otra persona. Mi experiencia personal me dice que no debemos considerar esferas separadas al público y al entorno académico". Seguro que Verdi, que siempre quiso conectar con el pueblo, sin abaratar su discurso artístico, remataría esta sentencia con un sonoro y entonado ‘Amén'.



@albertoojeda77