Estamos en el umbral del verismo. Las voces típicas y clásicas no podían afrontar sin problemas los nuevos cometidos. Había que recurrir a tenores de tipo antiguo, como De Lucia, Valero, Garulli, Figner, que se encontraban bien en el repertorio de gracia. Los más robustos seguían aún técnicas pasadas. Y llegó Enrico Caruso: era el tenor que se estaba necesitando, la solución al problema. Sus primeros pasos como tenor de gracia implicaban no tanto un confinamiento en lo lírico-ligero como una tendencia a la expresión suave y acariciadora. En la fase inicial de la carrera su voz tenía un cierto fondo aterciopelado y una delicadeza de esmalte de extrema sugestión, que se fundaban en un cálido colorido y en una mórbida plenitud de sonido, que asemejaba la arcada de un violonchelo. En esos primeros años eran ya notables su capacidad de modulación y canto a flor de labio; la misma dificultad de la limitación de la zona aguda inducía a una emisión ligera, apta para facilitar la salida a los agudos valiéndose del registro de cabeza puro o de falsete reforzado, como hacían los tenores de la primera mitad del siglo XIX.

Nuestro tenor había nacido en el seno de un hogar muy humilde, en Nápoles, el 25 de febrero de 1873. Su padre era mecánico, pero, como tantos habitantes de la capital de Campania, aficionado al canto. El niño se destacó pronto en los coros infantiles y, al cambiar la voz, se vio que poseía un bello timbre tenoril. Cantaba por las calles y en fiestas de la burguesía. Guglielo Vergine fue su primer maestro. Tras cumplir el servicio militar, debutó el 16 de noviembre de 1894, en el Teatro Nuovo de Nápoles, cantando la prèmiere de la ópera Amico Francesco de Morelli.

El Lírico de Milán lo contrató en 1897. Año en el que empezó a asentar la técnica y el instrumento y a darse cuenta de la naturaleza de este. Fueron años de afirmación y de expansión en los principales teatros italianos y europeos. En 1899 dio del salto al Nuevo Mundo. El 23 de noviembre de 1903 se produjo su debut en el Met de Nueva York con Rigoletto, una fecha clave en su biografía. En 1918 se casó con Dorothy Benjamin, una rica heredera. Dos años más tarde empezó a sufrir molestias pulmonares, que fueron complicándose poco a poco hasta que se trasladó a Nápoles para iniciar una convalecencia que duró poco. Falleció el 2 de agosto de 1921. Siempre se ha hablado de la impericia de los médicos que lo trataron.

La voz de Caruso era en muchos aspectos única. Su rara pastosidad, su densidad, su amplitud e intensidad vibratoria no han conocido parigual. La potencia, el tinte baritonal, la demoledora energía de los agudos, la descomunal tensión de sus interpretaciones, han hecho historia. Era un caso sorprendente de producción del sonido, que salía catapultado de aquel fornido cuerpo merced a una especial e inusitada presión subglótica, un torrente sonoro, una corriente imparable que arrasaba. Parecía que aquella monumental sonoridad saliera de todas y cada una de las partes de un organismo hasta formar una masa compacta, sanguínea y vital que concedía una singular veracidad, humanidad y calor a lo cantado.

En el momento en el que Caruso se centró, a finales del XIX y principios del XX, tras estrenar Fedora, por ejemplo, se vio que era justamente el intérprete que se estaba necesitando; un cantante realmente revolucionario; un cantante verista. Lo bueno es que el napolitano no se acercaba a la nueva literatura, como se ha venido haciendo más tarde y se hace aún ahora, a través del mero grito, de la mera invectiva, en busca de ese realismo que preconizaban los Mascagni, Leoncavallo o Giordano, sino a través del canto bien hecho, bien proyectado, bien resuelto; los cánones no varían y hay siempre una base técnica y expresiva que ha de ser respetada. Ya lo decía nuestro Alfredo Kraus, y hay que entenderlo desde esta perspectiva: el verismo también es belcanto. Es decir: en el verismo también hay que cantar bien, más allá de que se busque una nueva y más intensa expresión. Caruso proporcionaba esa posibilidad y abría por tanto caminos.

El estilo de Caruso se basaba principalmente en el cantabile. Una vez adquirida la seguridad en el si bemol y si natural agudos, el cantante se dedicó a despojar a los personajes del verismo de mimos y arcaísmos: la cautela de los ataques, los portamentos melindrosos, las florituras excesivas, los filados interminables, los sonidos blancos de los pianisímos. Nacía así un canto de extrema espontaneidad y naturalismo, de pincelada rápida, inmediata.