Imagen de la espectacular escenografía firmada por Harmut Schörghofer

La representación de Demon en el Liceo, a partir del lunes, es uno de los acontecimientos operísticos de la temporada. En Barcelona estará sostenida por las voces de Egils Silins y Asmik Grigorian.

Sin duda, una de las citas más interesantes de la actual temporada operística es la que se dará a partir de este lunes 23 el Liceo de Barcelona con Demon de Anton Rubinstein, que es el título más novedoso del cartellone. La fantasía de su creador para construir ambientes y pintar atmósferas, así como su facilidad para dibujar melodías y cuidar líneas vocales, pudieron ser comprobadas por los espectadores de la primera representación en el Teatro Mariinski de San Petersburgo la noche del 13 de enero de 1875. El argumento se extrajo de una suerte de poema dramático escrito entre 1829 y 1841, por Mikhail Lermontov, que aprovechó uno de sus exilios en el Cáucaso. Obra evidentemente byroniana, publicada en 1860, que rápidamente captó la atención de compositores como Balakirev, que escribió un poema sinfónico, y Napravnik, que tejió una sinfonía.



Rubinstein también se sintió atraído por una historia que narra, a lo largo de un prólogo y tres actos, provistos de varias escenas, y a muy grandes rasgos, el intento de seducción por parte del Demonio de una princesa caucasiana después de haber dado muerte al novio de la joven. Finalmente ese propósito se va al traste -aunque ella, Tamara, duda en ciertos momentos- por la intervención de un ángel. El compositor, según Michel Maximovitch (autor de La ópera rusa), no reflejó más que el aspecto lírico del poema, largamente desarrollado en su música, ya que eliminó casi por completo la dimensión romántica y el desafío metafísico del Demonio.



Pero fue muy hábil para recoger pasajes en los que brilla el folclore del Cáucaso oriental, con ligeros toques armónicos y empleo más o menos facilón del intervalo de la segunda aumentada y la combinación, en afortunado contraste, del diatonismo de los coros con el cromatismo de algunas escenas. Con todo y pese a lo variado y lustroso de algunos instantes, se echa en falta una dramaturgia más elaborada y unos recitativos más acabados. Aun sin llegar a ser plenamente expresiva, no cabe negar un parentesco con algunas partituras orquestales, en todo caso más emotivas, de Chaikovski.



Hay que admitir una relación, quizá no buscada, con óperas como el Mefistófeles de Arrigo Boito o El holandés errante de Wagner. También con lo de demoniaco que pueda tener el personaje de Hermann de la chaikovskiana La Dame de pique, quince años posterior. Puede decirse, con Kaminski (autor de Mille et un Opéras), que a pesar de las apariencias Demon se aparta de los dos vectores concurrentes en Glinka, el nacional ruso y el feérico, dando preponderancia a aspectos anecdóticos que desequilibran a veces el planteamiento dramático inicial. En todo caso es muy bello el final de la obra, cuando el demonio es condenado y el alma de Tamara asciende a lo más alto en medio de cánticos celestiales después del intenso dúo entre los dos personajes.



El barítono Ivan Melnikov, primer Boris Godunov de Musorgski y primer Príncipe Igor de Borodin, fue el creador de la parte protagonista. La soprano Vilhelmina Raab fue la que dio vida a Tamara. En las representaciones liceísticas, las primeras de esta producción, estos papeles estarán en las voces del letón Egils Silins y de la soprano lituana Asmik Grigorian. En este montaje, planeado en colaboración con el Helikon Opera de Moscú, la Ópera Nacional de Burdeos y la Ópera Estatal de Nurenberg, intervienen el fantasioso regista Dmitry Bertman y el director musical Mikhail Tatarnikov. La espectacular escenografía es de Hartmut Schörgho- fer.