Krystian Zimerman. Foto: Akira Kinoshita.

Llevará a cabo su habitual dominio de técnica y emoción con un programa en torno a Debussy que contiene el piano de todos los tiempos.

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  • Cada vez que vuelve a España Krystian Zimerman, los grandes aficionados al piano esbozan una sonrisa, de esas que surgen cuando se avista un disfrute inusual, el que deriva de un talento en sazón, de una técnica depurada y de unos criterios musicales de primer orden. El artista polaco va a actuar hoy en el Baluarte de Pamplona, el domingo en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo y el 3 de mayo en el Victoria Eugenia de San Sebastián.



    En verdad, pocos pianistas tan honrados y empeñados en seguir una evolución constante, tan ávidos de enriquecer día a día su conocimiento y de profundizar en los porqués de la música que toca como los de este intérprete, nacido en Zabrze en 1956. Muy pocos pasarán como él años y años dando forma, sacando brillo podríamos decir, a una futura recreación de una obra pianística y haciéndose, durante el proceso, una serie de pertinentes preguntas. Con él no hay miedo a la monotonía, al recurso gratuito, a la arbitrariedad.



    Admiramos su seriedad, su rigor, el grado de depuración logrado en un largo camino que empezó cuando tenía 5 años. Estuvo bien adiestrado en un principio por el competente Andrzeij Jasinski, autoridad en Varsovia, que lo situó en la senda de la gran tradición polaca; no ya la representada por Rubinstein, sino la defendida por otros grandes, como Hofmann, Horszowski, Friedmann o el singular Paderewski, todos ellos, en una u otra medida, herederos del legendario Leschetizky. Quizás Zimerman, sin proponérselo, ha hecho suya una de las máximas de este último: la técnica, con ser importante, no lo es tanto como la absoluta restitución de todos los detalles de la obra objeto de análisis e interpretación.



    En orden a establecer las diferencias estilísticas es fundamental su conocimiento de la música en sí y su capacidad para trasladarla al teclado con los valores idóneos, pero lo es más su estudio de las épocas creadoras y su identificación con los instrumentos, con los pianos, sobre los que posee saberes raros. Hasta el punto de que ha contribuido a la fabricación de alguno de los instrumentos que maneja. A este respecto es cuando menos sintomática su exigencia durante una grabación con Bernstein y la Filarmónica de Viena de los conciertos Tercero y Cuarto de Beethoven. En aquella ocasión insistió en emplear un instrumento distinto para cada obra, "porque cada uno tiene su propio sonido".



    Tras más de 35 años de carrera, Zimerman no es sólo un virtuoso indiscutible, que puede vencer desde un punto de vista mecánico toda dificultad, sino un hombre que sabe dosificar perfectamente sus aptitudes, articular con habilidad y gracia el discurso musical, regular con sabiduría los factores rítmicos y dinámicos y proveer de transparencia cual- quier textura. Estamos ante un pianista nada vanidoso, antidivo, original. Un poco bicho raro. El encuentro con él se producirá en esta ocasión con un programa constituido por obras en torno a Debussy, un autor que viene como anillo al dedo a los medios y estilo de este artista, que domina como pocos la técnica del sfumato, la frase apuntada, el rubato prescrito para composiciones aparentemente neblinosas. Anotemos que el artista regresará en septiembre de este año para tocar en Madrid un concierto dentro del ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo.