Olivia Molina y Miguel Rellán (en el centro) durante una escena de 'El viaje a ninguna parte'. Foto: David Ruano.

En marzo ha empezado a funcionar sobre los escenarios españoles el Plan Platea. Dotado con 6 millones de euros, busca paliar la inmovilidad forzosa de muchas compañías por la falta de contratos. Ya ha propiciado casi 1.400 actuaciones. Con el Día Mundial del Teatro de fondo, El Cultural analiza los efectos de esta iniciativa. Políticos, directores, actores y productores dan su punto de vista.

El cuentakilómetros de Emilio Gutiérrez Caba, con medio siglo de carrera a cuestas, arroja cifras desorbitadas. Se ha trotado España (y eventualmente Hispanoamérica) cientos de veces a lo largo del último medio siglo. Conoce como pocos los altibajos de un gremio acostumbrado al nomadismo que de repente ha tenido que echar el ancla. Una condena a la inmovilidad que pretende levantarles ahora el Plan Platea. Recuerda el histórico actor que en sus comienzos los teatros rezumaban cochambre pero cobraban semanalmente su salario. "El representante de la compañía se reunía con el empresario al término de la función, contaban los billetes y los repartían. Todo en el acto", explica a El Cultural. "Era un engorro. En aquella época no había tarjetas de crédito y todo lo que recibíamos era en metálico. Tampoco había sucursales y teníamos que llevar grandes cantidades encima, cambiando casi cada noche de pensión". Con la llegada de la democracia la higiene en los camerinos mejoró infinitamente, a golpe de decretos protectores de los edificios históricos y de los cómicos. Pero la agilidad con la que se liquidaban los beneficios se enfangó. "Entonces eran dos partes las que debían ponerse de acuerdo pero pronto empezaron a inmiscuirse muchas nuevas: que si la Hacienda de la Diputación, que si la de la Comunidad Autónoma, que si la del Ayuntamiento, que si la Central... A veces da la sensación de que trabajamos bajo un régimen stalinista".



Los plazos de cobro se prolongaron hasta alcanzar demoras que, en estos tiempos críticos, han dejado a muchas formaciones al borde de la inanición financiera, incluidas las más exitosas. Ahí está el ejemplo de la liderada por Miguel del Arco y de Ron Lalá. Todo el mundo les llamaba pero muy pocos les pagaban. Al final a las compañías no les merecía la pena echarse al camino. Y a los municipios tampoco les interesaba llamarles porque corrían el riesgo, si el público no se movilizaba en masa, de engrosar sus ya de por sí cuantiosas deudas. Este círculo vicioso ha dejado tiritando la cartelera de muchas ciudades españolas, más allá de Madrid y Barcelona. El número de representaciones ha caído fuera de estas dos capitales entre un 30% y un 40% en las tres últimas temporadas. El Inaem, consciente de este retroceso, ha armado una iniciativa que ha empezado aplicarse este mes de marzo y se extenderá hasta final de año. Es el Plan Platea y, en resumidas cuentas, ofrece una red salvavidas a los ayuntamientos para los casos en que una función resulte un fiasco económico. Los consistorios deben pagar el caché de las agrupaciones con cargo a la recaudación en taquilla. Pero si el dinero generado por la venta de entradas no lo cubre por completo, entonces el Inaem paga el resto. En un plazo máximo de 30 días naturales tras la representación las compañías deben haber cobrado sus honorarios.



La partida presupuestaria destinada a este plan es de 6 millones de euros. En teoría, si el público respondiese, no sería necesario agotarla. Pero Miguel Ángel Recio, director del Inaem, aclara a El Cultural que "los cálculos están muy ajustados, a partir de los aforos y los precios de las entradas, y lo más probable es que se utilice en su totalidad". Recio ensalza el elevado número de entidades locales que se ha adherido a Platea. Sus ideólogos tienen la sensación de haber dado con la tecla. En total, se han sumado 173. Algunas han tenido que ser descartadas por no poder asegurar las liquidaciones express exigidas. Arrastran la inercia de trasvasar la recaudación teatral a la caja común del ayuntamiento, y ya se sabe que cuando entra ahí el dinero la velocidad de los pagos se espesa hasta la desesperación. Las compañías seleccionadas son 435 y ofrecerán 1.396 actuaciones. "Sinceramente, no pensábamos que fuéramos a llegar a tantos ayuntamientos. Con 100 nos hubiéramos sentido satisfechos. Al contar con muchos más, se disparó exponencialmente la cifra de compañías y de montajes".



El plan además está desencadenando un efecto expansivo: "Como garantizamos al menos un bolo con Platea en cada ciudad, las compañías están dispuestas a hacer otros más porque ya están allí. Aunque no estén contratadas por nosotros, es el Plan Platea el que indirectamente los está propiciando. Quizá, por esta vía, puedan hacerse otras 400 o 500 representaciones. Habrá que verlo". Sí, habrá que ver cómo lo planificado sobre el papel se termina acoplando a la convulsa realidad del sector escénico español. Y si tiene continuidad en el futuro, para que no acabe siendo pan para hoy y hambre para mañana, como algunos vaticinan. Recio no lo duda: "No prevemos recortes en 2015 para las artes escénicas, pero si los hubiera, Platea no lo tocaríamos. Es para nosotros una prioridad". De momento, la mayoría lo ha acogido como un empujón de esperanza entre tanta grisura. "El paso del caché a la taquilla pura y dura ha sido un suicidio en un país en el que no existe un público amplio concienciado con el teatro", afirma Jesús Cimarro, vicepresidente de Faeteda y director de Pentación, productora que está presente en Platea con la Hécuba protagonizada por Concha Velasco. "Ese tránsito, acelerado por la crisis, ha sido un desastre. El modelo intermedio que se plantea ahora es mucho más razonable".



Gutiérrez Caba lo ve como "un gesto de buena voluntad". "Y aunque haya muchos motivos para quejarse, los gestos de buena voluntad hay que agradecerlos siempre". El veterano actor estrenará en mayo en el Fernán Gómez La mujer de negro. Es una pieza que ya protagonizó a finales de los 90 y en la que ahora, aparte de encarnar al abogado Arthur Kipps, asume la dirección. La versión española del texto de Susan Hill tuvo un respaldo multitudinario. La exhibieron por todos los rincones del país. "Menos uno. A Tenerife no pudimos ir porque a la responsable escénica de allí no le gustaba y nunca quiso hacernos un hueco", explica. Gutiérrez Caba lamenta el excesivo poder adquirido por esos gerifaltes de la cultura en los ámbitos local, provincial y autonómico: "Estas divisiones han complicado muchísimo también las giras. Para actuar en cualquier teatro antes hay que negociar todo tipo de cargos políticos y administrativos". Cada uno con sus normativas y requisitos. Platea busca rebajar la altura de esas barreras. Con ese objetivo, sólo permite a los ayuntamientos contratar compañías de fuera de la Comunidad Autónoma a la que pertenecen. Cataluña exportará 321 bolos e importará 52. Madrid, por su parte, coloca fuera 449 y absorbe 109.



Entre los dos polos de mayor actividad escénica en España se sitúa Zaragoza. La capital aragonesa ha exprimido el cupo de montajes que podía acoger a través de Platea (15 como máximo). El Teatro Principal, con un aforo para 900 personas, es donde se representarán todas esas propuestas, que engloban, aparte de teatro de texto, espectáculos infantiles y danza, dos disciplinas reforzadas con una especie de discriminación positiva. Rafael Campos, el responsable de su programación y también director y autor teatral, explica a El Cultural que, con el colchón del Inaem, han aprovechado para "traer lenguajes escénicos que tienen más dificultades para llegar al público". Y cita a Claudio Tolcachir y su turbio drama familiar Emilia, que hace escasos meses pasó por los Teatros del Canal. Campos, a pesar de "algunos desajustes", loa el impulso dado al sector por el plan y confirma el efecto colateral positivo al que aludía Recio: "Es cierto que tanto a las compañías como a los teatros nos da menos miedo contratar a taquilla otras funciones, ya que al menos una está asegurada".



De todas formas, este programador asegura que "la solera del Teatro Principal es un reclamo sólido para que incluso las compañías de creación estén dispuestas a acudir a Zaragoza", fiando su remuneración únicamente a lo obtenido con la venta de entradas. Afirma que al año pasan por allí más de 80 compañías y la cifra de espectadores ronda los 150.000 (ligeramente adelgazada en 2013). No lo tiene tan claro su paisano Alberto Castrillo-Ferrer, actor, profesor de interpretación, director y fundador de Entramados, una formación que se gestó durante los ensayos de Todos eran mis hijos, que Tolcachir subió a las tablas del Español en 2010. La complicidad surgida en el plantel de actores (él, Fran Perea, Manuela Velasco...) les determinó a hacer camino juntos. Consiguieron estrenar en Matadero Feelgood, una sátira de la afición del hombre por el poder en clave de humor. Esta misma obra estará en Zaragoza y Málaga respaldada con la red anticaídas de Platea.



Castrillo-Ferrer no se anda por las ramas al juzgar la situación del teatro en su ciudad: "Yo sé que hay compañías que cuando les proponen ir a Zaragoza a taquilla les entran sudores. Es muy triste ver como una ciudad de 700.000 habitantes sólo tiene un teatro de referencia. Debería haber al menos cuatro o cinco como el Principal. Pero no podemos esperar otra cosa. La crisis ha desenmascarado la falta de educación teatral en la sociedad. La Administración lleva años sin mover ni un dedo. Y yo como teatrero tampoco excluyo nuestra parte de culpa en no haber sabido ganarnos el favor de la gente". Milita a su vez desde hace 15 años en Gato Negro, una pequeña compañía zaragozana, pero no le quedó otra opción que instalarse en Madrid para que su trayectoria no se viera frenada en seco. "Es lo que nos sucede a todos los que nos dedicamos a esto en Zaragoza. Tenemos que irnos. Las provincias están muertas". A ver si Platea consigue devolverles las constantes vitales. Aunque es algo que sólo podrá conseguirse si este plan (certeramente planteado) se corona con la suavización del brutal 21% de IVA. Para el arte ya se ha hecho. La escena sigue a la espera. Los cómicos reclaman carretera y manta. Que sus cuentakilómetros vuelvan a girar. Les va la carrera en ello. "Un actor es como un atleta, que debe ejercitarse constantemente. O como un periodista, que debe escribir cada día. La desaparición de las giras nos hunde", setencia Gutiérrez Caba.