Bob Marley (Nine Mile, Jamaica, 1945-Miami, 1981) es una de las personas más importantes del siglo XX porque su trascendencia va más allá de la música. ¡Y qué música! El divino reggae sigue siendo una de las creaciones más explosivas, profundas y hermosas del siglo XX, pero su legado no se detiene allí.

Marley se mantiene como un mito a la altura de Mandela, Martin Luther King o Gandhi por su enorme estatura moral, el hombre, el activista y el artista que trascendió la política con un mensaje de amor, compasión y dignidad que más allá del buenismo “fumetas” al que a veces se le quiere reducir para desactivarlo tiene una fuerte carga revolucionaria.

Marley significa la posibilidad de superar la injustica, el dolor y la pura maldad del colonialismo sin ira ni rencor, y aunque es una figura política, la paradoja es que su mensaje fundamental quizá es precisamente la “no política” (en la que nunca se metió en el sentido clásico) porque los seres humanos somos más importantes que una raza o una ideología, nos recuerda que hay algo más real e importante que nos une como personas que es nuestra propia humanidad, nuestra posibilidad de alcanzar en nuestros corazones lo sublime y la comunión con los demás.

Superando las barreras entre izquierda y derecha, blancos y negros, negándose a entrar en la ciénaga de la política su mensaje es más claro, cristalino y relevante, expresado en esas canciones que derrochan sensibilidad e inventaron un género musical e incluso una forma de vida. Marley forma parte del reducido grupo de los visionarios.

Ya quedan pocos rastas, en los 80 y aún en los 90 había muchísimos. Las canciones de Marley sin embargo siguen vivas. Hace bien Hollywood en reivindicar a un personaje no solo tan "importante", también lleno de aristas y complejidades porque el apóstol del "one love" también era un ser humano con sus defectos y contradicciones.

Detrás de la cámara un cineasta tan interesante como Reinaldo Marcus Green, quien saltó a la fama con Joe Bell (2020), un drama contra el bullying con Mark Wahlberg, y ha dirigido obras tan interesantes como la serie documental Estados Unidos: la lucha por la libertad (2021), presentada por Will Smith, sobre el racismo institucional en Estados Unidos o El método Williams (2021), también con Smith, centrada en los méritos del padre de las tenistas Venus y Serena Williams.

One Love tiene el acierto de no querer abarcar la vida entera de Marley sino que se centra en sus últimos años de vida, cuando ya era un icono mundial. Interpretado con talento por Kingsley Ben-Adir, la película cuenta su voluntad de celebrar un concierto en Jamaica en medio de una cruenta guerra civil que sirviera para unir al país.

Una decisión peligrosa, ya que existía riesgo claro de violencia e incluso de que lo intentaran asesinar. Esto casi sucede poco antes del recital, cuando unos pistoleros irrumpieron en su casa para acabar con él, pero no lo consiguieron. Su mala puntería (entraron siete mataron y no mataron a nadie) hace pensar que se trataba de amedrentarlo más que de aniquilarlo, tragedia de imprevisibles consecuencias dada su condición de semidios en Jamaica.

Movimiento rastafari

A partir de aquí, vemos cómo Marley se sobrepone al atentado, finalmente celebra el recital en medio de una enorme tensión, se pelea con su mujer y da vueltas por el mundo propagando su mensaje rastafari y graba su última obra maestra, Exodus, álbum que la revista Time consideró el mejor del siglo XX.

La película no profundiza en el contexto social y político poscolonial en una isla como Jamaica, que fue víctima de una brutal violencia y explotación de recursos por parte de los ingleses y estadounidenses.

Hay quien ha criticado la película por no mostrar el lado oscuro de Marley, su homofobia o su trato con las mujeres, olvidando que los santos no existen y no hay un solo defecto de Marley que no pueda achacarse precisamente a esa enorme violencia estructural que él y los suyos recibieron durante siglos.

La cultura de la cancelación, con algunos aspectos positivos, alcanza niveles siniestros e incluso racistas en la condena de Marley al no comprender que es imposible juzgar bajo esos parámetros a un hombre que creció con una madre que lo tuvo a los 18 años en una casa donde no había electricidad ni agua.

[La leyenda de Marley renace en un documental con imágenes inéditas]

Como sucede con otro icono fundamental del siglo XX, Charles Chaplin y su creación de Charlot, Marley es un personaje fácilmente manipulable en una versión tierna, simpática, el “drogata” de buen rollo cuando el amor que propaga Marley no es un amor naif ni “buenista”, sino el resultado de un profundo trabajo espiritual para superar el odio y el rencor en el que también resuena una rabia, un deseo de justicia, que nada tiene de “buenrollero” sino que es profundamente revolucionario.

A pesar de sus logros, y del valor de su mera existencia, Bob Marley: One Love cae a veces en esa caricatura. La película sirve como introducción apasionante al personaje y se nota que está rodada con justa devoción por él, pero le falta profundizar en la esencia de un legado más complejo y “peligroso”, por eso precisamente se le quiere convertir en un personaje ñoño. No lo fue, ni mucho menos. Su música transmite amor, pero también un sentido de dignidad, de lucha y de rebelión que es todo menos Mr. Wonderful.