Hay quienes encuentran en el cine de Christopher Nolan (Londres, 1970) a un legítimo sucesor (o sucedáneo) de Stanley Kubrick. Sus respectivas aventuras interestelares ponían de manifiesto que ciertas ambiciones por llevar el lenguaje cinematográfico a códigos científicos de narrativas complejas pueden ciertamente equipararles, pero no así el alcance poético de sus propuestas, como evidencia cualquier comparativa entre Interstellar (2014) y 2001, una odisea del espacio (1968).

Sí, las comparaciones siempre son odiosas, pero el propio Nolan (y algunos ejemplos, secuencias concretas, son evidentes) no ha mostrado nunca reparos en colocar al autor de Senderos de gloria (1967) en el altar de sus referencias. Películas como El caballero oscuro (2008), Dunkerque (2017) y Origen (2010) son claros testimonios de ello. El británico vio en un cine londinense de Leicester Square la epopeya galáctica de Kubrick con apenas siete años, y ha confesado que desde su primer largometraje –la muy encomiable Following (1998)– busca con su cine trasladar al espectador esa sensación transformadora.

Su nuevo trabajo, Oppenheimer, bien podría establecer otro espejo deformado con la filmografía kubrickiana, en este caso con ¿Teléfono rojo? Volamos a Moscú (1964), pues ambos filmes toman como centro de sus órbitas el poder destructivo de la bomba atómica. De hecho, el origen del deseo de Nolan por este retrato del físico nuclear yace en la perturbación y el miedo que generó en los científicos del Proyecto Manhattan sus investigaciones para crear la bomba, y a cuyo peor escenario Oppenheimer se refirió como “la terrible posibilidad”.

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Esa posibilidad es la que, de hecho, puso en escena Kubrick con delirante ingenio cómico, pues pensaba que no había otra forma de abordar tal sinsentido para la humanidad que a través de la sátira extrema. Una de las razones de peso que argumentan tanto feligreses como detractores del universo Nolan es el carácter épico y sombrío de su cine.

Debemos esperar otro thriller épico en manos del autor de Tenet (2020), aquella película que iba a salvar al cine del colapso pandémico de las salas. Cada cual tendrá su percepción sobre ello, pero con toda su pirotecnia espacio-temporal, Tenet fracasaba en su propósito. Desde la magnífica Memento,el cine de Nolan oposita como una suerte de criptograma que desafía las percepciones espacio-temporales, y la experiencia de Tenet parecía llevar al extremo esa sensación de tener que resolver un sudoku.

No se le puede negar a Nolan su capacidad para traer inteligencia a la infantilizada producción del 'blockbuster' contemporáneo

Protagonizada por Cillian Murphy en el papel de Robert Oppenheimer y Emily Blunt dando vida a su esposa, la bióloga y botánica Katherine Oppenheimer, el filme que llega a nuestras salas el próximo jueves, 20 de julio, reúne todas las cualidades que han caracterizado a Nolan.

Carrera armamentística

Rodada en IMAX, el núcleo de la propuesta yace en las contradicciones del propio Proyecto Manhattan, cuyas pesquisas con los secretos de la fisión nuclear plantaron la semilla para infinidad de innovaciones científicas y tecnológicas, pero también fue el pistoletazo de salida de una carrera armamentística de consecuencias sísmicas que introdujo un nuevo miedo existencial, resurgido en el último año con la invasión rusa de Ucrania.

A partir de la novela ganadora del Pulitzer Prometeo americano: el triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, de Kai Bird y Martin J. Sherwin, el guion escrito por el propio Nolan toma la forma de un thriller épico-histórico en torno a uno de los momentos más catárticos que ha vivido la Humanidad.

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“En los momentos precedentes a la prueba Trinity, Oppenheimer y su equipo estuvieron lidiando con la posibilidad de que, cuando apretaran el botón y detonaran esa primera bomba destruirían todo el planeta. No había ninguna base matemática ni teórica que les permitiera descartar esa posibilidad, por pequeña que fuera”, explica el cineasta.

Esa clase de tensión, que tanto recuerda al clímax de El caballero oscuro, es hacia la que conducen las estrategias inmersivas a las que se debe el cine de Nolan, que en esta ocasión se propone explorar las profundas contradicciones en la psique de una mente superdotada, responsable del invento más destructivo pero al mismo tiempo compendio del conocimiento humano sobre las leyes físicas del universo.

Basculando entre la experiencia subjetiva de Oppenheimer (en color) y la narración objetiva de los hechos (en blanco y negro), el filme explora dos periodos distintos. Por un lado, los años del Proyecto Manhattan, pero también los años posteriores, en los que la perspectiva respecto al legado de Oppenheimer tras la Segunda Guerra Mundial fue modificándose.

Las torsiones del tiempo, tratado como un todo que desprecia las líneas temporales clásicas para hacer convivir pasado, presente y futuro, vuelven a desafiar las convenciones narrativas y poner a prueba las facultades del espectador. No se le puede negar a Nolan su capacidad para traer inteligencia y experimentación a la más bien infantilizada y errática producción del blockbuster contemporáneo.