La comedia romántica no suele ser el género más apreciado por la crítica o los grandes festivales. Tiene por tanto doble mérito que el director noruego nacido en Copenhague Joachim Trier (1974) haya derribado barreras con La peor persona del mundo, en la que reflexiona sobre la “liquidez” de las relaciones amorosas en el mundo contemporáneo a través de la peripecia de una chica de veinte años que no sabe lo que quiere, ni profesional ni sentimentalmente. La protagonista es Julie (Renate Reinsve, ganadora del premio a la mejor actriz en el último Festival de Cannes), quien primero estudia medicina, luego fotografía y termina trabajando como librera con aspiraciones a escritora. Del mismo modo que Julie no es capaz de encontrar un canal adecuado para liberar su caudal creativo y vital, tampoco se aclara sobre el hombre al que quiere.

“Todo es transaccional. El amor es una especie de mercado en el que cada uno aporta su valor”. 

Joachim Trier

Primero, se enamora de Aksel (Anders Danielsen Lie), un novelista gráfico quince años mayor que es una estrella del cómic underground, y después de Eivind (Herbert Nordrum), un joven que trabaja como camarero y no come aguacates porque por culpa de ellos “hay sequía en Chile”. El problema de la protagonista, que, como ella misma confiesa, “nunca terminada nada”, es que no es feliz en ninguna faceta de su vida y no se aclara con respecto a sus sentimientos. Con Aksel, tiene la sensación de que ambos están en etapas vitales distintas. Con el segundo se siente decepcionada por su falta de ambición. Julie es un personaje contemporáneo, entre una vida laboral errática y la indecisión constante.

Un yo idealizado

“Creo que las mejores comedias románticas usan la negociación que se produce cuando nos acercamos a otra persona como trampolín para plantear cuestiones existenciales. Para poder experimentar el verdadero amor es necesaria la pérdida de tu yo idealizado –señala Trier–. El punto de partida es una comedia romántica pero se convierte en una reflexión sobre la idea de la identidad y la limitación del tiempo de que disponemos. Simpatizo mucho con Julie, esa mujer que a los 30 tiene la sensación de que aún no ha crecido”, explica el director. En un momento del filme, Julie se compara con sus ancestros, de la vida miserable de su bisabuela a la experiencia como madre soltera de su progenitora.

En su condición de película existencialista, según Trier vemos a una joven “condenada a ser libre”. El director opina que el personaje “adquiere su consistencia en su falta de consistencia”. Zygmunt Bauman, el gran filósofo de las actuales relaciones humanas, lo expresaría de esta manera: “Vivir juntos adquiere el atractivo del que carecen los vínculos de afinidad. Sus intenciones son modestas, no se hacen promesas, y las declaraciones, cuando existen, no son solemnes, ni están acompañadas por música de cuerda ni manos enlazadas. Casi nunca hay una congregación como testigo y tampoco ningún plenipotenciario del cielo para consagrar la unión”.

El problema de la película es que Julie no es feliz y el hecho de vivir en un mundo que parece darle todas las oportunidades y facilidades para que lo sea, solo logra amargarla más. El propio título, La peor persona del mundo, nos remite a ese estado de confusión y sentido de culpabilidad que arrastra la protagonista por no ser capaz de “profundizar en nada” y sentirse perpetuamente desubicada. El célebre poema de Jaime Gil de Biedma, “que la vida va en serio / uno lo empieza a comprender más tarde / – como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme la vida por delante” resuena en todos los fotogramas.

Trier lo expresa de esta manera: “Ella se da cuenta de que lo que calibra como pequeños periodos de su vida son en realidad la esencia de quién es y lo que experimenta porque tiene muy poco tiempo. Supongo que eso es lo que significa crecer”. En clave más trágica, el director ya abordó el fin de la juventud en la espectral Oslo, 31 de agosto (2011), adaptación de la obra de Drieu de la Rochelle de la que ya hizo una versión Louis Malle en 1963, El fuego fatuo.

Dividida en doce capítulos, La peor persona del mundo avanza desde la comedia romántica con tintes de retrato sociológico al melodrama. Los vaivenes de la protagonista pueden parecer irritantes pero al mismo tiempo nos resultan dolorosamente cercanos, ya que sirven como paradigma de la neurosis actual en Occidente.

Julie no lucha contra las convenciones sociales, los dos hombres de su vida respetan su deseo de ser libre. Su problema, en términos sartrianos, es que no sabe qué hacer con esa libertad: “En nuestra sociedad solemos tener muchas relaciones, no todo el mundo encuentra al compañero perfecto a los 18. Quizá eso es sano, eso es bueno, pero también debemos aceptar el duelo, la confusión y la alegría que causan estas rupturas y reconciliaciones. Todo se convierte en transaccional, el amor es una especie de mercado en el que cada uno aporta su valor. Puedes anular a alguien en Tinder y eso te da una noción de libertad pero también es muy inhibidor. Esa es la paradoja del mundo moderno”.