El sueco Ruben Östlund gana la Palma de Oro con Square

El sueco Ruben Östlund gana la Palma de Oro con Square, una sátira sobre el arte contemporáneo. Joaquin Phoenix y Diane Kruger premiados a la mejor interpretación y Sofia Coppola se alza como la mejor directora del certamen. Analizamos en diez puntos qué ha dado de sí esta decepcionante edición del setenta aniversario, que solo se recordará porque Twin Peaks estuvo ahí y Kiarostami envió una obra maestra desde el más allá.

The Square es una película que apunta en demasiadas direcciones y no termina de decidirse por ninguna, pero desde luego al lugar al que uno nunca sospechó que llegaría es al de recoger la Palma de Oro. Ni nos complace ni nos indigna, es lo que es y quizá lo que se merece una sección a concurso tan raquítica como la de este año, tan francamente inmemorable. Es la película más ambiciosa de Ruben Östlund, el sueco que hizo Fuerza mayor, pero su supuesta parábola sobre la deshumanización de las relaciones sociales, tomando como terreno de estudio el mundo de las élites del arte contemporáneo, se bifurca en demasiados tonos, anécdotas e ínfulas estéticas como para celebrar su supuesta incorrección como estado del arte contemporáneo. A Sofia Coppola no le viene grande la Palma a la mejor dirección por La seducción, la primera vez que Cannes concede el premio a una mujer en 25 años (la última fue Jane Campion en 1993), mientras que Joaquin Phoenix y Diane Kruger sacan el máximo provecho de dos películas concebidas para su lucimiento. Lo del Premio Especial a Nicole Kidman brinda algo de justicia al regreso de la actriz (presente en cuatro producciones estrenadas en Cannes) a la pomada del cine contemporáneo, mientras que los premios del jurado a los trabajos de Robin Campillo y Andrei Zvyaginstev entran en la lógica de la sensatez.



- PALMA DE ORO: Ruben Östlund por The Square.

- PREMIO ESPECIAL 70° ANIVERSARIO: Nicole Kidman por The Beguiled (La seducción) y The Killing of a Sacred Deer (Yorgos Lanthimos).

- GRAN PREMIO DEL JURADO: 120 BPM de Robin Campillo.

- MEJOR DIRECCIÓN: Sofia Coppola por The Beguiled (La seducción).

- MEJOR ACTOR: Joaquin Phoenix por You Were Never Really Here (Lynne Ramsay).

- MEJOR ACTRIZ: Diane Kruger por In the Fade (Fatih Akin).

- PREMIO DEL JURADO: Loveless de Andrei Zvyagintsev.

- MEJOR GUIÓN: Ex aequo para Yorgos Lanthimos (The Killing of a Sacred Deer) y Lynne Ramsay (You Were Never Really Here).

- CÁMARA DE ORO A LA MEJOR ÓPERA PRIMA: Jeunne Femme, de Léonor Serraille.

- PALMA DE ORO MEJOR CORTOMETRAJE: A Gentle Night, de Qiu Yang.



1) Haciendo historia: Lynch, Kiarostami, Eastwood. Aunque la historia no la escriba este año el palmarés, sí hubo una serie de acontecimientos en la celebración del 70 cumpleaños del festival que quedarán sellados para siempre en su memoria. No fue finalmente estreno mundial (Showtime ya había emitido los cuatro primeros episodios), pero la proyección en la sala Lumière de los dos primeros capítulos del regreso de Twin Peaks, con David Lynch presente para la ocasión, ha sido uno de esos acontecimientos con los que el certamen de la Riviera francesa escribe la historia del cine. O de la televisión. En el cuadro de votaciones de la crítica internacional, lo mejor votado era Twin Peaks. Su conquista creativa es descomunal y su impacto es a todas luces ineludible, sus desafíos son múltiples y ambiciosos, y el desbordante genio que recorren sus imágenes hizo envejecer todo lo que hubo a su alrededor. Aún con todo, también nos pudo con la emoción las imágenes póstumas y animadas de Abbas Kiarostami en 24 frames, que se ofrecen como un perfecto punto sin retorno de la exploración del realismo cinematográfico en el esencial legado del poeta persa. Y cuando la obra maestra Sin perdón cumplía 25 años, se presentó una copia restaurada en 4K que despertó la ovación final más conmovedora y entusiasta que este cronista recuerda en la sala Debussy. Clint Eastwood, que incluso ofreció una masterclass, en los altares.



2) Sinfonía neoyorquina. Uno de los momentos más fascinantes del festival fue la sinfonía nocturna de Todd Haynes (Wonderstruck): una niña y un niño sordos, separados por cincuentas años en el tiempo, transitan extraviados por Nueva York para acabar en el Museo de Historia Natural de América y conectar a través del cosmos por el tacto de un meteorito. Uno quiere ver una hermosa, incluso precisa alegoría en ello. Digamos que la sección a concurso se ha salvado del colapso creativo casi exclusivamente con producciones norteamericanas, la mayoría de ellas situadas en la metrópoli neoyorquina. Noah Baumbach (The Meyerowitz Stories) desde la comedia dramática y los hermanos Josh y Ben Safdie (Good Time) desde el drama criminal entregaron lo mejor y más destilado de sus filmografías, con relatos atravesados por una energía muy especial y las sólidas interpretaciones de estrellas como Adam Sandler, Ben Stiller, Dustin Hoffman o Robert Pattinson. La propuestas de Sofia Coppola (The Beguiled) planeó sin embargo solo un poco por encima de la decepcionante media de la competición, si bien La seducción, bajo la sombra del clásico de Siegel-Eastwood (El seductor, 1971), emergió como una portentosa muestra de elegancia y modulación cinematográfica. La escocesa Lynne Ramsay, que compitió con un sangriento relato de venganza a mayor gloria del gran Joaquin Phoenix, también rodado en Nueva York, dejó un sabor agridulce por lo que pudo haber sido y en lo que finalmente se quedó. Los relatos de la América de Trump, sin embargo, tuvieron algo importante que decirnos.



3) Autores mustios. No así el viejo continente, tan turbio y alterado que sus autores solo alzaron voces siniestras, oscuras, devastadoras y grotescas. Y lo peor, con propuestas por lo general bien mustias, casi putrefactas, sin inspiración y lanzadas desde un tiempo lejano. El mayor batacazo fue el de Michael Haneke (Happy End), con la mirada (deformada) en el espejo retrovisor, armando un plano y arrogante greatest hits de sus tiempos pasados (que siempre fueron mejor), mientras que el griego Yorgos Lanthimos (The Killing of a Sacred Deer) desaparece de la ecuación autoral con su entrega sin tapujos a la mirada cuasi-neutra al triller perturbado. El diabólico Roman Polanski (D'après une historie vraie) y el inofensivo François Ozon (El amante doble) se precipitan sin fascinación alguna en los farragosos abismos de la alucinación perceptiva, los estadios de la creación y la figura del doppelgänger. Lo de Fatih Akin era un vehículo no solo para el lucimiento de Diane Kruger (y ha tenido su recompensa), sino para lanzar un discurso del odio en el enjambre terrorista que el turco haría bien en mirárselo. Y si hay que salvar a alguien, créanlo o no, es al francés Roben Campillo, co-guionista y editor de La clase de Laurent Cantet (Palma de Oro), quien rememora el activismo de los enfermos de sida a principios de los noventa en 120 latidos por minutos. Lo hace desde la dimensión política y la privada, la sociología y la autobiografía, desde la lucha cooperativa bajo el gobierno de Miterrand hasta la agonía de un romance homosexual condenado a morir.



4) Cine sobre el arte. Arrancó el septuagésimo aniversario con una celebración del arte moderno, solo que en la mayoría de los casos sin la añadida fascinación sobre ello. Bien es cierto que el sueco Roben Ostlund lo intentó con la ambiciosa Square, en torno a un cretino, un director de un museo de arte moderno que se ve envuelto en un truculento capítulo de vendetta. La escena de una performance de un tipo como el Monsieur Merde de Denis Lavant en una cena de las elites de Estocolmo es una isla de inspiración en un conjunto más bien insípido y alargado, pero con la suficiente extrañeza como para disfrazar de metáfora social una comedia que transita entre lo burdo y lo absurdo. Con dos biopics de los más romos y prescindibles (hasta indignantes), Jacques Doinell (Rodin) aburrió con los textos Wikipedia en su retrato del escultor más importante del arte moderno y el simplón de Michel Hazanavicius (Redoutable) convirtió en caricatura a golpes de gag y analfabetismo fílmico uno de los periodos más trascendentes en la vida de Jean-Luc Godard y, por ende, en la historia de las imágenes cinematográficas.



5) Oscuros paisajes del este europeo. El mayor de los pesimismos y las devastaciones, las noches más oscuras y moralmente condenadas, fueron convocadas por cineastas del este europeo, quienes sin embargo sí supieron alimentar su desesperanza de cierta fe en el cine. La inmersión familiar y social como metáfora de una nación sin amor, corrompida, cínica. Andrei Zvyagintsev sigue trazando una carrera relevante con Loveless, la minuciosa y opresiva crónica, filmada con excelente pulso, de la búsqueda de un niño desaparecido al huir de la hostilidad conyugal en el corazón de Rusia. De la solidez del ruso ya éramos conscientes, no así de la fuerza con la que irrumpió en la sección Un certain regard el film Closeness, de Kantemir Balagov. Situado en el Cáucaso a finales de los noventa, narra la historia de Ilana, una joven oprimida por la estricta moral judía de su familia y por el ambiente de violencia ruso-checheno, y que Balagov filma en formato cuadrado para acentuar la opresión. La claustrofobia formal también se apodera de A Strange Creature, donde el ucraniano Sergei Loznitsa maneja con mano férrea el descenso a los infiernos de una mujer en una ciudad prisión para acabar tirando la película por la borda en el indescriptible tramo final.



6) Tres excéntricos y un neowestern. A pesar de Loznitsa y su suicidio creativo, algunas piezas encontraron aliados en la excentricidad. El dinamismo y la personalidad del John Cameron Mitchell que dirigió Hedwig and the Angry Inch asomó sobre todo en los primeros tramos de How to Talk to Girls at Parties, traslación de la fábula punk de Neil Gaiman que ahora amplía su espectro al musical de ciencia-ficción con alienígenas. Aunque pierde fuelle a medida que avanza, su historia del descubrimiento sexual adolescente mantiene un frikismo genuino que se hace eco de la estética setentera. Es la estética del VHS y el cine amateur la que recorre la comedia Brigsy Bear, protagonizada por el cómico Kyle Mooney, una improbable mezcla entre Canino y Rebobine, por favor que vindica el gesto de hacer cine como pasión y espacio comunitario. Bruno Dumont, que presentó en la Quincena Jeannette, l'infance de Jeanne d'Arc, perpetúa el aliento bufonesco con un musical heavy minimalista que podría pasar por la grabación en vídeo de la fiesta fin de curso del colegio infantil. Una vez recuperados del estupor frente a la mirada infantilizada a la infancia y juventud de Juana de Arco, el filme establece su manifiesto político como acto de subversión frente a un mito de la extrema derecha. Sobresalió por su calidad y hondura humana la alemana Western, dirigida por Valeska Grisebach, donde lo clásico y lo moderno se funden sin solución de continuidad en el relato fronterizo de unos obreros alemanes en un poblado búlgaro, protagonizada por un llanero solitario y lacónico dispuesto a reformular la ley del más fuerte.



7) El triunfo de la Quincena. Posiblemente la gran revelación del festival fuera la portuguesa A fabrica de nada, en la que Pedro Pinho toma el relevo de Miguel Gomes como cronista alucinado de la precariedad portuguesa y sus dramas sociales. El filme de tres horas, producido por un colectivo de cineastas comprometidos con la militancia obrera, transcurre en una fábrica donde no se fabrica nada, modelo del capitalismo financiero, y adopta unas estructuras y formas completamente libres que amalgaman documental, manifiesto cómico, teatro insumiso y musical neorrealista. "Un Apocalipsis sostenible", dice la voz en off que va puntuando el relato de unos trabajadores enfrentados al desmantelamiento progresivo de su fábrica. La Quincena de Realizadores programó esta anómala y milagrosa película in extremis como reacción al resultado de la primera vuelta en las elecciones francesas, y en el festival paralelo también se programó otra de las mejores películas del certamen: Florida Project, de Sean Baker, el director de la magnífica película rodada con un iPhone Tangerine. Retrato canicular de una madre soltera de vacaciones con su hija en los suburbios de Orlando, es la otra cara de la moneda del paraíso infantil de Disney World. La poética del white trash y los desheredados arranca con el Celebration en fondo rosa para desplegar una mirada sobre la precariedad social, la irresponsabilidad paterna y el paraíso de la infancia, con un Willem Dafoe, además, inconmensurable.



8) Fuera de concurso. Hubo que explorar otras secciones del certamen alejadas del concurso mayor para poder realmente sentir que se celebraba el cine de autor en mayúsculas. Visages Village fue el maravilloso reencuentro con la frescura, pasión y lucidez de Agnés Varda, esa pequeña mujer francesa cuyo talento para aunar cine y vida, arte y existencia, siempre nos congracia con el mundo. Espero que le queden fuerzas para seguir haciendo las películas que hace, cálidas como un abrazo, testimonios de la grandeza de su arte-termita, piezas libres y ligeras como el viento. El documentalista Claude Lanzmann entregó algo parecido al reverso de Shoah con su tercera visita a Corea del Norte para rememorar, precisamente, la primera de ellas: un amour fou tras la devastación de Pyongang con una enfermera local cuyo fantasma le ha perseguido desde 1958. La maestría de los franceses Claire Denis y Phillipe Garrel hubo que encontrarla en la Quincena de Realizadores, donde ambos fueron premiados ex aequo con el galardón a mejor película.



9) Triunfos españoles. Elena Anaya participaba en La cordillera de Santiago Mitre y Emma Suárez en Las hijas de abril de Michel Franco. El segundo es un juego familiar de psicologías contradictorias que confía demasiado en los giros de guion y muy poco en el carácter de los personajes, mientras que Mitre arma un sólido drama político, con un excelente Ricardo Darín como presidente argentino, que se enrarece en una trama de contenido sobrenatural y amenaza con desactivar la tensión del relato. No hubo ningún director español en las grandes secciones, pero el cortometraje Los desheredados, de Laura Ferrés, se llevó el premio en la Semana de la Crítica. Alumna de la ESCAC, se trata del segundo corto de Ferrés, un documental dedicado a su familia, propietaria de una empresa de transportes que tuvo que cerrar devorada por la crisis. Si el cine español del presente no aparece ni por asomo en Cannes, sí lo está al menos su futuro, pues el reconocimiento a Los desheredados se suma a la Palma de Oro al mejor cortometraje concedido el año pasado a Timecode.



10) El festival Netflix. Por si no había quedado claro, el último Cannes ha servido al menos para reafirmarnos en la sospecha de que las plataformas digitales (con Netflix a la cabeza) serán (o son) la nueva iglesia de la producción ¿cinematográfica? mundial, pero también, y quizá más importante, su nuevo banco de financiación. A concurso competían dos producciones Netflix: Okja de Bong Joon-ho y The Meyerowitz Stories de Noah Baumbach. El 'affair' Almodóvar / Netflix abría y cerraba simbólicamente el certamen: en la rueda de prensa de inauguración el manchego reivindicaba el cine para la pantalla grande y el penúltimo día del festival, ante una falsa noticia que se hacía viral, El Deseo desmentía en un comunicado que el autor de Julieta hubiera llegado a un pacto con el diablo para hacer una serie Netflix. El propio festival de Cannes debió anunciar al principio del certamen, tras las presiones recibidas por el sector francés de la exhibición, que a partir del año que viene no volvería a seleccionar producciones que no tienen previsto su estreno en salas. Nos tememos que es una batalla perdida y que, más temprano que tarde, el certamen tendrá que recular en su abanderamiento de la pantalla grande. O quizá es una regla que mantendrán solo aplicable al cine francés, al menos hasta que se cambie la legislación que regula los tiempos y ventanas de explotación audiovisual. Los tiempos, ciertamente, están cambiando. Y al parecer solo Abbas Kiarostami y David Lynch están por encima de ellos.