Una imagen de la película

Enloquecida y por momentos genial, aunque vapuleada por la crítica, la continuación de Independence Day esconde una sátira sobre el desastre global más punzante y aguda de lo que pueda parecer a primera vista

Nos contaba hace poco John Landis, autor de títulos clave del mejor blockbuster de Hollywood, que por culpa de Internet (sic) el cine comercial de Estados Unidos se ha vuelto más solemne y aburrido. Como mínimo desde Christopher Nolan y su resurrección telúrica de Batman, las grandes superproducciones suelen tener un trasfondo trágico y desgarrado con el que muchas veces tratan de suplir sus propias carencias. Un poco de Shakespeare, vamos, no le viene mal ni a un tipo disfrazado de murciélago ni a otro que se pasea por el mundo volviéndose verde.



¿Son autores, a la manera francesa, los creadores más icónicos del Hollywood multimillonario que destruye el mundo una película tras otra? La pregunta es complicada y en el caso de Michael Bay fastidiaría decir que sí. ¿Lo es Roland Emmerich, el más delirante, excesivo y barroco de los estetas de la demolición? Emmerich tiene incluso sus fans entre la cinefilia exquisita y sin duda películas mastodónticas como Soldado universal (1992), Godzilla (1998) o El día de mañana cimientan la fama del alemán como el más colosal de los colosales, el director para el que cuanto más grande siempre es mejor.



Han pasado más de veinte años exactos desde el primer Independence Day, aquel filme tan kitsch y patriotero sobre una invasión alienígena. La primera película está muy presente en la secuela, también como reflejo de unos tiempos sin duda mejores. En los 90 de Clinton el mundo crecía económicamente, los muros de Berlín se terminaban de derrumbar y las bases del libre comercio prometían prosperidad para todos. Era aquella una época más feliz e ingenua, sin yihadistas ni atentados, fiel a su tiempo como lo es su secuela. Independence Day: Contraataque es el reflejo de un mundo utópico (la guerra contra los extraterrestres le ha hecho darse cuenta al mundo entero que no vale la pena pelearse) que se desmorona, planteando una metáfora sobre el declive de los últimos años y erigiéndose de esta manera como autoprofecía.



Las películas de Roland Emmerich son al cine lo que las pinturas de Lichtenstein al arte o la ropa de Tommy Hilfiger a la moda, una exaltación tan absoluta y desmedida de la cultura popular que nunca se sabe si está haciendo una parodia o se lo toma absolutamente en serio, cuando en realidad hace las dos cosas a la vez. El "espíritu de América" siempre ha reivindicado su ingenuidad frente al cinismo europeo aunque en esta ocasión la mirada de Emmerich sobre esa bondad natural de los estadounidenses tiene más distancia y más sarcasmo, será cosa de los tiempos que corren o de que Emmerich ahora conoce las cloacas de su país de adopción, pero ya no es el mismo y por momentos incluso asoma una sonrisa malévola que antes no estaba presente en su cine.



No falta ninguno de los elementos del kitsch. Hay una pareja de bellos jóvenes rubios americanos que podrían protagonizar uno de esos anuncios de Hilfiger, y hay un héroe negro que rivaliza con el protagonista (un rebelde, por cierto) a la manera de Top Gun y hay una presidenta de Estados Unidos firme y decidida sobre la que Emmerich se permite un quiebro incluso un poco cruel. Y hay mucho viejo en un filme en el que el director parece ser más consciente que nunca de su edad, en el que abundan chistes sobre la calvicie y los achaques de la senectud. No en vano, no es difícil ver que el director se identifica con ese científico loco que despierta después de veinte años crionizado.



Vapuleada por la crítica de Estados Unidos, Independence Day: Contraataque es una celebración festiva, y carísima del disparate, un delirio multimillonario high tech que parece la obra de un loco que a estas alturas solo tiene ganas de reírse de todo, aunque no pueda evitar que asome una sonrisa amarga. Enloquecida y por momentos genial, la película esconde una sátira sobre el desastre global más punzante y aguda de lo que pueda parecer a primera vista.



@juansarda