Ana Karina y Sami Frey en Banda aparte

El lanzamiento de una versión restaurada de 'Banda aparte', con contenidos adicionales (A Contracorriente), propone el regreso, casi medio siglo después, a una de las películas más míticas de Jean-Luc Godard.

Si la revolución nunca descansó es porque el eterno niño Godard la mantuvo en llamas. Frente a las imágenes, casi medio siglo después, de Banda aparte (1964), pareciera que el cineasta que por entonces ya había filmado cierta muerte del cine precisara recuperar el aliento de su primer, incendiario largometraje. Los años que distancian Al final de la escapada (1960) de Banda aparte son apenas cuatro, pero en medio el director de origen franco-suizo filmó ¡once películas! (entre largos y cortos) y lideró una revolución sin precedentes: los años Nouvelle Vague. Aquella reacción indómita a la esclerosis creativa del cine francés ya había desembocado en su pira funeraria, El desprecio (1962), y Jean-Luc Cinéma Godard (sobrenombre con el que firma este su séptimo largometraje) nos recordaba en los primeros minutos de Banda aparte, parafraseando a T. S. Eliot, que lo clásico y lo moderno son la misma cosa porque "lo nuevo se convierte automáticamente en tradición". Sí, la revolución, tan pronto, ya había tomado conciencia de sí misma.



Se propuso Godard en Banda aparte -que nos llega ahora en DVD, editado por A Contracorriente, con material restaurado y contenidos adicionales producidos por la prestigiosa The Criterion Collection-, "hacer una película simple, perfectamente legible". Al menos en términos godardianos. Un filme que, en la resaca de la ola, se conjugaba como no podía ser de otro modo en el enfebrecido amor al cine (sobre todo a la serie negra); un filme, en la mejor tradición godardiana, sobre una chica y un revólver. Ella es Anna Karina, por supuesto, esa bella escandinava de acento sensual y mirada gris azulada, compañera y musa juvenil del Godard más incandescente y perdurable -como la Bergman lo sería para Rossellini-, que iluminó por entonces unas cuantas obras maestras concebidas por su marido: Vivir su vida (1962), Lemmy contra Alphaville (1965), Pierrot le fou (1965), etc.



Anna Karina, cuyo personaje toma el nombre de la madre de Godard abruptamente fallecida por entonces (Odile Monod), había sobrevivido a un intento de suicidio, y su fragilidad y desesperación empapan esta película sobre outsiders en un París de suburbios, un trío formado por dos ladrones -Arthur (Claude Brasser) y Franz (Sami Fray)- y Odile, una estudiante semi-cómplice del robo que planean a un matrimonio de defraudadores. A su modo, esta fabulación que trasladaba las ensoñaciones y los gestos del noir a un París que Godard, en connivencia con su habitual fotógrafo Raoul Coutard, nos invita a habitar y a recorrer desde el interior de un descapotable, parecía la respuesta inmediata al exitoso menage à trois de Truffaut. Como Jules et Jim (1962), Banda aparte también es un relato de amor y muerte, transido de joie de vivre y de algunas tragedias inaplazables, con una protagonista tan bella y delicada como perfectamente idiota. "Esta película salvó mi vida", confesó después Anna Karina.



Aunque parezca contradictorio emplear en una misma frase "Godard" y "neoclasicismo", el rodaje de Banda aparte respondió a una calculada planificación. El contenido enmascarado de la fábula palpita con los movimientos de una cámara en mano que al contrario que en Al final de la escapada obligaba a los actores a seguir los itinerarios del plano, y no al revés. El perseguido aliento informal de la película lo proporcionan sus momentos más audaces y memorables: el minuto de silencio en una escena en la que los personajes no tienen nada que decirse, el musical con monólogos interiores en un bar, la carrera por los pasillos del Louvre en un tiempo récord... Banda aparte emerge como la mejor autocrítica posible de un cineasta atrapado en el autoplagio. Godard ya era, efectivamente, Jean-Luc Cinéma Godard.