El cineasta iraní Jafar Panahi, condenado por la justicia del régimen de Ahmadineyad a no poder ejercer su oficio, coló clandestinamente en Cannes un filme que realizó durante su arresto domiciliario y que tituló, eludiendo y burlándose de la censura, 'Esto no es una película'.



Cannes, 20 de mayo de 2011. En la sala Soixantième, lejos de la solemnidad del Grand Théâtre Lumière, se proyecta Esto no es una película, crónica de un día en la vida de Jafar Panahi mientras cumple arresto domiciliario. En la rueda de prensa posterior, Mojtaba Mirtahmasb, que habla en nombre de dos personas, una de ellas ausente, proclama: "Preferimos ser hombres libres que héroes encarcelados. No somos combatientes políticos. Somos directores". Y añade: "Hemos decidido asumir los riesgos de lo que estamos haciendo. Paso a paso, estamos tratando de luchar. Esto tiene un precio. No queríamos darnos por vencidos". Desde la distancia y la reclusión forzosa en Teherán, sin poder intervenir ni pronunciarse, Jafar Panahi sigue la rueda de prensa vía Skype.



El relato oficial, con un fascinante halo a print the legend, dicta que Esto no es una película llegó al Festival de Cannes, previa escala en París, en un pen drive oculto en un pastel enviado desde Irán, eludiendo así, clandestinamente, todo control de las autoridades. ¿Por qué ese trance? Porque para entonces, muy a su pesar, Jafar Panahi, cineasta con no pocos reconocimientos en su haber -Cámara de Oro en Cannes por El globo blanco (1995), Leopardo de Oro en Locarno por El espejo (1997), León de Oro en Venecia por El círculo (2000)...-, se había convertido en el preso político más destacado de Irán. De hecho, vivía confinado en su casa a la espera del veredicto del Tribunal de Apelaciones que ratificara o revocara la condena dictada en diciembre de 2010: seis años de prisión y 20 años de mutilación creativa (es decir, 20 años sin poder dirigir películas, escribir guiones o conceder entrevistas). ¿Presunto delito? Actividades contra la seguridad nacional y propaganda contra el régimen iraní.



La sentencia no fue sino el funesto colofón a lo que se inició tras las elecciones presidenciales del 12 de junio de 2009 en las que Mahmud Ahmadineyad fue reelegido como presidente de la República Islámica de Irán. Su principal opositor, el reformista Mir-Hosein Musaví, denunció fraude electoral. Y con él, decenas de miles de seguidores. Y con ellos, con el "Movimiento Verde", Jafar Panahi, quien nunca ocultó su apoyo expreso a Musaví. Tras semanas de manifestaciones en las calles, llegamos al 30 de julio de 2009. Fue entonces cuando Mojtaba Saminejad, un activista por la defensa de los derechos humanos en Irán, informó de la detención de Jafar Panahi en el cementerio de Teherán, donde había asistido al entierro de Neda Salehi Agha Soltan, estudiante iraní asesinada, a manos de la milicia Basij, durante las protestas electorales. Puesto en libertad rápidamente, Jafar Panahi no podía imaginar entonces la cadena de atropellos que sufriría en 2010.



Tras prohibirle asistir a la 60ª edición de la Berlinale, el 1 de marzo de 2010 fue de nuevo detenido, esta vez en su domicilio junto con su esposa, su hija y un grupo de colaboradores. A los pocos días, todos fueron liberados. Todos menos Panahi, pues su detención fue refrendada por el gobierno... sin precisar qué cargos pesaban contra él. Tras esta segunda detención, llegó la repulsa internacional. Numerosas personalidades del mundo del cine, así como políticos e instituciones occidentales, emplearon su proyección pública para denunciar los hechos y requerir su liberación inmediata. El clamor hizo que Mohammad Hoseini, ministro de Cultura y Guía Islámica de Irán, se pronunciase el 16 de abril: Jafar Panahi fue arrestado porque "se nos informó que estaba preparando una película contra el régimen sobre los acontecimientos posteriores a las elecciones". De nada sirvió que Tahereh Saeedi, esposa de Panahi, refutara esa acusación. En paralelo a estos acontecimientos, desde el Festival de Cannes, en un significativo gesto de apoyo, nombraron a Jafar Panahi miembro del jurado. Su nombre presidió una silla vacía.



Cannes, 18 de mayo de 2010. Abbas Kiarostami, el patriarca del cine iraní, aprovechó la rueda de prensa de Copia certificada para denunciar la situación de su compatriota: "El mundo del cine está siendo agredido. Que cineastas estén en la cárcel por hacer películas es algo intolerable. El mundo no puede permanecer indiferente ante este atropello. Con esto, es el arte en su conjunto el que está preso". Su decidido alegato quedó en un segundo plano tras conocerse el mensaje enviado por Jafar Panahi desde la cárcel de Evin. Denunciaba vejaciones y amenazas. Y lanzaba un mensaje: "Juro por el cine en el que creo, que no voy a cesar mi huelga de hambre hasta que se cumplan mis peticiones". Tras nueve días en huelga de hambre y casi tres meses en prisión, la justicia de Irán ordenó el 25 de mayo su puesta en libertad bajo fianza. Siete meses después llegaría la citada sentencia: seis años de cárcel y 20 años de mutilación creativa.



Desobediencia civil

En este contexto nace Esto no es una película, un acto de resistencia y de desobediencia civil gestado en marzo de 2011, coincidiendo con la celebración del Novruz. Tratado sobre la libertad artística o insurrecto desafío político, nos situamos ante un valioso artefacto creativo que se autodefine como "un esfuerzo de Jafar Panahi y Mojtaba Mirtahmasb", un esfuerzo dedicado a los cineastas iraníes donde los agradecimientos permanecen ocultos tras puntos suspensivos.



Al enfrentarnos a su título, resulta imposible no pensar en La traición de las imágenes (1928-1929), la serie de cuadros donde René Magritte estudió la problemática de la representación en el arte, siendo su Ceci n'est pas une pipe ("Esto no es una pipa") el estandarte de su obra: un óleo sobre lienzo que cuestionó el referente pictórico. Como si de una derivada de aquella pipa se tratase, los esforzados y metadiscursivos Panahi y Mirtahmasb exploran en 88 planos otra problemática: ¿qué significa dirigir una película? O dicho de otro modo, si una película puede ser contada, ¿por qué filmarla? La respuesta a esa pregunta descansa en el último plano de la película que dice no ser una película.



Ahondando en la idea de que la dirección es un proceso mental, y que cuando uno está privado de cine, puede al menos soñar con una película, Jafar Panahi, todo audacia, verbaliza la película que tal vez nunca podrá realizar al tiempo que dota de imágenes digitales a la conmovedora carta que remitió a la Berlinale un mes antes de filmar Esto no es una película. La carta concluía así: "A partir de ahora, y por los próximos veinte años, me fuerzan al silencio. Estoy forzado a no poder ver, estoy forzado a no poder pensar, estoy forzado a no poder hacer películas. Me someto a la realidad de la cautividad y de los captores. Buscaré la manifestación de mis sueños en vuestras películas, esperando encontrar en ellas aquello de lo que me han desposeído".



En octubre de 2011, la justicia iraní ratificó su sentencia. Desde su cautiverio, el cineasta Jafar Panahi está condenado a soñar.