Mario Camus. Foto: Sergio Enríquez

Mario Camus. Foto: Sergio Enríquez

Cine

Mario Camus: "El cine debe ser portador de una nueva forma de humanismo"

Cinco años después de su última película, Mario Camus regresa a la cartelera con 'El prado de las estrellas', una historia sobre los puentes que unen a distintas generaciones ambientada en la Cantabria rural

10 enero, 2008 01:00

Mario Camus (Santander, 1935) es un hombre elegante, bien vestido, perfumado y conciso que no se pliega a lecturas simples. Tiene un Oso de Oro de la Berlinale por La colmena (1982) y un Goya por el guión de Sombras de una batalla (1993). Se manifiesta alérgico al cine de género y reivindica su forma de rodar buscando tanto una plasmación de la actualidad como una indagación en los impulsos humanos. Su debut, Los farsantes (1963), ya era una alegoría sobre la lucha de clases. Desde entonces, ha realizado filmes como Con el viento solano (1966), ambientado en el mundo de los gitanos; Los pájaros de Baden Baden (1975), de marcado acento generacional, o sus famosas adaptaciones de Cela (La colmena) y Delibes (Los santos inocentes, 1984). En los 90, habló sobre ETA en Sombras de una batalla (1993) o la vida rural cántabra en El color de las nubes (1997), precedente directo de El prado de las estrellas. En ésta, presenta a una galería de personajes muy reconocibles. Como Alfonso (álvaro Luna), un hombre mayor e íntegro que puntualmente acude a visitar a su amiga Nanda (Mary González), quien desde su retiro en un asilo asiste a la conversión de sus tierras en bienes comerciales. Mientras, Alfonso traba amistad con Martín (óscar Abad), un chaval que se entrena para convertirse en ciclista profesional.

- Cinco años sin dirigir es bastante tiempo...
- Hago películas cuando surge la oportunidad, ya no siento la misma ansiedad por hacerlas que cuando era joven. Espero a encontrar un tema, no lo busco. Además, me sometieron a una operación delicada hará unos dos o tres años que me dejó fuera de combate. En el caso de El prado de las estrellas fueron los productores quienes vinieron a buscarme con la intención expresa de rodar una película en Cantabria. Yo tenía una historia rondándome por la cabeza que encajaba a la perfección en lo que ellos me proponían. Así fue como surgió todo.

- ¿Ha cambiado a lo largo de los años su forma de entender el oficio?
- No mucho. Nunca me ha gustado hacer cine de género, siempre he querido hacer películas con un componente humano, muy cercanas a los sentimientos. Además, me gusta que esas historias se enmarquen dentro de la actualidad, reflejar el tiempo en el que vivimos.

Un mundo que termina

- ¿Podría decirse que con su nueva película ha querido hacer una elegía de la vida rural cántabra?
- Me suena un poco pretencioso. Mi intención era contar la historia de unos personajes que pertenecen a esta época y desarrollan sus vidas con normalidad.

- Se muestra, eso sí, el final de una forma de existencia o, cuando menos, de una forma de entenderla. ¿Hasta qué punto cree que la crítica al progreso no puede caer en una nostalgia paralizante?
- No estoy en contra del progreso porque sí. No creo que tenga por qué ser algo negativo. Lo que se está criticando es una determinada forma de progresar, dominada por la especulación pura y dura. Siempre he pensado que más que avanzar, la humanidad se mueve en círculos con continuos pasos adelante y atrás. Hay una serie de conceptos que leemos en los periódicos como “globalización” o “mercado” y eso es lo que se nos vende como progreso. Todo el mundo lleva esa bandera. Lo que se trata es de ver lo que hay detrás.

-¿Y qué hay detrás?
- Un afán de dominación terrible por parte de unos pocos que se ocultan tras unas definiciones muy engañosas y muy equivocadas.

- Sí hay, parece claro, un homenaje al paisaje cántabro. La cámara es morosa a la hora de retratarlo.
- No creo que se trate de rendir ningún homenaje. Uno pone la cámara y lo que ésta capta es simplemente espectacular. Es una región muy cinematográfica, muy generosa y muy rica. También hay, por supuesto, un elemento personal. Soy de allí y son lugares que conozco bien, donde he nacido y he crecido. En este sentido, hay un afinidad. Me gusta y lo retrato. Eso es todo.

- En este contexto, plantea la relación entre un joven y un señor mayor. Esta relación entre lo antiguo y lo nuevo, los jóvenes y los viejos, etc... parece ser el centro del filme.
- La juventud es un momento extraño y difícil en la vida. Es allí cuando uno intenta buscar su camino, construirse una vida con todos los miedos que nos asaltan. Las personas mayores también tienen la necesidad de cumplir sus sueños, los que sean. Y muchas veces es cuando tienen el tiempo y la posibilidad de ser generosos con los más jóvenes.

Una generación desplazada

- Hay pocas películas con protagonistas de la tercera edad.
- Mi generación comienza a estar un poco desplazada de los centros de poder. En el caso del cine eso se hace más evidente, es un oficio que está dominado de forma clara por los jóvenes. Para mí, en este momento surge de una forma natural escribir historias sobre personas mayores. Es evidente que no tiene las mismas inquietudes un señor de 73 años que un chico de 19. Soy consciente de la dificultad que tiene eso, de que no se entienda muy bien. Mi tipo de cine no está muy a la moda y no sé cómo encaja eso.

- Se atisba un rasgo de crítica a la nueva generación en esa chica joven, interpretada por Marián Aguilera, que parece confundir la liberación de la mujer con el capricho.
- No creo que haya una crítica en eso sino el retrato de una edad. Ella está buscando su camino, como cualquiera, y en esa búsqueda hace daño a gente que le resulta cercana. Nos ha pasado a todos. Es una actitud absolutamente racional.

- El ciclismo es el elemento que une al personaje de álvaro Luna con el de óscar Abad. ¿Es usted mismo aficionado a este deporte?
- Sí lo soy, pero tampoco diría que una cosa desmedida. De joven iba a ver alguna etapa cerca de mi casa. En Cantabria siempre ha existido una gran afición. Yo diría, eso sí, que los ciclistas son gente que forman parte de mi universo, me gusta de este deporte ese componente épico que tiene, del hombre contra la montaña luchando por vencerla.

- Hay todo un género de películas deportivas. La suya tiene un giro muy sorprendente al final, que es un poco desconcertante.
- Lo que quería decir con ese final, y yo creo que queda claro en la conversación entre álvaro Luna y su amigo, es que no es tan importante que el chaval se convierta en un gran campeón del ciclismo sino en una gran persona. Lo importante es eso, la calidad de las personas. No quiero sonar pretencioso pero creo que el cine debe ser el portador de una nueva forma de humanismo, debe reflejar una forma de entender el mundo verdaderamente humana.

- Se siente solo en esa búsqueda.
- No, desde luego. Creo que hay otros cineastas que también quieren seguir el mismo camino. Recuerdo una entrevista con Mizoguchi que me dejó muy impresionado porque decía exactamente lo mismo que yo pienso. Era algo así como que al espectador no había que desesperarlo aunque él mismo se sintiera pesimista respecto al futuro. Lo que había que hacer era proponer ese nuevo humanismo. Hay otros directores en los que detecto esa misma voluntad. Por ejemplo, Aristaráin, para quien escribí el guión de Roma (2004). Soy un entusiasta del cine de Lasse Hallstrom, particularmente de Mi vida como un perro (1987).

- ¿Se siente cómodo con la forma actual de hacer películas?
- Ha cambiado mucho la técnica pero yo nunca he sido uno de esos directores que se divierten con sus artilugios tecnológicos. Lo esencial sigue siendo lo mismo y es el retrato de los personajes. La técnica, en el fondo, es lo de menos.