Cine

El código Da Vinci o el precio de la blasfemia

18 mayo, 2006 02:00

Tom Hanks y Audrey Tautou en El Codigo Da Vinci

¿Ficción inofensiva o grave acusación? ¿Polémica real o inteligente campaña publicitaria? El código Da Vinci se ha convertido en la película más controvertida del año. Inauguró Cannes y el 19 de mayo se estrena en pantallas de todo el mundo. Basada en el best-seller de Dan Brown, combina una investigación histórica con acusaciones directas a la Iglesia Católica. De nuevo, las reacciones del Vaticano, que llamó al boicot del filme dirigido por Ron Howard, ponen de manifiesto debates y controversias sobre las fronteras entre la ficción y el rigor histórico. Como ha ocurrido con otros largometrajes a lo largo de la historia, una vez más el escándalo se ha convertido en el mejor aliado comercial de la película.

"Confío en que todos ustedes boicoteen la película". La conclusión de su discurso no dejó dudas al respecto. El pasado 28 de abril, el arzobispo Angel Amato, número dos de la oficina doctrinal del Vaticano, puso en marcha de esta manera el boicot oficial de la Sante Sede a El código Da Vinci, con la que el director Ron Howard (Una mente peligrosa) inauguró ayer el Festival de Cannes. Se espera sin embargo, según previsiones de expertos y publicistas, que la película genere en taquilla al menos 360 millones de euros (la película ha costado, grosso modo, no menos de 130).

A la colosal campaña de márketing puesta en marcha por Sony Enterntainment se suma otro tipo de promoción que no tiene precio: el escándalo. Viejos y nuevos precedentes lo confirman. Nada como una buena polémica, un enfrentamiento directo de la Santa Sede con la industria del cine, aderezado con algo de oportunismo (la inauguración de Cannes dos días antes de su estreno mundial), para despertar la curiosidad de los que no se cuentan entre los cuarenta millones de personas que ya han leído el best-seller. No es de extrañar que los responsables financieros del film den la callada por respuesta a las acusaciones recibidas, a las que también se ha añadido el Opus Dei, que van desde "irresponsables" y "manipuladores" a "herejes" y "blasfemos". La respuesta del director, Ron Howard, es la clásica en estos casos: "Sólo es ficción, no teología".

Reacción consecuente
Errónea o acertada, desaforada o pertinente, eficaz o perjudicial para sus intereses, no se puede decir que la actual reacción eclesiástica ante una ficción que lanza afirmaciones graves contra la figura de Cristo (de quien elimina toda divinidad) y la Iglesia Católica (a la que criminaliza) no es consecuente con su tradición. La clave del éxito de la novela, denostada por prácticamente todas las voces de la cultura por su ínfima calidad -"el más tonto, inexacto, poco informado, estereotipado, desarreglado y populachero ejemplo de pulp fiction que he leído", escribió Peter Millar en ‘The Times’-, hay que buscarla quizá donde la encontró Ron Howard: "Dan Brown ha cautivado a los lectores porque les hace ir en una dirección determinada y de repente les sorprende de muchas maneras". La investigación del protagonista, Robert Langdon, efectivamente depara numerosas sorpresas, resolviendo enigmas de los que el lector también participa. Con sus asombrosas revelaciones, a las que sólo los cerebros vírgenes e impresionables, sin nociones culturales básicas, pueden ser sensibles, Dan Brown poco menos que se adjudica el crédito de haber descubierto para la Humanidad el mayor secreto guardado por la Iglesia en torno a Cristo.

El precio de la blasfemia, como ha quedado demostrado, suele pagarlo el acusador y no el acusado, que ve cómo la polémica pocas veces se traduce en censura o prohibición y muchas veces en grandes taquillas. La Iglesia, a pesar del efecto que provoca, suele sentirse en la obligación de pronunciarse respecto a cualquier manifestación de alcance comercial que ponga en duda las creencias básicas del Cristianismo. Para la jerarquía de la Iglesia católica, las tesis expuestas en el libro de Brown y en la película "corren el riesgo de tomar fuerza en un mundo dominado por el relativismo religioso".

Ofensiva extensible
La ofensiva de Amato contra El código Da Vinci también se hizo extensible, aunque sea retrospectivamente, a La última tentación de Cristo (1988), de Martin Scorsese, "un film extremadamente aburrido que fue boicoteado y recibió un merecido bloqueo económico", dijo el arzobispo. La contro- vertida interpretación de un Mesías más humano que divino le costó a Miklos Kazantakis la excomunión, pero Scorsese tuvo que atravesar una auténtica odisea para levantar la producción del film, pues su deseo de dirigirlo se remonta prácticamente al momento en que Barbara Hershey le regaló el libro del escritor griego en el rodaje de Boxcar Bertha, que dirigió el cineasta neoyorquino en 1972. Después de varias tentativas frustradas a lo largo de los años, Columbia Pictures finalmente canjeó la producción del proyecto (apenas 7 millones de dólares) a cambio de que el director de Taxi Driver realizara después un film de carácter comercial para ellos (El cabo del miedo).

Los sectores más conservadores y fundamentalistas de la Iglesia Católica se pusieron en pie de guerra frente a las "libertades creativas" que se tomaba el relato (especialmente hiriente consideraron la escena en que Jesucristo, imaginando cómo hubiera sido su vida de haber tomado el camino más humano, mantiene relaciones sexuales con María Magadalena), y en el estreno de la película formaron "piquete" en la entrada de varias salas donde se proyectaba. Un boicot en toda regla. Hasta febrero de 2001, la película todavía no podía verse legalmente en Chile, ni siquiera importarse en formato vídeo, por decisión de su Tribunal Supremo. La televisión pública de Bulgaria, por su parte, no programó la película hasta 2002.

El Evangelio laico de Pier Paolo Passolini que tanto influyó a Scorsese, una visión poética y humana, áspera y primitiva de un Mesías siempre andante, enérgico, algo circunspecto y severo (interpretado por un estudiante español), también provocó grandes borrascas doctrinales en su estreno. Más allá de sus cualidades cinematográficas (Passolini cuenta la historia de forma semi-improvisada, con actores no profesionales, cámara al hombro, evitando iconos fundamentales del Cristianismo y hasta subrayando los milagros con una banda musical de steel guitar), El Evangelio según Mateo (1964) logró en su época profundamente ideológica lo que parecía imposible: poner de acuerdo a la derecha cristiana conservadora con la izquiera marxista no creyente. La ambigöedad doctrinal del film, un texto sagrado en manos de un confeso comunista y homosexual, provocó contradicciones tan al borde del absurdo como que grupos de cristianos boicotearan la película y luego ésta fuera premiada por la Oficina Católica Internacional.

Pasión ensangrentada
En el lado opuesto, y no sólo por la relativa carga poética atribuible a una y otra, se posicionó La pasión de Cristo (2004), de Mel Gibson. La ensangrentada recreación de las últimas horas de Jesucristo, que se tomó la violencia hiperrealista y el sufrimiento inclemente como esenciales actos de fe, llegó acompañada de una durísima campaña mediática que acusaba la película de antisemita, reaccionaria y sádica. Augustine Di Noia, subsecretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, después de ver la película en el Vaticano la calificó como una producción «de exquisita sensibilidad artística y religiosa», y destacó que al Papa Juan Pablo II también le había gustado. Entre los próximos proyectos del australiano Mel Gibson, que no en vano donó parte de la recaudación (se dice que 100 millones de dólares) al Movimiento Tradicional Católico, se cuenta un biopic de Karol Wojtyla.

De entre otras películas que contaron la historia si no más grande, sí la más veces contada, la ópera-rock Jesucristo Superstar (1989) fue también objeto de las iras clericales. Para empezar, en la película de Jewinson el héroe es un Judas negro y no Jesucristo, y la iconoclastia del film descansa en su velado propósito de derribar el mito de Cristo, retratándolo como un hombre débil y sin capacidad de liderazgo, por no hablar de la evidente "trivialización" del mensaje cristiano que supone para la Iglesia su transformación en la llamada "música del diablo"

Misteriosa relación
El caso más misterioso en torno a las relaciones de la Iglesia con el cine, a pesar de los kilos de tinta derramados, corresponde todavía a la película El exorcista (1973), una de las historias sobrenaturales más impactantes jamás llevadas a la pantalla. La postura de la Iglesia ante la película de William Friedkin fue más bien silenciosa y permisiva, colaborando así al halo de misterio que envolvió la producción. No en vano, la existencia palpable del Diablo no hace sino afirmar también la existencia de Dios. Pero es que nunca antes se había visto en la pantalla cómo una niña se masturbaba con un crucifijo. La Warner tenía tanto miedo de estrenar la película que ni siquiera la presentó a los medios. En los patios de butacas, la gente sufría colapsos y desmayos. Las cartas de protestas llenaron los despachos de ejecutivos de la Warner y algunos espectadores, convencidos de que sus seres queridos estaban poseídos por el demonio, bombardearon a su vez a la Iglesia católica con peticiones de exorcismos. Aunque no tan ruidosos, sus hijas -Stigmata, El exorcista. El comienzo, El exorcismo de Emily Rose...- también levantaron pequeños escándalos.

Desde su primer largometraje, La Edad de Oro (1930), Luis Buñuel ha tenido en la Iglesia no sólo a uno de sus fundamentales referentes icónicos y temáticos, también a uno de sus enemigos declarados, más hostil cuanto más manifiestas eran sus burlas teológicas en filmes como Nazarín (1958), Simón del desierto (1965) o La vía láctea (1969). La escena más sangrante fue quizá la de los doce mendigos de Viridiana (1961), que proclamaba la futilidad de la caridad cristiana equiparándolos a los doce apósteles. Tras obtener la Palma de Oro en Cannes, y después de que ‘L’Osservatore Romano’ enarbolara la blasfemia, se convirtió en una película prohibida en España. A tanto no llegó Almodóvar recientemente con La mala educación, que trataba con manifiestas elipsis al abuso clerical de menores, y ante la cual la Conferencia Episcopal prefirió no pronunciarse oficialmente. Todo lo contrario de lo que ocurrió con Los crímenes del Padre Amaro en México, también protagonizada por Gael García Bernal, quien resume así la polémica: "Los curas dijeron a la gente que no fuera a verla y se convirtió en el éxito de taquilla más grande que ha habido en México". A escala internacional, todo apunta a que ocurrirá lo mismo con El código Da Vinci. Su productor Brian Grazer parece tener claro que, en cuestiones de márketing, la Iglesia no tiene rival.


La polémica, paso a paso
- Octubre 2003. Precedida de su éxito en Estados Unidos, se publica la traducción española de la novela de Dan Brown. La crítica de El Cultural, de Rafael Narbona, califica el libro de "oportunista y pueril" (4-12-2003).
- Febrero 2004. El obispo de San Bernardo (Chile), Juan Ignacio González, llama a sus fieles a no leer la novela, que ya ha vendido más de cinco millones de ejemplares en Estados Unidos y casi medio millón en Hispanoamérica, pues a su juicio se trata "de una blasfemia y de un insulto a Dios y a la Iglesia".
- Diciembre 2004. Columbia Pictures adquiere los derechos de la novela por 6 millones de dólares y anuncia la producción de la película, que dirigirá Ron Howard y protagonizará Tom Hanks. Con un presupuesto estimado de 125 millones de euros, la presidenta de Sony Pictures Entertainment, Amy Pascal, la califica como "la piedra angular del estudio cinematográfico".
- Marzo 2005. El cardenal Tarcisio Bertone, obispo de Génova, pide a los católicos que "ni compren ni lean" la novela, que compara con las obras anticlericales del siglo XIX. Traducida a 44 idiomas, en apenas dos años más de 25 millones de lectores ya la han leído.
- Julio 2005. El equipo de producción rueda en los interiores del Museo del Louvre, algo inédito en sus 211 años de historia. Sin embargo, la Abadía de Westminster, por la escasa simpatía que le produce la novela, no concede permiso para montar un set de filmación en sus interiores.
- Agosto 2005. El escritor Lewis Perdue reclama que El código Da Vinci tiene elementos copiados de sus novelas La hija de Dios y El legado Da Vinci. Dan Brown gana el caso judicial.
- Febrero 2006. Los historiadores Michael Baigent y Richard Leigh llevan a juicio a Dan Brown acusándole de presentar en El código Da Vinci todas las teorías que estos ya publicaron en El enigma sagrado. El 7 de abril, un juez británico dictamina que no ha habido plagio.
- Abril 2006. Día 16: El Opus Dei solicita que en la película aparezca un aviso de que la historia es el producto de una fantasía / Día 25: Colocan un inmenso cartel anunciador de la película en la fachada de la iglesia de San Pantaleo (Roma). El Ministerio del Interior, a instancias de la Iglesia, ordena su retiro / Día 28: El arzobispo Angel Amata llama al boicot de la película.
- Mayo 2006. Día 6: Los censores británicos vetan la película a menores de 12 años por su "violenta banda sonora" / Día 17: El código Da Vinci inaugura el 59 Festival de Cine de Cannes.