Cine

Michael Mann

"Mi película reflexiona sobre la libertad de expresión, la moral y la hipocresía"

6 febrero, 2000 01:00

Tras la celebrada Heat, Michael Mann repite con Al Pacino en Insider. El dilema, un filme que se estrena esta semana en nuestro país y que aborda el contencioso con las todopoderosas tabaqueras norteamericanas. Considerado continuador del perfeccionismo de Kubrick, Mann, que fuma tres paquetes diarios, realiza una rigurosa indagación sobre los conflictos morales surgidos de la denuncia y de la integridad ante comportamientos abusivos. El director de Ladrón y Hunter pone una vez más en evidencia un entramado de desencuentros e intereses en el que destaca la sólida interpretación de Russell Crowe.

Michael Mann entra en la habitación del hotel londinense Dorchester con las dos manos ocupadas. En una sujeta un cigarrillo de la marca Kool. En la otra, una grabadora con la que registra cada conversación que mantiene acerca de su última película, The Insider. El dilema, uno de los títulos entre el puñado de significativos filmes -American Beauty, Tres reyes, Been John Malkovich- con el que el cine norteamericano clausuró el siglo.

Balance y simetría, y la búsqueda de ambas a partir de dos personajes caóticos. Estas son las razones que Mann esgrime para haber rodado la que es su sexta película en diecinueve años, desde el thriller modernista Ladrón (1981). Y es que el realizador de Chicago que cumplió 57 años el 5 de febrero -y que ha creado un género cinematográfico propio, "la película de acción cerebral"- arrastra la fama de ser tan obsesivo, maniaco y perfeccionista como Stanley Kubrick.

-¿Es cierto que estaba usted estudiando una historia de traficantes de armas en Marbella cuando le vino al encuentro la polémica de The insider. El dilema?
-Llevaba tiempo buscando algo para trabajar, digamos, en el terreno de un thriller paranoico-político y mi amigo el periodista Lowell Bergman me había hablado de un traficante que conocía en el sur de España. Como productor del informativo de investigación televisiva 60 Minutes, Bergman es una mina de historias. Cuando me contó el asunto de un científico que conocía secretos muy dañinos para la ciudadanía ocultados por la industria de tabaco norteamericana supe que había encontrado lo que estaba buscando: un asunto para reflexionar acerca de la moral, la conciencia, la culpabilidad y la hipocresía.

Conflicto íntimo
-Basada en hechos reales, el filme se centra en dos personajes, el periodista Bergman y Jeffrey Wigand, que denunció a la poderosa Browns & Williamson, la tercera corporación tabaquera norteamericana.
-Digamos que los hechos me proporcionaron una tela de gran tamaño en la que "pintar" una serie de temas de enormes proporciones, pero mi idea básica fue centrarme en ese conflicto humano íntimo, que se establece entre los dos hombres. Me atrajo la asimetría entre ambos y sus respectivos caracteres caóticos. Y la forma en que ambos caminaron juntos en el formidable drama humano que los hechos provocaron.

-Los créditos finales advierten que ciertos hechos reales han sido "ficcionados" para la consecución de un mayor efecto dramático. ¿Cuáles y con qué propósito?
-Bueno, la inclusión de esos créditos se debió, en gran parte, a la insistencia de los abogados de la productora. No querían descorazonarnos, pero temían que nos iban a caer demandas, muchas y muy grandes (risas). Pero, por ejemplo, todo lo concerniente a la persecución a que Jeffrey Wigand fue sometido -acecho a su hogar, llamadas anónimas, persecuciones, vigilancia con micrófonos- queda resumida en un par de escenas, en las que se muestra la agresividad hacia él del FBI, que se suponía debía protegerle. A eso le llamo "ficcionar". Y luego, todas las situaciones son auténticas, aunque no necesariamente similares. No son exactas, pero han estado muy bien documentadas.

Forjado en Europa en la dirección de documentales (entre otros, los ya clásicos del Mayo del 68 parisino) y adicto a la realidad, Mann creó hace años una miniserie televisiva tan impactante, Drug Wars: the Camarena Story, que la policía tuvo que informarle que los "señores de la droga" mexicanos planeaban poner precio su cabeza. Su penúltima película, Heat -que conforma con Ladrón y Hunter (1986) su gran trilogía criminal- se basó en la personalidad real del detective Chuck Adamson (recreado por Al Pacino como Vincent Hanna) en lucha personal contra una formidable banda de ladrones profesionales de Los ángeles.

Esta vez, el antihéroe es Jeffrey Wigand, el hombre que denunció la manipulación de la nicotina de la empresa tabaquera para la que trabajó como científico. Narrada primero en un artículo publicado en 1995 en la revista Vanity Fair (El hombre que sabía demasiado, de Marie Brenner y en The Insider, ahora), el "garganta profunda" Wigand vio cómo su actitud le condujo a la destrucción de su reputación, casa, familia, vida y futuro.

-¿Recuerda su propia reacción cuando vio la entrevista en televisión de Wigand denunciando los hechos en 60 Minutos?
-Fue el 4 de febrero de 1996. Sobre todo, después de la lucha de Bergman porque fuera emitido sin censura. ¡No fue sólo la corporación tabaquera la que lo trató de impedir, sino también todo un imperio mediático! Había dos Goliats frente a estos dos David. Pensé, "¡joder, se ha acabado el Gran Tabaco!" Los "lores" Browns & Williamson, perjurando en televisión que la nicotina no causa daños a la salud ni crea adicción, me parecieron muertos vivientes, verdaderos zombies. Tras 40 años de mentiras, engaños y negocios siniestros, creí que aquella entrevista hizo cambiar la mentalidad de la opinión pública. Por eso, pienso que este drama es tan poderoso.

-¿Qué opina el propio Jeffrey Wigand de The Insider?
-Jeffrey la vio con sus hijas. Por cierto, la enfermedad de la pequeña también ha sido alterada, porque padece otro mal distinto y ha habido razones para hacerlo. Temí su reacción, porque queda tan expuesto en la película, pero irónicamente se sintió a gusto con ella. Me dijo que había "visto" sus sentimientos en la película y que no se sentía traicionado, que era lo que más había temido. Es también un hombre muy lacónico y me dijo: "No ha estado mal. La historia es poderosa y el retrato que has hecho de mí es verdadero".

Una persona compleja
-¿El rasgo más destacado de Wigand es su dignidad o su coraje?
-Déjeme decirle que sentí una tremenda preocupación por serle fiel, pero se trata también de una persona muy compleja y extraña. De hecho, la dificultad estaba en erigir un personaje a partir de elementos muy poco armónicos. Por ejemplo, amó mucho a su mujer, pero no supo manifestárselo. Tiene una personalidad disfuncional y, además, cuando todo ocurrió, estaba bebiendo mucho. Creo que su rasgo más acentuado es su orgullo. Y esa es la principal razón de hacer lo que hizo. Los de Browns & Williamson descubrieron que no podían comprarle y decidieron invadir psicológicamente su intimidad. El daño que le causaron no hizo sino aumentar su valor.

Las películas de Michael Mann han quedado definidas por su estilización, la suntuosa y sensual fotografía de Dante Spinotti, los inconfundibles neones, las bandas sonoras y los poderosos actores que pueblan un celuloide básicamente testosterónico con hombres duros al límite y frente a hercúleas tareas ubicadas en territorios de moralidad indefinida y de violencia pragmática. Además de crear series televisivas Starsky y Hutch, Police Story y la clásica Corrupción en Miami, sus brutales dramas masculinos han sido protagonizados por hampones de distinta calaña . Desde James Caan (Ladrón), pasando por los poderosos James Wood, Brian Cox (el primer rostro del psicópata Aníbal "El Caníbal" Lecter, en Hunter), Gabriel Byrne, Scott Glenn, Daniel Day-Lewis, Robert De Niro y Al Pacino (enfrentados históricamente en Heat) y, ahora, el neozelandés Russell Crowe, eminente en Wigand frente al Bergman de Al Pacino.

-Hábleme de Russell Crowe.
-Crowe trajo al tipo, "es" Wigand. Con su caminar y acento y, también, su integridad. De la mecanicidad de los ensayos, Crowe pasó a la espontaneidad de dar con el ser humano, con su esencia. Es un actor de enorme talento.

-El tabaco perjudica gravemente la salud. Pero, en estos tiempos de globalización y amenaza de la libertad de expresión por las grandes corporaciones mediáticas, ¿puede la verdad causar grandes daños?
-Mire, de eso se trató al abordar la película. No quise, en principio, entrar en este tipo de definiciones, pero sí recordar que la libertad de expresión es uno de los fundamentos básicos de la nación norteamericana. últimamente el único compromiso público que se siente hacia ello parte de coordenadas de cinismo y negación. Defender la libertad de expresión es una buena idea. No quise hablar tanto de la amenaza que se cierne sobre ella sino de la carencia de huellas en su consecución. Y llamar la atención sobre esta carencia.
No me considero una especie de "flautista de Hamelín", porque antes que yo se ocuparon de este cso The New York Times, Walter Cronkite, la NBC, el Washington Post, The Wall Street Journal... pero este caso provocó juicios con indemnizaciones de 246 billones de dólares. Y las grandes corporaciones e imperios no tiemblan, lo sé, no se sienten en peligro, pero la renovada atención de la opinión pública es impedir la total impunidad con que han actuado hasta ahora.

-Señor Mann, ¿usted fuma?
-Mucho, demasiado, tres paquetes diarios. Pero estoy intentando reducir la "dieta", porque ¿sabe? no es bueno... (risas).


La guerra del tabaco
The Insider. El dilema recupera el estilo de películas norteamericanas del estilo de El síndrome de China, Silkwood o Todos los hombres del presidente. Basada en hechos reales, narra el conflicto moral de un científico de la corporación tabaquera norteamericana Brown & Williamson (fabricante de Viceroy, Lucky Stricke y Carlton, entre otras marcas), Jeffrey Wigand que denunció que se estaba aumentando la proporción de nicotina y de productos destinados a aumentar la adicción con efectos cance rígenos. Un productor televisivo, Lowell Bergman, logró el testimonio de Wigand, primero, pero topó con la censura de su propia cadena después. Finalmente, se emitió la entrevista completa en el informativo 60 Minutes, pero su vida ya era un infierno. En la actualidad, el doctor Wigand, de 56 años, trabaja como profesor en un colegio de Carolina del Sur, rodeado de una reputación tan alta como del afecto de sus alumnos e hijas. También dirige la asociación benéfica Free-Smoke Kids, que protege a los niños hijos de fumadores. En la Norteamérica de estos tiempos el nombre de Wigand es sinónimo de integridad.