Bistecs, 1981/2010

MACBA. Plaza dels Àngels, 1. Barcelona. Hasta el 9 de abril.

Al hilo de la moda de la omnipresente gastronomía en nuestro país, las instituciones artísticas no podían inhibirse de recurrir a Antoni Miralda (Tarrasa, Barcelona, 1942), nuestro más destacado artista de food art, con una larga trayectoria internacional, con permiso de su paisano Ferran Adrià, que fue seleccionado para la Documenta 2007, treinta años después de Miralda.



De la mano nada menos que de Vicente Todolí, ex director del IVAM y de la Tate Modern y actual director del Hangar Bicocca de Milán -pero que de joven trabajó como camarero en el restaurante neoyorquino de Miralda-, esta revisión presenta sus trabajos más importantes en Estados Unidos. Aunque, como muestra la prolija cronología que recorre el largo pasillo desde el que accede a las salas monográficas, desde 1972, durante las cuatro décadas que Miralda tuvo sus estudios en Nueva York y en Miami, no dejó de idear y montar proyectos en las citas más importantes en Europa y Latinoamérica, con una vasta producción. Y en la última década, al hilo de su Food Cultura, hasta Extremo Oriente. Porque Miralda, curioso e impenitente viajero, desde muy joven se manifestó como artista intercultural, capaz de enlazar puentes entre lo local y lo global.



Santa comida, 1984-1989

Hoy le reconocemos como pionero en acometer cuestiones que más tarde se incluirían en los estudios académicos, después se popularizaron y ahora atañen a todos: la escena poscolonial, o el exceso occidental en el gasto de recursos para la producción de alimentos en una sociedad glotona junto a la tortura que denuncian los animalistas... Y siempre envueltas en eventos lúdicos y ceremonias de celebración, fiestas a las que todos estaban invitados, sin exclusión. Con el tiempo, Miralda ha ido haciendo producciones más complejas, implicando a organismos administrativos, empresas y toda suerte de gestores e investigadores, así como entrando y saliendo del protegido ecosistema del arte, de bienales, ferias, museos y galerías a la calle: extendiendo la experiencia artística al dominio público. En sus proyectos, la etiqueta de food art se fusiona con arquitectura, escultura, diseño gráfico, etnografía, performance, ritual y tecnología, con sorprendentes resultados específicos cuya eficacia sólo puede entenderse en el marco fluido de colaboración y participación de tantos agentes creado por el propio artista.



Esa fusión se entiende muy bien en la concepción ambiental de esta exposición, Miralda. Made in USA, muy diferente a la retrospectiva De gustibus non disputandum celebrada en el Palacio Velázquez en 2010, que intentó dar cuenta de su trayectoria completa, desde sus inicios en París con los eventos formulados junto a Dorothée Selz y arropado ya por el crítico y comisario Pierre Restany, siguiendo con una presentación espectacular y muy kitsch de algunos proyectos como el polémico Honeymoon Project -lo que seguramente no le favoreció entonces para su candidatura en el Premio Nacional de Artes Plásticas, y que además opacaba el importante papel de la cocinera Montse Guillén en los proyectos de Miralda desde 1984-, para terminar en su Food Cultura Museum que ilustraba la formulación clasificatoria y casi archivística de su última etapa pedagógica de Sabores y lenguas, con difusión en talleres en ocasiones acompañado por Alicia Ríos. Quizás esta vez Antoni Miralda sí está en condiciones de obtener, incluso, el Premio Velázquez.



Porque Miralda. Made in USA parece recoger al Miralda esencial, en su etapa de mayor efervescencia y plenitud creativas. Muy cuidada tanto en concepción como en su montaje directamente por el artista, esta exposición en el MACBA se ha beneficiado de la reunión de los materiales acumulados en sus estudios de Nueva York y de Miami, en Tribeca y en Wynwood -barrios que, años después de que Miralda se instalase, se convirtieron en zonas referenciales para el arte contemporáneo-, con su traslado definitivo al barrio barcelonés Poblenou ("Poble New", en argot miraldiano).



Miami Projects, 1982

No es, sin embargo, una exposición de documentos. En feliz equilibrio, conjuga tres planos: información histórica, recuperación documental incluyendo piezas de proyectos antes no vistas en nuestro país, e instalación ambiental de obras e hitos en la trayectoria de Miralda en Estados Unidos. La muestra proporciona una comprensión casi intuitiva y lúdica de los procesos subyacentes y a menudo muy críticos que terminaron plasmándose en populosas celebraciones participativas, para las que el artista creó esculturas y muebles, trajes y otros objetos, instalaciones y decoraciones, vídeos y fotografías, diseño gráfico y publicaciones, eligió músicas... Y también produjo comida, a veces coloreada y otras exquisita, como en sus restaurantes: El Internacional en Nueva York, al que acudieron durante dos años a mediados de los 80 artistas y celebrities, el Bigfish, abierto diez años más tarde en pleno puerto de Miami.



Es imposible reproducir el esplendor de tantos días y de tantas experiencias sensoriales, pero las bandas sonoras en cada una de las salas, junto a registros en vídeo, resultan muy evocadoras y, por momentos, casi nos transportan. En estos clímax alegres y festivos, Miralda puede mostrarnos ahora, sin subterfugios para involucrar a tantos sponsors, sus críticas políticas. Se ha dicho de él que es un "fascinante termómetro de los cambios sociales". Quizás hasta ahora no se había evidenciado la importancia en su trabajo de la memoria y la historia, carencias causantes de tantos males en esta sociedad amnésica. Así, en Breadline, 1977, relaciona la bulimia social en Occidente con las colas del hambre en las depresiones y crisis de la primera mitad del siglo XX. También los bacalaos secos fueron moneda de cambio en el tráfico de esclavos: bajo ellos se accede al ya inolvidable montaje de Santa Comida en la Capella del MACBA.



@_rociodelavilla