Vista de la exposición en el CAAC

CAAC. Avda. Américo Vespucio, 2. Sevilla. Hasta el 9 de septiembre.

Es una exposición que reivindica a uno de los artistas clave en el desarrollo del arte abstracto andaluz. Es la vuelta de José Soto a la pintura. Alrededor de sesenta reúne esta especial muestra en el CAAC.

Ciertamente, para quienes conocimos la obra de Pepe Soto a principios de los 70, en exposiciones como la colectiva Nueve pintores de Sevilla, que de la mano de Juana de Aizpuru vimos en Madrid (Juana Mordó), Barcelona y Valencia en 1972 anunciando una nueva escena artística sevillana, o con su inmediata individual en la galería Egam, su abandono de la práctica de la pintura muy poco después -su última pieza, hasta ahora, era de 1974- ha sido el hecho determinante de nuestra relación con el artista, hasta el punto de que sus profundos conocimientos en distintos ámbitos del arte no consiguieron hacernos olvidar que Pepe Soto, aunque ya no pintara era un pintor, sobre todo un pintor.



Me parece importante señalar que lo que entonces hacía Soto, o lo que consideraba más sólido de su trabajo, era una abstracción derivada singularmente de la llamada color field painting norteamericana, muy poco conocida entonces por estos pagos y a la que tuvo acceso a través de revistas seguramente proporcionadas por su amigo y compañero de taller Fernando Zóbel. Y que, además, cabía reconocer como un punto fuerte del distanciamiento que él y otros artistas estaban efectuando de las tendencias informalistas o de contenido militante dominantes en el paupérrimo panorama nacional. Se vinculaba así, a algunos de sus compañeros "sevillanos", especialmente los abstractos Gerardo Delgado, Juan Suárez y José Ramón Sierra, y más allá con otros como Jorge Teixidor o José María Yturralde y con el grupo emergente en Madrid inclinado a la figuración.



Éstos eran, entonces, sus contemporáneos. Ahora, en la magnífica exposición comisariada por Luisa López y Juan Bosco Díaz-Urmeneta en el CAAC de Sevilla, el núcleo que la da sentido son, precisamente, aquellas obras realizadas al gouache, con intervención del tiralíneas, en formatos más bien pequeños y medianos, de acuerdo a las posibilidades técnicas accesibles en la España de aquel momento; obras en las que un campo de color monocromo se ve cruzado, por líneas, a veces quebradas aunque siempre rítmicas, que generan tanto una dinámica activa como una invitación a la contemplación estática, sin narratividad ni retórica.



Si hubiese que definir el factor determinando de este artista sería el color. Nadie tiene los colores, por así decirlo "pensados", que destila Pepe Soto. Sus tierras, amarillos, grises, rojos, azules y un negro tan opaco como rico, son producto de la cocina y en su sofisticación reside la "anaturalidad" de sus abstracciones, su declarada voluntad de no responder a otra cosa que a la pintura misma, a sus leyes.



De la ambición y pulcritud de Pepe Soto dan testimonio la reproducción de su proyecto decorativo para las oficinas Otaysa, montadas por unos arquitectos, en 1971, con los que se abre esta exposición y que conjugan conceptos procedentes de la racionalidad de la Bauhaus con esa presencia fundamentalmente cromática, que puede saltar desde los ocres a los violetas pálidos. Lo más relevante son las cuatro nuevas pinturas de Soto, ahora sí de dimensiones "americanas", que transponen piezas suyas de aquellos años y a una instalación escultórica y unos lienzos realizados este mismo año y con los que el artista prosigue una línea de estricta coherencia que nos plantean un dilema: la vigencia, si no atemporal sí extendida en el tiempo, de una noción declarada muerta en tiempos de supremacía del documento, la belleza de la pintura derivada de la pervivencia de pensar la abstracción capaz de arrasar felizmente los sentidos.



Nacido en Sevilla en 1934 cursó estudios de Bellas Artes y con becas de ampliación de estudios viajó, entonces cosa rara, a París y también a Alemania, Italia, Austria, Bélgica y Checoslovaquia. Entre 1960 y 1975 expuso en algunas instituciones y galerías, entre ellas Juana Mordó, y contribuyó a la formación de un espacio para el arte contemporáneo en su ciudad natal. Desde esa fecha, ha ejercido como profesor, crítico de arte, diseñador de montaje y asesor especializado, siendo una de las personalidades más reconocidas y determinantes de la escena artística andaluza.