Sin título, 2010

Galería Moriarty. Libertad, 15. Madrid. Hasta finales de febrero.

Nuevo trabajo de Chema Madoz que nunca deja indiferente. La galería Moriarty muestra en Madrid las últimas obras de este mago del ingenio y del concepto que vuelve a sorprendernos de nuevo al convertir objetos cotidianos en actos poéticos.

En tiempos de pesadumbre, conviene una ración de Madoz. Tan imperturbable como aparentan ser los símbolos que crea, en esta última entrega con más de veinte imágenes la mirada amable de Chema Madoz (Madrid, 1958) vuelve a despertar la sonrisa y a levantar en ligera oleada nuestro ánimo. Siempre ha cultivado la habilidad impecable del mago, que saca una y otra vez el conejo de su chistera. Pero después de veinticinco años acumulando los principales premios de fotografía en este país, nos admira que lo que muestra el fotógrafo siga siendo inesperado, una sorpresa, que nada más contemplarla la reconocemos necesaria.



El truco funciona así: una imagen que es un acertijo, muy similar a los jeroglíficos de las páginas de entretenimiento, pero que no está destinada a conseguir una definición, sino la polisemia que entraña un acto poético. O sea, que nos azuza picando nuestra curiosidad infantil para ofrecernos la imagen perfecta y acabada del enigma, liberándonos de cuentas y resultados y abriendo las puertas a la imaginación, que no es sino pensar y sentir con imágenes.



Que nos devuelve a la infancia, porque es de esos afortunados que nunca la han abandonado, queda claro en esta divertida anécdota que cuenta el fotógrafo: "El primer día de clase llegué tarde. Todos los demás niños estaban ya sentados alrededor de una mesa grande en la cocina, y no había espacio para mí. La profesora me dijo: no te preocupes, ahora mismo te preparamos un sitio. Y abrió la puerta del horno para que me sirviera de pupitre. Me senté en mi banqueta, con el cuaderno sobre la puerta abierta, mirando el interior negro del horno". Y de ahí, al túnel de las invenciones y el descubrimiento del tubo catódico, que marcó a la primera generación de espectadores del mundo ante la nueva lumbre doméstica.



No me cabe duda de que Madoz veía en esa televisión en blanco y negro aquel maravilloso programa "Las manos mágicas". Así como la impronta que le dejaron las películas musicales hollywoodienses, de salón mundano e infinitas escaleras, con personajes superficiales de modales elegantes en un escenario claro y nítido, como de celofán. Una estética años cincuenta que subyace en la elección de objetos y detalles para sus imágenes, en donde también abundan guiños a los surrealistas, entonces todavía en boga, sobre todo cuando se pone cáustico, como en las imágenes que podemos ver aquí sobre la actualidad económica: una mano de maniquí extendida con una ranura para monedas en la palma; o una moneda que es hucha de otra moneda, aludiendo al actual capitalismo rampante. Porque Madoz parece trabajar al día. Tan cotidianos son sus objetos, como sus ocurrencias: por ejemplo, una corbata de gentleman, a rayas, con el rótulo "don't cross the line".



Sin embargo, hay temas de fondo que perduran en su trabajo y de los que aquí volvemos a encontrar excelentes imágenes: la música y el tiempo, que demuestran su tenacidad para hallar nuevas formas de combinar y yuxtaponer cosas y atravesar paradojas. A veces se trata de juegos con signos lingüísticos y visuales: una partitura llamada "Lluvia", barrida por el blanco de un limpiaparabrisas; un tintero derramado sobre cuyo charco negro brillan los bordes de la palabra "night". Y de la tinta y las letras a los libros, en esta exposición con tres variaciones que harán las delicias de los fetichistas.



Otras veces, y aquí su obra gana en hondura y lirismo, la idea viene de una mirada más abstraída, relativizando el discurrir diario, como un duelista que atravesara con su florete el tiempo. Es dramática la imagen en la que una hoja otoñal ha quedado clavada en el cactus, siempre vivo, y muy lograda por su dificultad, porque combinando similares elementos vegetales, salta a lo humano. Y siempre constante su interés por hablar de la libertad: una mariposa sobre un balancín de jaula de pájaro. Y todavía más contundente: un cinturón de castidad torturador, a modo de columpio.