El 13 de agosto de 1521 las tropas españolas conquistaron definitivamente la capital azteca de Tenochtitlan, dando nacimiento al México actual. Tras tres siglos formando parte del Imperio español, como Virreinato de Nueva España, el país se independizaría el 27 de septiembre de 1821. Un total de 500 años de historia común que ha generado con el tiempo todo tipo de leyendas, malentendidos y lecturas interesadas a ambas orillas del Atlántico, especialmente recrudecidas en los últimos años con un sinfín de polémicas sobre temas como la crudeza de la Conquista y la responsabilidad de España, el papel de México como colonia imperial o la relectura de figuras del pasado con ojos del presente.

Para contextualizar errores y poner en valor la secular e íntima relación entre ambos países, el sociólogo y catedrático emérito español Emilio Lamo de Espinosa (Madrid, 1946), expresidente del Real Instituto Elcano coordina el volumen La disputa del pasado. España, México y la leyenda negra (Turner) en el que seis investigadores de ambas orillas –Martín F. Ríos Saloma, Tomás Pérez Vejo, María Elvira Roca Barea, Luis Francisco Martínez Montes, José María Ortega y Guadalupe Jiménez Codinach– desmienten bulos, contextualizan hechos y personajes y combaten las visiones interesadas. Un esfuerzo por arrojar luz y sensatez en un debate que construirá nuestro porvenir, porque como recuerda el autor, “las querellas del pasado solo se pueden sanar en el futuro”.

Pregunta. “Memoria e historia no riman, salvo que se haga por un diktat del poder que impone una y otra”, escribe en el prólogo. ¿Pierde su papel el pasado si se reescribe a conveniencia? ¿Hasta qué punto sirven estos borrados para cambiar la lectura de la historia?

Respuesta. No se puede vivir rememorando el pasado, como ese personaje de Borges, Funes el memorioso, embebido en el recuerdo interminable de un instante lejano. Y menos aún hacer política mirando por el espejo del retrovisor a lo que ocurrió, pues la historia no se repite nunca. Pero tampoco se puede cambiar, eso es un dato. Y si queremos que sirva como lección –y esa es su tarea– no podemos escribirla a voluntad. No es tarea del presente cambiar el pasado, sino tarea del pasado orientar el presente.

Ni Conquista ni colonia

P. En los últimos años, el papel de las expediciones españolas en América ha sido cada vez más motivo de controversia. ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de leyenda (negra o no) en muchas de las historias que acompañan a la Conquista?

R. Los estereotipos (y eso es la leyenda negra) son un producto de la economía del pensamiento, por una parte, y de la propaganda, de otra, y acaban imponiéndose sobre la complejidad de la verdad. Lo que este libro muestra es que ni la “Conquista” fue tal, ni hubo “colonia”. Ni tampoco la memoria es tal sino, casi siempre, la obra de propaganda. Lo único que resiste es la historia, la de verdad, la que se basa en datos y hechos, y no en recuerdos. Por ejemplo, la palabra “conquista” es deconstruida en este libro por Ríos Saloma para mostrar que, en buena medida, fue una guerra civil entre los propios nativos. Liderada por Cortés, ciertamente, pero imposible sin su total colaboración.

“Lo que portugueses y españoles hicieron fue romanizar América, llevar a aquel inmenso continente la cultura grecolatina”

P. Con los datos historiográficos actuales, ¿cuál es el relato objetivo de la Conquista, con sus luces y sus sombras?

R. Una historia plagada de enormes epopeyas y hazañas grandiosas, como el viaje de Magallanes-Elcano, que ahora conmemoramos. Ya el hecho de que ese imperio pudiera durar más de trescientos años, algo único desde Roma (y que no se ha repetido después) da una idea de lo extraordinario de la hazaña. El resultado fue incorporar aquel inmenso continente a la cultura grecolatina y, por lo tanto, a Occidente. Por eso no me molesta, como a muchos colegas, la expresión “América Latina” porque me parece acertada: fue la romanización de América lo que portugueses y españoles hicieron allí.

P. ¿En qué sentido América Latina es Occidente y en qué podemos apreciar hoy en día esa raíz de su historia?

R. Como nosotros hablan latín vulgar, del siglo XXI. Su religión es la que fue religión oficial de Roma. Su cultura jurídica es, como la nuestra, el derecho romano y sus ciudades siguen la planificación romana. Incluso cuando se oponen a occidente, lo hacen con lengua occidental y con ideas y modelos occidentales. Decía Zubiri que los griegos y los romanos no son nuestros clásicos, nosotros somos griegos y romanos. Tenía razón. Y eso se aplica también allí. De modo que fue la península ibérica, romanizada hasta la médula, la que posteriormente romanizó ese continente.

P. Célebre en este debate fue la carta del presidente López Obrador en 2019 exigiendo el perdón de España. ¿Responde al sentir de la gente o se trata de una maniobra política?

R. Todos los dictadores o pseudodictadores proyectan sus problemas sobre los demás. Franco hacia lo mismo que AMLO. Y puesto que la llamada Conquista fue realizada en parte por los propios nativos (no mexicanos, pues entonces México no existía), si se atribuye la herencia de unos también debe atribuirse la de los otros, de modo que debe comenzar pidiendo perdón él mismo. Por la ocupación que los aztecas hicieron de aquellos territorios, por la violencia cruel que ejercieron sobre otras poblaciones, o por la lucha de los tlaxcaltecas contra los aztecas. Por cierto, ¿de qué lado está en esa guerra civil? Este embrollo muestra lo absurdo de la petición, que España ha hecho bien en menospreciar.

Hacer añicos del pasado

P. En los últimos años varios países han retirado estatuas y cambiado nombres de días señalados y lugares. ¿Qué intereses hay detrás de esto?

R. De nuevo, desviar la atención sobre los propios problemas. Para los estadounidenses es muy cómodo culpar de su pasado a Colón, a Junípero Serra o al mismo Cervantes (que, por cierto, fue esclavizado no pocos años), obviando el genocidio que practicaron sobre las poblaciones nativas de indios, elevado a epopeya por Hollywood. Pero con una diferencia: que entonces, como posteriormente en no pocas de las nuevas repúblicas latinoamericanas, sí hubo voluntad de exterminio, algo que nunca ocurrió en la colonización hispánica.

“Los mitos forman parte del discurso ideológico de algunos políticos, pero flotan sobre una sociedad con problemas más serios”

Frente al papel innegable de la memoria, Lamo de Espinosa defiende también en el libro la necesidad del olvido, de un equilibrio entre ambas ideas que nos permita seguir adelante. “La cultura, incluso la civilización, es memoria, memoria hecha carne y hábito, pero el progreso consiste en reconstruir los programas culturales que nos controlan y guían, repensar nuestros pensamientos y, por lo tanto, olvidar ciertas cosas y sustituirlas por otras”, defiende recordando ese verso de La Internacional que dice “Del pasado hay que hacer añicos”. Y es que, recuerda, “sin esa destrucción no puede haber creación. Destrucción creativa, la llamaba Schumpeter”.

P. Este año se celebra el bicentenario de la independencia de México. ¿200 años después, qué mitos y verdades hay en ese relato y el papel de España?

R. Las verdades son conocidas, la historia las muestra, y eso intentamos en este texto. Los mitos forman parte de las historias nacionales de afirmación y de “hacer país” como decía Pujol. Pues las naciones se crean desde los Estados y no les preceden, como suele creerse. El mito es que México se construye sobre y contra el desastre, la brutalidad y la ignorancia de la colonia. La realidad es que México era a comienzos del XIX una sociedad moderna y comercial, y la ciudad de México una gran metrópolis sin duda mucho más globalizada que Madrid. Además, en todo caso, tras la independencia se han sucedido nada menos que doscientos años de Republica. Y en dos siglos se pueden hacer muchas cosas; por ejemplo, se pueden hacer los Estados Unidos.

P. ¿Cuánto pesan estos mitos en el estado actual del país?

R. Nada. Lo que pesa es la pobreza, la desigualdad, el desgobierno, la corrupción, y el narcotráfico, que conduce al país camino de ser un Estado fallido. Los mitos forman parte del discurso ideológico de algunos políticos pero flotan sobre una sociedad que tiene problemas mucho más serios.

P. En varios momentos del libro se apunta al nacionalismo como catalizador de muchas falsificaciones históricas. ¿Qué papel juega en la historia de México?

R. Parecido al que juega en todas las repúblicas americanas tras la independencia, y el que ha jugado después en los procesos descolonizadores posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Ya sea México o Argelia, la identidad nacional se construye contra el soberano previo, no puede ser de otro modo. Y en esa guerra cultural todas las posiciones se estereotipan y caricaturizan. Ya decía Nietzsche que las guerras hacen vengativo al vencedor y resentido al vencido. Aunque en el caso de España, tras tanto tiempo el resentimiento se ha desvanecido. Si ellos derriban estatuas, en Madrid hay algunas muy dignas de Bolívar o Sanmartín, e incluso una de José Martí, regalo de Fidel Castro. Estatuas que son objeto de homenaje en ocasiones ceremoniales. Que yo sepa a nadie se la ha ocurrido pedir su demolición.

Un activo común

P. En todos los países del mundo está presente hoy en día esta suerte de damnatio memoriae histórica. ¿A qué cree que se debe y qué consecuencias puede tener en el futuro?

“Nuestra relación es extensa e intensa y siempre lo ha sido. España debería tener con México una alianza estratégica”

R. En cierta ocasión le preguntaron a Gandhi qué opinaba sobre la civilización occidental, y contestó con ironía: es una buena idea. Me temo que puede acabar siendo cierto. Occidente está en horas bajas. Ha perdido el monopolio de la historia, que tuvo durante trescientos años. Hay miedo al futuro, y la vieja ilusión ilustrada del progreso parece no funcionar. Mirar al pasado es, para unos, un modo de revivir las viejas glorias (pensemos en el Brexit), pero para otros es el modo de desviar culpas y hacer limpieza de sangre para aliviar el sentimiento de culpa. Pero no olvidemos que fue el denostado “hombre blanco occidental” quien acabó con la esclavitud, reconoció los derechos de la mujer y universalizó los derechos humanos. . Eso es occidente también.

P. ¿Cómo es hoy la relación entre México y España? ¿Es necesaria una reconciliación o no hay en realidad disputa alguna?

R. La disputa es ficticia, impostada y carece de profundidad, mientras que la relación es extensa e intensa, y siempre lo ha sido. Cuba, México y Argentina son los tres países americanos con los que España tiene una mayor relación, como muestran los numerosos estudios del Instituto Elcano. La cultura mexicana se cuela por todas partes, en la música, en la gastronomía, en la literatura o en el magnífico cine actual. Y no olvidemos que México es el primer país de la hispanofonía y, junto con España, debe liderar su expansión. Son casi 130 millones de habitantes, más 40 o 50 en Estados Unidos, pues los llamados “latinos” son en su mayoría mexicanos de primera o segunda generación. Y la lengua, el español, es el principal activo de España, pero no podemos activarlo sin una colaboración estrecha. España debería tener con México una alianza estratégica profunda.