Ramón-González-Férriz

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El Cultural

Ramón González Férriz: “El fracaso de los años 90 fue el fracaso de la Ilustración”

En ‘La trampa del optimismo’ el escritor aborda un revelador recorrido por aquellos sucesos políticos, económicos y sociales de los 90 que años después nos reventaron en la cara

29 mayo, 2020 11:48

“Creemos que las cosas malas suceden porque la gente es mala, pero en muchos casos ocurren solamente porque la gente se equivoca, porque se cree tanto sus propias ideas que distorsiona su percepción de la realidad. Y eso pasó en buena medida con el optimismo de los años 90”, sostiene Ramón González Férriz (Granollers, 1977) en La trampa del optimismo. Cómo los años noventa explican el mundo actual (Debate), una crónica minuciosa, desprejuiciada y reveladora que desmonta varios mitos y escarba en las consecuencias, ocultas entonces y evidentes ahora, de los grandes hitos de una década que marca de forma determinante el presente.  

Desde la mala lectura de la globalización, que se entendió como una panacea democratizadora, a la ingenuidad con la que se abrazó una tecnología de la que hoy recelamos, pasando por el fracaso de la integración de los países del ámbito excomunista, la mala planificación del euro, que recrudeció la debacle económica años después o el germen de crisis como la financiera o la inmobiliaria en España, el escritor y periodista retrata todos los grandes fiascos que entonces eran grades ideas y pocos años después nos reventaron en la cara. “No sé si a día de hoy hemos aprendido alguna lección, pero sí deberíamos recordar de cara al futuro que esa prosperidad que generó tanto optimismo era en buena medida ilusoria. Algo se nos escapó de lo que estaba pasando en los 90 que lo interpretamos todo de la manera más favorable para nuestra ideología”.

Pregunta. Su anterior ensayo se centraba en las grandes revoluciones que tuvieron lugar en 1968. ¿Qué heredó la década de los 90 de aquello?

Respuesta. En los noventa cristalizaron algunas ideas del 68. Algunos gobernantes de países occidentales, como Bill Clinton, habían estado inmersos en la cultura de los sesenta; Felipe González representaba ya esa izquierda post68 que descreía del marxismo y de las versiones autoritarias de la izquierda. Los 90 fueron una década muy libre, en la que también hubo utopías, aunque en este caso eran más bien económicas y tecnológicas, y en la que alcanzó su apogeo cierta cultura fruto también de los sesenta, en la forma de la música o el cine independientes, que eran experimentales, pero también comercialmente viables.

P. ¿Fueron la última gran década optimista, el corolario a esa segunda mitad del siglo XX en la que el mito del progreso parecía imparable en Occidente?

R. Totalmente. Es cierto que veníamos de un crescendo constante, pero la clave absoluta fue la caída del Muro de Berlín, principal motor de ese optimismo desaforado. Todo el mundo occidental, después de décadas de una guerra ideológica, económica e incluso con algunos episodios militares, siente de pronto el alivio de poder decir que nuestro sistema es el correcto, que el comunismo fue una aberración histórica. Con esto en mente surge la intención de exportar el liberalismo capitalista que se veía como un medio de dar prosperidad y democracia a todos los países del mundo. También hay un fuerte componente tecnológico, internet o los teléfonos móviles son lo más evidente, pero por detrás de eso hay un montón de avances que facilitan la globalización y que alimentaron un optimismo que visto ahora parece incluso arrogante.

P. Como dice, la caída del Muro generó unas expectativas sobre el futuro de la sociedad y la democracia que en el actual escenario de polarización radical suenan un poco naif. ¿Fue de nuevo ingenuidad, arrogancia? ¿Es realmente algo utópico o una idea reivindicable de cara al futuro esa política sin colores de la tercera vía?

"En los 90 se pensó que la política había superado el nacionalismo y la tradicional división entre izquierda y derecha. Pero ese sueño ilustrado era mentira"

R. La tercera vía creía fielmente que, mediante la tecnocracia, desarrollada en paralelo a un comercio fuerte y a una globalización de la economía, se podían exportar la prosperidad y la democracia. Pero no fue exactamente así. También pensaban que los grandes conflictos ideológicos que habían existido en Occidente desde la Revolución francesa, las grandes discusiones identitarias, nacionalistas, religiosas... estaban controladas y que se había superado la tradicional división entre izquierda y derecha. Eso era un sueño ilustrado, y también era mentira. En los propios 90, aunque tendamos a olvidarlo, ya había grandes fuerzas nacionalistas como Le Pen en Francia, los nacionalistas austriacos, la extrema derecha holandesa, la Liga Norte, que estaba en el gobierno italiano... La semilla ya estaba ahí. Y hoy, aunque algunos sintamos simpatía por esas ideas de globalización y multiculturalismo, no son planteamientos atractivos para las grandes masas de votantes. Esperemos que vuelvan a serlo.

P. Precisamente la globalización era, a priori, una gran idea llena de ventajas. ¿Cómo pudo leerse tan mal y cómo nadie advirtió las dramáticas consecuencias para las clases bajas occidentales?

R. Aunque pienso que, echando cuentas, el saldo general de la globalización es muy positivo, sí creo que, de nuevo, hubo una gran confusión ideológica. Entonces la gente estaba convencida de que era un plan sin fallos. Se sabía que los trabajadores de clase baja occidentales perderían sus trabajos, pero se creía que dándoles formación acabarían accediendo a trabajos más cualificados y mejor nivel de vida. Existía también la convicción de que a partir de cierto nivel de renta las clases medias exigirían la democratización de sus países. Hubo mucho de arrogancia ideológica, de creencia en el carácter irreductible de determinadas ideas con las que mi generación creció y que demostraron ser si no falsas, al menos cuestionables.

Algo que, para González Férriz refleja no sólo un fracaso puntual, sino un cambio de paradigma de las ideas que habían sostenido buena parte del esqueleto de la sociedad occidental durante varios siglos. “En el fondo, la Ilustración partía de la idea de que había valores universales y de que la democracia era uno de ellos. Por lo tanto, había raíces muy hondas para ese optimismo que te decían que podías democratizar países sin tradiciones democráticas e incluso que podías exportar ese sistema mediante la guerra, como trató de hacer Estados Unidos en Irak y Afganistán”, explica. Algo que no suena tan disparatado si se recuerda que lo habían hecho previamente en Alemania y en Japón tras la Segunda Guerra Mundial. “Pero quizá, y esto es un gran quizá, ocurre que en el fondo no todos los valores son universales o la idea occidental de que todos sus sistemas son exportables era una confusión peligrosa. Por eso el fracaso de los 90 trasciende la propia década, porque fracasaron cosas que estaban en las propias raíces de la sociedad occidental surgida de la Ilustración”.

El fin de la utopía

P. Junto a todo esto, otro puntal que alimentaba esa fe en el progreso fue la tecnología, que venía fascinando y maravillando a la humanidad ininterrumpidamente desde la Revolución industrial. ¿Qué supuso este auge y cómo cambió nuestra relación con ella?

"Hace 30 años creíamos que la tecnología sería una herramienta para armar políticamente en libertad a los ciudadanos, pero descubrimos que es un mecanismo de control brutal"

R. Precisamente, los textos económicos de la década decían que lo que ocurría entonces con la tecnología era una nueva Revolución industrial donde las ideas sustituirían a los bienes. Internet, el paradigma de todo esto, surge como forma de intercambio de conocimientos que, al no estar sometido a las leyes del comercio, ni a las censuras de los gobiernos ni a las lógicas capitalistas acabaría con las jerarquías y los intereses informativos y lucrativos. Pero pronto se convierte en un lugar de ultracapitalismo desatado, que representan empresas como Facebook, Google o Amazon, una de las primeras puntocom (1996) que claramente el potencial económico. Internet no va a ser una utopía ácrata, sino un territorio capitalista más, con grandes empresas monopólicas con grandes fines de lucro.

P. Pero además de este giro económico, la tecnología pierde ese carácter de panacea, de solucionador del futuro, pues vemos la capacidad de control que ofrece. ¿Hoy más que una utopía puede ser un enemigo para el ciudadano?

R. Ciertamente, y además es una transformación que hemos visto en directo y no ha tardado tanto tiempo. Hace pocos años creíamos que la tecnología sería una herramienta para armar políticamente en libertad a los ciudadanos dándoles un poder autónomo capaz de eludir el poder censor de los estados y las siempre interesadas informaciones de los medios. Sin embargo, ahora vemos que es un mecanismo de control brutal, y no sólo en dictaduras. Las redes sociales y su acumulación de datos e información tienen un uso muy peligroso también en democracias, como hemos visto en elecciones recientes.

P. Otro elemento clave en este repaso a los 90 es todo lo ocurrido alrededor del Tratado de Maastricht, germen de la actual Unión Europea. ¿Tras tantos problemas como la crisis y la austeridad, el drama de los refugiados y las recientes diferencia al responder al coronavirus, sobrevivirá la Unión Europea?

"Más allá de utopías federalistas hoy inalcanzables, la Unión Europea es ya en el presente muchas cosas, y pedirle imposibles sólo contribuye a desacreditarla y quitarle autoridad"

R. Las grandes tensiones que soportó Europa en los años 2000, durante la crisis económica, fueron culpa de las reglas de juego que se firmaron en Maastricht, en un momento de bonanza, que demostraron ser inútiles en un contexto como aquel. Hay que repensar el euro y sus reglas de gobernanza. Pero saliendo del plano económico, la UE comete otro gran error, que es seguir imbuida de este optimismo cursi de los 90 de que es un proceso en marcha, un camino hacia el futuro... Hoy, en el presente, la UE ya es muchas cosas. No soy particularmente pesimista con ella, lo que no creo es que se cumplan esas utopías europeizantes que mucha gente parece tener en la cabeza como si crear unos Estados Unidos de Europa fuera posible. No obstante, la UE es lo que es y no lo hace tan mal. En cuanto al futuro, el paso que ha dado Alemania en referencia a las ayudas al coronavirus, aunque no es una mutualización de la deuda exactamente, si es un paso bastante grande hacia una unión fiscal.

P. Se habla mucho de la necesidad de crear además de crear un sistema fiscal común e incluso una política exterior y de defensa centralizada. ¿Pasa por esto el futuro de Europa o es algo inviable?

R. Hay cosas deseables en la vida que son poco probables. Soy un federalista europeo convencido, pero no veo a la gente a favor de algo así. En estos momentos hay países miembros cuyos partidos políticos quieren, al contrario, recuperar soberanía nacional. Todos sabemos de qué hablo. Lo mejor es enemigo de lo bueno y a veces el problema es pedir demasiado. Me gustaría mucho tener una política fiscal y exterior homogénea, sobre todo en el incipiente contexto de una nueva Guerra Fría entre Estados Unidos y China, en el que Europa tendrá que posicionarse, pero pedirle a Europa cosas que no pueden ser, como ir contra el sentir actual de sus Estados miembros es desacreditarla y quitarle autoridad. El momento llegará.

Despertando del espejismo

P. Cierra el repaso a la década con los atentados del 11S, que identifica como el fin definitivo de ese ideal de paz y prosperidad occidental. ¿Hoy, casi dos décadas después, qué supusieron?

"Los atentados del 11S fueron un recordatorio brutal de que esos fanatismos religiosos o nacionalistas que los teóricos creían superados y moribundos no habían desaparecido"

R. En el libro llamo a este hecho el fin del fin de la historia, como si la década de los 90 hubiera sido algo así como el domingo de la historia, una época plácida donde se pensó que todo sería progresivamente mejor, más libre y democrático. Los atentados de 2001 fueron un recordatorio brutal de que no era así, de que esos fanatismos religiosos o nacionalistas que los teóricos creían superados y moribundos no habían desaparecido y de de que la profecía de un mundo unido por la globalización que poco a poco iría homogeneizando los sistemas políticos y económicos tenía mucho de espejismo.

P. Hemos hablado de los grandes errores y la cara más negativa de la década, pero hoy también disfrutamos de los grandes logros de los años 90, ¿cuáles fueron?

R. En muchos sentidos los 90 fueron la década de la libertad. Por si algún lector se despista, fue una gran noticia que cayera el comunismo. Todos los “monstruos” que hemos analizado, como este fin del comunismo, internet o la globalización tienen su cara positiva. Además, fueron años de prosperidad en los que se asumieron muchas de las luchas por las libertades individuales que hoy están normalizadas y fue también una época de cosmopolitismo brutal y sin precedentes.

P. ¿Volveremos a ser optimistas? ¿Qué se necesita para recuperarlo sin caer en sus trampas?

R. Es curiosos como hoy estamos casi en el extremo contrario. Las fuerzas políticas dominantes insisten mucho en el pesimismo: Trump llega al poder con el argumento de que su país se va al cuerno. Y otros como Le Pen, Orbán, Vox basan sus discursos en el miedo y el pesimismo. No podemos estar mortificándonos todo el día pues, como decía Keynes: “a medio plazo todos muertos”. Creo que la clave es ampararnos en el realismo y tratar de ilusionarnos, pero con mesura , pues gran parte del fracaso de los 90 nace de las enormes expectativas que había sobre todo.