Juan Mayorga (Madrid, 1965) emite un mensaje claro y directo para nuestros políticos: “Los teatros no deben abrirse ni un solo día antes de que sean seguros pero tampoco ni uno después”. Ningún retraso es admisible cuando se trata de entregar a la sociedad un arte que “le permite resistir mejor”.

Él, como todos, resiste estos días en su casa, desde donde habla por teléfono con El Cultural. Revela que le está cundiendo mucho. Ha reescrito Los yugoslavos, obra sobre el poder de la palabra en el amor que está deseando dirigir, y Angelus Novus, que curiosamente transcurre en mitad de una epidemia. Y ha terminado La colección, donde indaga en las razones que empujan a determinadas personas a poseer y agrupar cuadros, esculturas, fotografías...

Por desgracia, nos perderemos su propia versión de La lengua en pedazos, que se iba a estrenar en el Galileo el 11 de mayo, y la de El chico de la última fila firmada por uno de sus más antiguos cómplices: Andrés Lima. Tras verse en la Sala Beckett de Barcelona, la idea era exhibirla en el María Guerrero a partir del próximo 20 de mayo. El CDN ya anda buscando fechas alternativas de cara a la próxima temporada.

Cancelaciones aparte, es buena ocasión para hablar de este texto suyo, uno de los más populares tras la exitosa adaptación cinematográfica de François Ozon (Concha de Oro en 2012), y escuchar el diagnóstico del desastre pronunciado por una de las mentes más paradójicas, incisivas y analíticas de nuestro teatro.

“Los teatros no deben abrirse ni un solo día antes de que sean seguros pero tampoco ni uno después”

Pregunta. Creo que el impulso de escribir esta obra viene de su etapa como profesor de matemáticas en diversos institutos. ¿Qué suceso concreto la desencadenó?

Respuesta. Fue la corrección de unos exámenes de trigonometría. Encontré uno en el que el alumno me decía: “No he podido contestar las preguntas porque no he estudiado pero estoy jugando muy bien al tenis. El martes pasado salí en el Marca, voy a ser un campeón y tú y yo lo vamos a celebrar juntos”. Me pareció muy llamativo que un alumno utilizase ese cauce para contarle la vida a su profesor. En la obra es un maestro de literatura el que propone a los alumnos un ejercicio de redacción para que cuenten su fin de semana. Uno de ellos escribe que se ha metido en la casa de un compañero con la excusa de ayudarle con las matemáticas pero con la intención real de curiosear. Se inicia así una relación intensa y peligrosa entre el estudiante y su profesor.

Bárbaros en las aulas

P. Este último, Germán, se desespera por el pésimo nivel de las redacciones. Viene a decir que los bárbaros no vendrán de fuera para invadirnos sino que los tenemos ya dentro de nuestras aulas. Usted, en cambio, no tiene una visión tan catastrofista de nuestra juventud, ¿no?

R. Yo observo un continuo combate entre generaciones. La más madura suele reducir siempre a la más joven. Ahora tiende a caricaturizarla hablando de su analfabetismo, de su dependencia absoluta de la tecnología, de su adhesión a los influencers... Cuando tratas a los jóvenes es cierto que encuentras personalidades gregarias, acríticas y nada imaginativas pero también todo lo contrario, aunque muchas veces no somos ni siquiera capaces de verlo. Es una pelea por el poder. Para mí cada alumno es un misterio. Hay que acercarse a ellos con respeto, es decir, esperando algo de su parte. El problema es que mucha gente no espera nada ya de los chavales. Yo siempre me acuerdo de la caracterización que hacía Walter Benjamin de la escuela, no como un lugar de dominación de una generación sobre otra sino de encuentro entre ambas. Esto es lo que propicia sociedades más fuertes y más ricas.

P. Usted cuenta que a su vocación por la literatura contribuyó mucho su padre, que tenía la costumbre de leer en alto. Las palabras iban calando en su conciencia aunque estuviera peleando con sus hermanos en la alfombra o jugando a las chapas... Es una buena idea para este confinamiento, ¿no?: leer a nuestros hijos, incluso si no nos hacen mucho caso.

R. Por supuesto. Por esa costumbre mi casa siempre estuvo atravesada por palabras. De ahí viene mi fe en ellas como creadoras de mundos y como arca de experiencias. Es hermoso y fundamental que los padres lean a sus hijos, y que estos nos vean hacerlo. Si nos admiran, intentarán imitarnos.

De Marx a Tomás de Aquino

P. El coronavirus ha originado un trastorno educativo gravísimo. ¿Pondría alguna idea sobre la mesa para paliarlo?

R. Sí, la crisis ha revelado, o mostrado, hasta qué punto eran importantes las grietas de nuestro sistema educativo. También las ha ahondado: hay niños en casas con menos recursos telemáticos que están sufriendo un doble castigo. Es un perjuicio injusto que debería hacernos reflexionar y constatar que, igual que ya no hay discusión sobre la relevancia de la sanidad pública, cada niño debe ser protegido y educado. La reducción en su formación tiene efectos dañinos no sólo para los jóvenes sino para toda la sociedad, que se ve privada de su talento. Y no estoy citando a Marx sino a Tomás de Aquino y su noción del bien común...

P. Por cierto, ¿usted se sentaba en la última fila en su bachillerato en el Ramiro?

R. En ese curso decisivo en que uno cumple 16 años, cuando estás tocando la vida con la yema de los dedos, sí me sentaba en esa fila. Desde allí, como le ocurre a Claudio, todos los demás compañeros eran personajes a mis ojos.

“Ojalá esta crisis nos haga más conscientes de nuestra común fragilidad e impulse una ética del auxilio”

P. Y como autor sigue siendo importante permanecer esa posición estratégica, ¿no?

R. Claro. En el arte tienes que estar muy cerca de la gente, incluso dentro de ella, pero al mismo tiempo también tienes que estar a una distancia infinita para poder observarla desde distinto ángulos.

A una distancia infinita está también el letraherido Germán del trabajo de su mujer como galerista. El maestro trasluce la mirada desconfiada e incluso burlesca de parte de la sociedad hacia el arte contemporáneo. La tensión conyugal por ese motivo se prolonga durante toda la obra. Ahora Mayorga, académico de la RAE desde el año pasado, vuelve al mundo del arte con La co- lección, ahondando en las pulsiones humanas que hay detrás de conductas aparentemente snob o frívolas. “La idea me vino al leer una entrevista a una pareja de coleccionistas que decían que era lógico que, siendo mayores y sin hijos, la gente se preguntara a dónde iba a ir a parar su colección cuando murieran. Vi claro que ahí había una obra, la de dos personas unidas y a la vez separadas por una colección, que es como un tercero que se coloca en medio de ambos”.

La obra propia como enigma

P. Héctor, el coleccionista, dice que la intención con la que los artistas conciben las obras no le importa nada, que lo relevante son sus efectos. Le sobra toda la palabrería con que las envuelven porque, en el fondo, asegura, saben poco de ellas. Esto recuerda mucho a una de sus confesiones recurrentes: que usted desconoce en gran medida los enigmas de su dramaturgia y que los va desvelando poco a poco a poco en el proceso de contraste con el público.

R. Sí, hay una correspondencia entre esa colección que siempre está en busca de su forma con el modo en que yo escribo, estando en permanente conflicto con mis textos. Por eso los reescribo constantemente, considerando la reescritura como un paso previo a la propia escritura. Cuando escribo una frase, ya he desechado antes tres en mi cabeza. Es un combate. Yo siento que el verdadero autor de mi obra es el tiempo. Uno escribe lo que le toca y no siempre sabiendo su alcance o su sentido. No es una boutade cuando digo que no doy mis textos para representarlos porque yo los entienda sino para que otros me ayuden a hacerlo. Hay una frase de Goya que veo cada día inscrita en la ahora llamada Estación del Arte: “El tiempo también pinta”. Me parece formidable e incluso creo que se puede ir más allá diciendo que en realidad sólo escribe él.

P. La misteriosa colección recuerda al aleph borgeano: contiene, representado, todo el universo, con sus distintos planos temporales (pasado, presente y futuro) superpuestos. ¿Estaba en su cabeza esta referencia?

R. Sí, desde luego, está Borges entre líneas, pero no solo El Aleph, que descubrí precisamente en la biblioteca de mi padre cuando tenía unos 14 años. También hablaría de El jardín de senderos que se bifurcan y otros muchos momentos borgeanos. Y está también Benjamin, que era asimismo coleccionista y aspiraba a construir un texto sólo con citas de otros, lo cual está muy vinculado al carácter de Héctor y Berna, que son artistas sin haber hecho otra obra que la propia colección, una obra de obras.

La gran interrupción

P. ¿Qué diría, por cierto, Benjamin de todo esto que estamos viviendo?

R. Vivimos en una situación excepcionalmente dura pero Benjamin recordaba que lo que para algunos era una excepción para otra mucha gente era la norma. El confinamiento, la reducción de libertad, la inseguridad, la depauperización... Ojalá esto nos haga más conscientes de nuestra común fragilidad e impulse una ética y unas políticas del auxilio. Él era muy crítico con la noción de progreso. La consideraba reaccionaria y perversa porque justificaba una lógica del sacrificio: el avance hacia el futuro legitima el dolor concreto de muchas personas. Esas reflexiones son muy pertinentes hoy porque ha habido una tremenda detención pero la pregunta es hacia dónde íbamos. Para preguntarnos eso es para lo que debería servir esta extraordinaria interrupción.

“Hay mucho profeta anticipando lo que va a pasar pero sin reconocer que no esperaban esto. Demasiado audaz…”

P. Una obra suya cuyo título –Angelus Novus– es un guiño claro a Benjamin transcurría en mitad de una epidemia que suponía que la política sanitaria se pusiera por encima de todo lo demás. ¿Le ha inspirado esta clausura motivada por la Covid-19 el deseo de escribir ‘algo’?

R. Basta abrir un periódico o escuchar la radio para encontrar experiencias fascinantes. Sí, estoy intentando armar ‘algo’. Sin embargo, no me gusta hablar de esto como ‘oportunidad’. Se está utilizando mucho esta expresión pero me parece que tiene algo de obsceno, porque estamos hablando de muchas muertes y de, por tanto, un dolor insuperable. Aunque es cierto que en el teatro tenemos que ser capaces de convertir los límites en ocasiones poéticas.

P. ¿Hasta cuándo podrá resistir el teatro esta situación?

R. Pues no se debe fiar todo a esta capacidad a la que aludía porque el teatro lo hacen personas que ya están sufriendo mucho y a las que conviene atender urgentemente.

P. Ahora hay mucho profeta vislumbrando el mundo que dejará el desastre. ¿Cree que va a cambiar tanto?

R. Sí, hay una proliferación de profetas anticipando lo que va a pasar en el futuro. Pero parece contradictoria cualquier tipo de profecía después de un suceso tan sorprendente como este. Ha ocurrido lo que no habíamos pensado, y eso nos debe dar que pensar. Pero este pensar está reñido con ese tipo de profecías que no reconocen que nunca habían imaginado lo que estamos viviendo hoy y luego sí se atreven a decir lo que sucederá pasado mañana. Demasiado audaz...

@albertoojeda77