Entre las humeantes ruinas dejadas por la devastación de la Segunda Guerra Mundial, una Europa destruida luchaba por salir adelante en un escenario nada halagüeño que dibujaba un continente dividido y pendiente de reconstrucción. Siete décadas después, con importantes altibajos a nuestras espaldas y a pesar de la incertidumbre en el futuro, podría decirse que a Europa no le ha ido nada mal. Tras sumergirse en Descenso a los infiernos en el periodo más negro de la historia de nuestro continente, el historiador británico Ian Kershaw (Oldham, 1943) culmina en Ascenso y crisis. Europa 1950-2017 (Crítica) el pormenorizado y aleccionador relato del siglo XX europeo, que en su segunda mitad ha sido como "una montaña rusa de altibajos, aunque siempre ha estado marcado por el progreso".

Y es que Kershaw, que señala la Guerra Fría, la crisis del petróleo, la caída del Telón de Acero y el colapso del comunismo, los atentados del 11-S y la gran crisis financiera de 2008 como los grandes hitos de estos 70 años “en los que no ha habido un hilo conductor lineal de la historia”, es más que optimista pese a los grandes desafíos que afronta el continente. “Hay motivos de preocupación, claro, pero desde la guerra hemos conseguido crear democracias y sociedades civiles donde la paz, la prosperidad y los valores liberales son dominantes. Algo inimaginable en cualquier periodo de la historia”.

Pregunta. El año pasado celebrábamos el aniversario de los 50 años de Mayo del 68 y de todas las revoluciones y rebeliones de ese año, ¿qué supusieron, qué cambió para siempre?

Respuesta. Los sucesos del Mayo del 68 y las protestas estudiantiles y civiles, que tuvieron varios ecos en Europa, fueron de manera directa un fracaso, nada cambió con ellas. Pero a largo plazo, las consecuencias fueron bastante profundas para socavar y destruir la mentalidad de posguerra, en el sentido de que los valores por los que luchaban esos jóvenes se convirtieron gradualmente en buena parte de los valores liberales que se apoyaron a través de la Unión Europea y son los que hoy hemos aceptado con los ojos cerrados. Los derechos sociales y las libertades civiles, el no al racismo, el feminismo… todo lo que hoy en día damos por hecho era lo que estaba en el ojo del huracán de esas protestas.

P. Poco después estallaba la crisis del petróleo, que pinchó la burbuja del milagro económico europeo y a la que siguieron sucesivas crisis, como la industrial. Pero ninguna ha tenido la importancia de la de 2008, ¿qué hizo de esta algo tan decisivo que reconfiguró todo el panorama social y político del continente?

R. Las crisis petrolíferas de los 70 atacaron duramente al sistema capitalista porque afectaron  a las bases de aprovisionamiento de energía, o al mercado laboral y la constitución de la sociedad en el caso de la industrial, pero no representaban una amenaza al sistema en sí misma como sí lo hizo la del 2008. La crisis financiera de 2008, que luego se convirtió en una crisis económica general en muchos países, afectó directamente a las bases del sistema capitalista del que depende Occidente y ahí radicó su potencia y su gran eco en todos los ámbitos de la sociedad.

"Si hoy se produjera una crisis tan tremenda como la del 2008, la Unión Europea tendría grandes problemas para sobrevivir"

P. Los analistas advierten que 2020 puede ser un año en el que Europa volverá a sufrir una crisis de importancia, ¿estamos a salvo a corto plazo o debemos seguir alerta en este aspecto?

R. Es cierto que muchos grandes economistas piensan que el potencial para una gran crisis sigue latente. En mi opinión, tras la crisis de 2008 se fortalecieron los fundamentos económicos de la Eurozona, pero el peligro continúa. Si pensamos en las dificultades por las que pasó Europa a la hora de lidiar con las crisis bancarias de los países del sur, una parte muy pequeña de la Eurozona, veremos que si hoy se produjera una crisis tan tremenda como la del 2008, la Unión Europea tendría grandes problemas para sobrevivir a nivel económico, financiero y político. Por ejemplo, si los bancos italianos colapsaran, que es la hipótesis que se majea, quizá Europa no tendría capacidades para rescatar esa banca y sería el fin.

De nuevo una guerra inevitable

P. Al correr de las décadas parece que esa parte de guerra que centró la primera mitad del siglo XX quedaba definitivamente atrás, pero en los 90 estallaron las Guerras Yugoslavas, ¿cómo pudo producirse en el seno de Europa? ¿Es una herida definitivamente cerrada?

R. Estas guerras fueron posible precisamente por la propia naturaleza de Yugoslavia, que era un conglomerado de grupos étnicos muy diferentes entre sí que habían sobrevivido de manera intacta a pesar de sus diferencias por el liderazgo de Tito. A su muerte, todas estas tensiones soterradas pero inherentes al sistema se tradujeron en problemas étnicos insalvables entre bosnios, serbios y croatas que desintegraron en pocos años el país ante la impotencia de Europa. Algo que persiste, pues aunque hayan pasado 20 años, los peligros en Bosnia siguen presentes.

La caída del Muro de Berlín en 1989 fue el principio del fin de la Guerra Fría y del bloque comunista que dividió Europa

P. El nacionalismo étnico y xenófobo que precipitó ese conflicto es hoy de nuevo un elemento sociopolítico importante en la práctica mayoría de los países europeos, ¿qué lo motiva?

R. Es cierto que tenemos movimientos nacionalistas y populistas en casi todos los países, de diferente peso y significado. Lo que les ha unido es la expansión de las políticas identitarias, que tomaron nuevo impulso a lo largo de los años 80 pero sólo eclosionaron definitiva y masivamente en cuanto se conjugaron dos factores, la crisis económica y la crisis migratoria de 2015-16. En esa época la inmigración, que había aumentado mucho en Europa en los años 90 y 2000, pasó de ser algo marginal a ocupar el centro del debate político, lo que unido al descontento económico provocó ese auge nacionalista en el que vivimos actualmente.

"Los nacionalismos son más fuertes en el Este porque allí han sido un elemento de oposición al comunismo y no se debilitaron como en Europa occidental"

P. Un hecho clave del siglo XX fue la caída del Telón de Acero y la disolución del bloque comunista, ¿casi 30 años después sigue existiendo una brecha entre el Este y el Oeste?

R. Rotundamente sí, especialmente de un modo psicológico. Pero también se ve en términos políticos, por ejemplo, en el tratamiento que algunos países centrales y orientales han respondido a esta crisis migratoria. Su enfoque es completamente distinto al occidental, algo que hunde sus raíces en la experiencia que tienen  de la era comunista, cuando la inmigración de otras culturas no era un aspecto principal de su día a día. Allí los nacionalismos son más fuertes porque han sido un elemento de oposición al comunismo, y no se vieron tan debilitados como sí lo fueron siendo paulatinamente en Europa occidental tras la Segunda Guerra Mundial. En otro sentido, estos países aún se siguen viendo como la parte pobre de Europa Occidental, no se les trata tan bien económicamente, como se ve perfectamente en  Alemania del Este, que a pesar de ser desde hace dos décadas parte del mismo país se siente descuidad en comparación con Alemania Occidental.

P. También apuntaba los atentados del 11-S como un hito que reconfiguró nuestra era,  ¿qué significó? ¿Fue realmente un punto de ruptura total con la sociedad y la política de posguerra?

R. Este desastre, que sucedió a miles de kilómetros de aquí, afectó directamente a Europa entera y nos dejó expuestos a las fuerzas globales, a la vez que las puso en el punto de mira de los europeos. Guerras como la de Afganistán, Irak, y más recientemente Siria, provocaron grandes protestas civiles y políticas en nuestros países, y además nos rebotaron en la forma del terrorismo islamista, que ha afectado a todas las áreas de Europa. Ahora somos más conscientes de lo que ocurre allí y de lo que significa vivir en un mundo globalizado, porque estamos definitivamente involucrados.

Europa, luces y sombras

"Desde hace tres años Europa se ha deteriorado bastante. El Brexit es imparable, Macron no ha logrado hacer reformas..."

Sin embargo, el hecho más relevante de la reciente historia continental no es una fecha fija, sino la creación paulatina de lo que hoy es la Unión Europea. Hace tres años, cuando Kershaw publicó su anterior libro, estaba próximo a ganar Macron en Francia, el Brexit era una amenaza remota y aún incipiente y la crisis de los refugiados parecía incontenible. ¿Cómo ha cambiado Europa en este tiempo, estamos mejor hoy que entonces? “Las cosas se han deteriorado bastante desde entonces”, reconoce el historiador. “El Brexit, el mayor daño innecesario y autoinfligido por un país con el apoyo democrático de su pueblo, parece algo ya seguro y consumado en una Gran Bretaña completamente dividida. En Francia, donde los chalecos amarillos demuestran que persisten los problemas, Macron no ha tenido nada de éxito a la hora de reformar la Unión Europea, pues dependía  sobre todo de una Alemania que no ha podido apoyarle por motivos domésticos”, explica Kershaw en rápido repaso a la actualidad europea.

Sin embargo, de nuevo encuentra una veta de optimismo en las recientes elecciones europeas celebradas en mayo cuyos resultados  “proporcionan un brillo de esperanza para el proyecto europeo. Igual que en Europa, aquí en España, los socialistas han tenido un gran resultado y Vox ha tenido menos apoyo del que se anticipaba y en otros lugares los populistas también parecen que han llegado a su pico máximo. Tras estas elecciones es posible creer en una mayor estabilidad”, defiende.

P. Más allá de los notables logros políticos y económicos de la Unión Europea, quizá queda la sensación de que ha fracasado el proyecto de crear una identidad común, ¿será posible algún día realmente?

R. Creo que una identidad común sólo podrá aparecer de una manera orgánica, con el tiempo, no se puede crear artificialmente. Y probablemente siempre sea una identidad secundaria, por debajo de la del Estado-nación, que nos hemos empeñado en enterrar muy pronto. Pero quizá damos mucha importancia a la identidad europea en sentido político. Culturalmente ya somos todos europeos, y más allá de esto, lo esencial es que todos aceptemos el sistema de valores liberales que es la base de la Unión Europea. Y ese es el gran problema, que tenemos países, no solamente Hungría o Polonia, sino también ahora mismo Italia, que están rechazando estos valores. Así que hasta donde yo veo no existe una solución obvia para nada de esto.

Manifestación proeuropeísta en Liverpool del pasado septiembre que exige una nueva votación sobre el Brexit

"Ningún país europeo puede afrontar sólo retos como la crisis medioambiental, el automatismo o el problema migratorio. Debemos estar unidos"

P. Dejando de lado la identidad, ¿qué medidas concretas debería tomar la UE para tener un nuevo impulso de cara al futuro?

R. La teoría, en la que curiosamente todo el mundo parece estar de acuerdo, es muy diferente de lo que se puede hacer en la práctica. En teoría se podría tener un Ministro de Defensa o de Asuntos Exteriores europeo, o crear una política fiscal común y consolidada, cosas que se llevan barajando mucho tiempo. Pero en la práctica, estos pasos son extraordinariamente complicados de conseguir, porque la oposición de los países a cada uno de estos avances es muy fuerte. El problema político de la UE es que necesita una reforma pero carece de las competencias y la capacidad para reformarse a sí misma. De ese modo invita también a problemas futuros porque no creo que en cinco años la situación sea diferente y si Europa no se repiensa desaparecerá.

P. Insiste mucho en su epílogo en que vivimos una época de incertidumbre, ¿a corto plazo, qué futuro nos aguarda, cuales son los grandes retos de que deberemos ocuparnos los europeos?

R. Los problemas obvios a los que nos enfrentamos ahora son cosas que ningún país individual puede afrontar sólo, por ejemplo la amenaza ecológica o el cambio climático, que no son siquiera problemas europeos, sino globales. U otros como la automatización, una amenaza a los trabajos de mucha gente que invita de nuevo a soluciones comunes. Y quizá el más acuciante es la cuestión de la inmigración, que ahora parece más contenida pero que no ha desaparecido, y debido a las grandes desigualdades del mundo siempre estará ahí. Otro tema que debemos abordar a nivel continental y no nacional, algo que por el momento no se hace, dejamos a los países que se las apañen solos y por eso ha habido un auge del populismo aquí y especialmente en Italia. Sea cual sea el reto, todos nos invitan a contemplar una mayor solidaridad y una mayor concentración y no una vuelta a las políticas nacionalistas.