Silvia Grijalba. Foto: Iñaki Andrés

La escritora y directora de la Casa Gerald Brenan publica Más que famosos, un recorrido por las entrañas del rock de los noventa

Una primera vez con Bowie, de gira con Loquillo, la invasión alemana de los Héroes del Silencio, el gran timo del indie, cita 'british' con Depeche Mode, Bryan Ferry, Leonard Cohen, John Cage, raves, chillouts... Silvia Grijalba narra en Más que famosos (Fundación José Manuel Lara), que sale a la venta este miércoles, sus experiencias como reportera y crítica musical de El Mundo durante los agitados años noventa, década en la que la industria devoró cantidades ingentes de presupuestos, de talento y de creatividad, marcando a fuego el panorama musical de principios del siglo XXI. Grijalba, fundadora del Spoken Word Palabra y Música, autora de las novelas Contigo aprendí y Tú me acostumbraste y actual directora de la Casa Gerald Brenan de Málaga, desvela, además, la ruta interior de las emociones que surgían de forma paralela a su multifacética trayectoria profesional.



Pregunta.- ¿Cómo ve el rock en estos momentos, hacia dónde camina?

Respuesta.- Creo que está en un buen momento. Dentro de la escena underground hay artistas muy interesantes que están haciendo cosas realmente importantes e innovadoras. Lo que sí creo es que ya no hay grandes estrellas, como podían ser las que había antes del cambio de la industria musical. El 'mainstream' es menos apasionante.



P.- ¿Queda algún rastro de la burbuja musical de los 90?

R.- Sinceramente, creo que muy poco. Que esa actitud (que yo menciono en el libro y que no comparto en absoluto) de hacer gala de ser amateur ha hecho que, efectivamente, fuera un fenómeno efímero, excepto casos muy contados. Siempre he defendido que los artistas de rock deben tener actitud y que cualquier artista debe querer ser profesional. Si quieres ser amateur, pues además de fastidiar a los que sí se toman esto en serio, lógicamente acabas en el olvido. El rock es talento, actitud y trabajo. No una cosa de fin de semana.



P.- ¿Cree que los excesos del sector (en concreto de las discográficas) de aquella época han traído los lodos digitales de la actualidad?

R.- Creo que algunas actitudes megalómanas de la industria discográfica sí han influido en ello. Uno de los grandes errores de esa industria (que no ha sido la única culpable, hay otros intereses de por medio) fue el de apostar por productos, que no artistas, de mala calidad. Si vendes algo que no vale nada, es decir que no tiene calidad, la gente no se interesa por ello, ni considera que deba pagar por ello.



P.- ¿Se ha espabilado el mundo de la música con los estragos de la piratería?

R.- Creo que se ha especializado. Las discográficas de electrónica más radical o los grupos minoritarios llenan los conciertos.



P.- ¿Qué iniciativa propondría a la SGAE ante una situación tan crítica?

R.- Una campaña de comunicación que haga comprender a la gente que los músicos no son unos vagos que viven en grandes mansiones. Que son gente que trabaja duro y que, como todo el mundo, necesita obtener un beneficio por su trabajo. Eso es lo esencial, luego creo que hay que cambiar algunos sistemas de recaudación que son absurdos y que entiendo que la opinión pública esté en contra de ellos.



P.- ¿Podrían repetirse hoy fenómenos como los que protagonizaron los de Héroes del Silencio o Killer Barbies en Alemania?

R.- Creo que sí. De hecho creo que ahora es más fácil que un grupo español triunfe fuera. Por eso cuento en el libro con esa intensidad la conquista de otros mercados por parte de grupos que no se acomodaron como estos dos.



P.- ¿Afirmaría que los "diez minutos de más" que le concedió Bowie simbolizan su vértigo profesional de aquella época?

R.- Si, la anécdota es que tenía oficialmente 20 minutos de entrevista, que entró la manager para decir que habíamos acabado, que él le contestó que estaba muy a gusto y que quería seguir 10 minutos más. Lo cual a mí, con 23 años, me pareció tocar el cielo. Luego, con el tiempo me di cuenta de que era un truco que solían hacer las estrellas para que el periodista se sintiera más importante, pero sí, claro, me fascinó. Era mi ídolo de adolescencia.



P.- ¿Fue John Cage el responsable de abrirle nuevos caminos en la música?

R.- Pues en parte sí, esa entrevista que cuento, en la que su respuesta fue un silencio en el que estuvimos media hora oyendo el ruido de los coches, de la calle, de nuestros latidos de corazón, para explicarme su música sí que me hizo cambiar y empezar a interesarme por la música electrónica y experimental.



P.- Después de interpretar todos los papeles del sector musical, ¿sigue pensando que ser "EL MÚSICO" es lo mejor?



R.- Por supuesto, no hay nada como la sensación de subirse a un escenario. Eso no lo cambio por nada, ni siquiera por los 30 minutos con Bowie...



P.- Da la sensación de que ha volcado mucho en el libro, tanto personal como profesional. ¿Ha sido un libro que necesitaba "soltar", orgánico?

R.- En principio fue un encargo de la Fundación Lara para su colección de escritores que cuentan sus experiencias en primera persona y yo acepté con gusto pero con cierto pudor. Luego lo he agradecido. Quizá no se me hubiera ocurrido hacerlo y ha sido una experiencia genial, emocionante y la verdad es que me ha hecho reconciliarme con cosas de la profesión de periodista y del todo ese mundo. Sí que he sido muy sincera.



P.- En algunos momentos evoca cierto tono epistolar, como si se lo estuviera escribiendo a sí misma...

R.- No lo había pensado, pero sí, es posible, en el fondo es una carta a la que fui y un ejercicio de reflexión.



P.- El libro parece evocar un largo viaje, una relación que pasa por buenos y malos momentos, con Lestrigones y Cíclopes... Tras ese viaje a Itaca, sabia como se ha vuelto, ¿daría algún consejo a las nuevas generaciones de críticos/periodistas musicales?

R.- Les diría que se lancen, que es un viaje apasionante, que luchen por hacer periodismo gonzo, por no quedarse en lo superficial y que agradezcan que pueden hacer de su pasión una profesión.



@ecolote