Javier Moro. Foto: Elena Blanco

Viene a Barcelona a presentar A flor de piel (Seix Barral), su último libro y el primero que escribe y publica después de haberse hecho con el Premio Planeta en octubre de 2011 por El imperio eres tú. Este autor, nacido en una saga de guionistas y escritores de prestigio, no se imagina haciendo otra cosa que no sea sentarse frente a la pantalla de su ordenador para desgranar apasionantes tramas

Ahora se trata de una novela sobre un episodio que cambió el rumbo de la historia. Nada menos que la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, una aventura marítima y terrestre emprendida en 1803 por tres extraordinarios personajes que tuvieron una importancia decisiva en el destino de la humanidad al transportar y distribuir la vacuna por los territorios de Ultramar. Y a eso ha dedicado los últimos cuatro años de su vida. Javier Moro (Madrid, 1955) es escritor de corazón. Lo lleva en la sangre, no puede negarlo. No en vano su segundo apellido es Lapierre, su abuela fue escritora, su tío abuelo fue escritor y guionista y el hermano de su madre es el gran Dominique Lapierre, junto al que Moro aprendió los gajes del oficio. Así es que Javier Moro guarda como recuerdo de la comida familiar de los domingos las eternas discusiones acerca de qué era mejor para atrapar al lector, un buen principio o un buen final, o como distinguir una historia con gancho de otra anodina y sin chispa.



Pregunta.- ¿Un escritor nace o se hace?

Respuesta.- Siempre he creído que en la vida todo se hace, es decir que lo que vale es el esfuerzo y la voluntad. Pero para dedicarse a esto de la escritura, que es tan sumamente complejo, hay que tener muchas ganas además de una cierta inclinación natural. A mí siempre se me ha dado bien escribir, y tengo una verdadera pasión por este oficio, así es que jamás me he planteado hacer otra cosa. Mi tío abuelo, Paul Andreota, fue escritor y guionista. Mi abuela, Louise Lapierre, era una escritora maravillosa. Mi tío es Dominique Lapierre y su hija, Alexandra, también es escritora. O sea que yo creo que en mi caso los genes y el medio en el que he crecido cuentan mucho.



P.- ¿Los principios fueron duros ?

R.- Yo hice mis pinitos en el cine. Escribí mucho guion, primero en España (Crónica del alba, Valentina), y después me fui a Los Angeles y me convertí en guionista de varios directores de cine, entre otros Ridley Scott. Con el sueldo que este me pagó pude financiarme los dos años de investigación en Brasil que necesité para escribir Senderos de libertad, mi primera novela publicada. Sufrí mucho con esa primera novela, tenía tantísima documentación que no sabía cómo convertirla en una historia. Durante dos años entrevisté a curas, obispos, asesinos a sueldo, forajidos, campesinos y muchos otros personajes. Cuando me enfrenté a todo ello entré en crisis, empezaba la historia una y otra vez y no encontraba el tono. Hasta que un día mi tío, Dominique Lapierre, me dio un consejo clave: no pretendas contarlo todo, hay que seleccionar.



P.- ¿Ir al terreno es fundamental para usted?

R.- Sí, yo no concibo escribir una historia sin hacerla mía. Me gusta que mi aventura no sea sólo intelectual sino también física. Mi reto es recrear mundos, y para ello hay que leer mucho sobre el tema, vivir allí, saber cómo huele, cómo suena, cómo son sus habitantes, cómo se mueven, cómo hablan, cómo se visten. Antes de escribir hay que saturarse de información, emborracharse. Y luego, cuando estás saturado y repleto de entrevistas, lecturas, paisajes... es cuando puedes sentarte a escribir.



P.- ¿En qué fase disfruta más?

R.- En todas. La documentación es apasionante. Me siento muy vivo cuando viajo, entrevisto, descubro, conozco, leo, tomo notas, etc. Es como convertirte en detective. Luego viene el proceso de escritura que es muy intenso y me hace sufrir mucho. Hay veces que no encuentras el tono o la perspectiva y eso es agotador. Esta última novela, A flor de piel, la empecé tres veces y no me gustaba. Hasta que de repente un día ya dí con la perspectiva que estaba buscando. Es lo que yo llamo "el ángulo de ataque", que no es otra cosa que elegir desde dónde vas a contar la historia. Y a partir de ahí todo fue rodado y ha sido muy placentero todo el proceso de escritura. Y después viene la promoción, que a mí particularmente me encanta. A otros escritores les agota, pero a mí me resulta muy relajante.



P.- ¿Anárquico o disciplinado a la hora de escribir?

R.- Soy muy estricto con mis horarios, porque tengo comprobado que es lo que me da buen resultado. Durante la fase de documentación nunca escribo, sólo tomo notas y me hago esquemas. Y cuando empiezo la fase de escritura me pongo un horario que sigo a rajatabla: me siento cada mañana a las 8h a escribir, y no me levanto hasta las 12h. Luego corrijo hasta las 13h. Y a las 16h me pongo de nuevo a trabajar, y según como esté de cansado solo corrijo o escribo. Esto lo hago cada día, sábados y domingos incluidos, porque si paro luego me cuesta mucho arrancar. Realmente es un esfuerzo físico e intelectual muy grande y muy extenso en el tiempo.



P.- Elige siempre hechos históricos. ¿Por qué? ¿Le cuesta inventar?

R.- Me apasiona la historia y averiguar lo que se esconde detrás de algo y recrear esos mundos me resulta fascinante. Además, soy de los que piensa que todo está escrito, sea cual sea el tema que escojas. Lo que de verdad importa es cómo lo cuentas y la visión diferenciadora que aporte el autor.



P.- ¿Cómo escogió el tema de esta última novela suya?

R.- Un día estaba en el Jardín Botánico de Madrid y me enteré por casualidad de que muy cerca de allí estaba el archivo de todas las grandes expediciones científicas españolas. Me puse a investigar y me encontré con esta expedición, totalmente disparatada en mi opinión. Quise contarla y transmitir el punto de épica y grandeza que conllevaba.



P.- ¿Qué ha sido lo más difícil en este caso?

R.- Hacer hablar y actuar a los 22 niños que aparecen en la historia. Es muy complicado, porque se corre el peligro de caer en la cursilería y el sentimentalismo de una manera muy fácil. Mi salvación en este caso ha sido imaginarme siempre cómo reaccionaría mi hijo de once años en esa situación, cómo hablaría y cómo se comportaría. Eso me ha ayudado mucho para darle un toque real y natural a los diálogos.



P.- Sus descripciones son muy visuales. ¿Es por influencia del cine?

R.- Probablemente. Yo necesito ver, oír y oler las situaciones y los personajes. Ese es otro consejo muy valioso de mi tío Dominique.



P.- Cuénteme alguna anécdota que le haya ocurrido mientras escribía A flor de piel...

R.- Me pasó algo increíble, un verdadero golpe de suerte. Yo tenía un problema de falta de información sobre Isabel Zendal, un personaje clave en esta historia. No había manera de encontrar nada publicado sobre ella, ni de localizar a sus descendientes, etc. Hasta que un buen día Luis Conde, un historiador al que contraté para el proceso de documentación de esta historia, estaba desayunando en una cafetería de La Coruña, cogió un periódico para ojearlo y se encontró publicado un artículo sobre este personaje. A partir de ahí contacté con el periodista que había escrito el artículo y ya pude avanzar muchísimo en la investigación y hasta localizar a sus familiares.