Ramón Pernas. Foto: Gonzalo Arroyo.

El escritor gallego gana el Premio Azorín de novela 2014 por Hotel Paradiso (Planeta)

Pensando en una vejez feliz, llamó a su hotel Paradiso, en claro homenaje al libro de Lezama Lima. Pero, pasados los años, sus hijos lo condenaron a él: a vivir, a experimentar desde dentro aquel supuesto edén que él mismo había construido de joven. Con estas premisas arranca Hotel Paradiso (Planeta), el último libro del escritor gallego Ramón Pernas, que ha sido premiado recientemente con el Premio Azorín de novela. Le interesaba al escritor mostrar el enfrentamiento, a veces tan cruel, entre padres e hijos, sobre todo cuando estos se desvían de la ruta señalada. Con un deje de ironía amarga, Pernas reprende a todos los hijos del mundo, y les pone frente a la desolación de un padre abandonado que dice, resuelta su vida, que "ha sido un error vivir, continuar viviendo es un error, mi vida fue un permanente error, nada me ha faltado y me sobró todo".



Pregunta.- El libro homenajea a la vejez, a la decrepitud, pero también a la literatura, con esas referencias constantes a los libros que formaron al protagonista.

Respuesta.- Es que eso está en mí: mi narrativa, mi imaginario está rodeado de libros; mi vida, mi cuerpo se construye no con arterias, venas, vasos y capilares, sino con libros que me han ido formando, y que han ocupado siempre en mí un lugar definido, sanador, terapéutico. Somos lo que leemos. Y siempre empezamos a leer por un orden, ya sea canónico o errático, pero siempre coincidente con la juventud.



P.- El protagonista de Hotel Paradiso es abandonado por sus hijos en una residencia. ¿Quería denunciar de algún modo el olvido al que son sometidos los ancianos?

R.- En nuestra sociedad los viejos son siempre excluidos; acaban, en su mayoría, encerrados en residencias, que son como cárceles.



P.- ¿Qué reivindica usted de la vejez?

R.- De la vejez lo reivindicable siempre será la memoria.



P.- Es interesante, en su historia, que mientras los hijos consideran el internamiento como unas vacaciones para el padre, él lo ve como usted dice: como un encarcelamiento o una tortura.

R.- Sí... son visiones contrapuestas. Los hijos son un accidente que tenemos los padres, un accidente que dura toda la vida [se ríe]. Y los padres siempre serán una pesadez y con el tiempo se convertirán en objetos desagradables, que huelen mal, que están de más.



P.- ¿Le interesaba, ante todo, mostrar ese desencuentro entre padres e hijos? Me refiero a la estructura, con el relato enfrentado entre el anciano y su hija.

R.- Sí, en este caso los hijos militaban en una compañía religiosa y su padre, que es un liberal empedernido, estaba alejado de todos esos planteamientos. Son contrarios y entre ellos hay diferencias casi insalvables.



P.- El padre, en todo caso, era una persona contradictoria en sí misma, capaz de lamentar su soledad al final de su vida y decir, a la vez, que el egoísmo y el individualismo han sido el secreto de su supervivencia.

R.- Sí, él considera el egoísmo como una cualidad superior del espíritu. El egoísmo es lo que nos hace ser emprendedores, es lo que nos hace ser cultos, es lo que hace distinguirnos de otras personas. Sin egoísmo la sociedad no hubiera progresado. Yo creo, por ejemplo, que cualquier presidente de una empresa importante, que trabaja día y noche... esa persona solo puede trabajar por egoísmo, no hay otra explicación. No hay en su actitud otra proyección que la de distinguirse, que la de ser el mejor. Y eso acaba repercutiendo para bien en la sociedad. Al protagonista le ocurre igual: gracias a su egoísmo, consigue ser el mejor viviendo, soñando, imaginando, con sus amantes. El egoísmo lo lleva a la excelencia.



P.- Pero esa actitud le deja solo.

R.- Puede que ese sea el precio, sí.



P.- Usted utiliza el circo, con su carácter itinerante, como una metáfora de esa soledad.

R.- Sí, es parabólico. Cojo dos universos cerrados, arcaicos, asfixiantes, como el circo, que además es endogámico -siempre, una y otra vez, la misma ruta-, y el de los asilos de ancianos, que es también muy hermético. El circo, con su pista, es un universo circular, como la vida, y representa además, en la voz de la hija, la juventud y la esperanza, frente al final, que es el asilo y, dentro de él, la vejez.



P.- Otro de los espacios del libro es Italia, que evoca con profunda admiración. ¿Cómo es su relación con este país?

R.- Italia es un estado de ánimo para mí. Y es también como una amante. Si España es mi mujer, mi esposa, Italia es mi amante: es donde yo me escapo, donde me refugio. Italia es la grandeza. Si Italia es la ópera, España es la zarzuela: fíjate la diferencia. A los dos nos unen cosas; nos une la calle, por ejemplo, esa locura cotidiana, nos une la picaresca, el modo caótico de entender la vida, pero ellos nos superan en muchos aspectos; en su capacidad de regenerarse una y otra vez, por ejemplo. Se ve muy bien en la película de Sorrentino, La Gran Belleza. Esa es la Italia admirable y decadente.

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