Antonio Skármeta. Foto: Mitxi.

Hoy presenta en la Casa de América Los días del arcoiris, novela ganadora del Planeta-Casamérica

A Pinochet le apuntilló la publicidad. En 1988 se vio obligado a convocar un plebiscito para que los chilenos decidieran si continuaba o no la dictadura. La campaña a favor de la democracia fue espoleada por unos anuncios televisivos tan pegadizos que hasta los dinosaurios del régimen acabaron tarareando sus melodías. Por un estrecho margen el dictador acabó perdiendo la votación. Antonio Skármeta (Antofagasta, 1940) recuerda aquella transición política en Los días del arcoiris, novela ganadora del Premio Planeta-Casamérica. El autor de El cartero y Pablo Neruda homenajea a esos publicistas talentosos (cineastas frustrados por la tiranía pinochetista) que devolvieron "la esperanza en la libertad" al pueblo chileno.



Pregunta.- La novela es un guiño a los publicistas, claves en la caída de Pinochet...

Respuesta.- Los días del Arcoiris es un abrazo fraternal para ellos. Lo tenían muy difícil para movilizar a un pueblo descreído y desesperanzado sobre las posibilidades de la libertad. Tuvieron que buscar un símbolo, una idea que cambiara esa inercia. Y la encontraron: la campaña del NO a la dictadura fue muy brillante. Entraron 15 minutos en la televisión dominada férreamente por Pinochet durante 15 años, y por esa rendija introdujeron la fantasía, la ternura, el humor, la libertad... Muchos de ellos eran cineastas que tras el golpe del 73 no pudieron salir del país y acabaron ganándose la vida como publicistas. Aprendieron muy bien el lenguaje de la concisión, por eso, cuando llegó el momento del plebiscito, estaban muy preparados.



P.- Incluso se puede llegar a decir que fue algo tan inocuo como un valsecito el que derrocó la dictadura...

R.- Hubo muchas ideas surrealistas en la campaña. Una de ellas fue la de cambiarle la letra al vals de El Danubio azul, que decía "no, no, no"... Fue algo irónico, animoso, alegre, que contribuyó a avivar el espíritu de la gente. Tuvo tanto éxito que hasta los pinochetistas tarareaban el estribillo. Pero esa campaña fue la gota que colmó el vaso, que se había ido llenando durante años de un "no" activo y pasivo que a muchas familias les salió muy caro. En la novela hay mucha alegría porque son los días en que se conquista la libertad, pero también están las sombras del régimen, porque al mismo tiempo, en sus mazmorras, seguían torturando a los disidentes.



R.- Fue ingenuo Pinochet al convocar ese plebiscito que al final acabó echándole del poder...

R.- Estaba obligado por la constitución que él mismo promulgó en 1980. El plebiscito lo introdujo para darle aires democráticos a su régimen y que, de este modo, no se viera aislado internacionalmente. No le quedaba más remedio que convocarlo. Pero él esperaba que después de 15 años gobernando y controlando los medios de comunicación había conseguido lavar el cerebro a los chilenos. No dimensionó bien el dolor que había provocado con la represión y que la economía neoliberal que implantó afectó mucho a las clases humildes. Tampoco que iba a tener enfrente una campaña tan talentosa y llena de alegría. Pensaba que los defensores del "no" harían una cosa lacrimógena y centrada en el pasado. Se equivocó.



P.- ¿Cómo ha recibido el público chileno la novela? ¿Sigue interesado en los pormenores de la dictadura?

R.- Salió hace apenas dos semanas. En la presentación participaron algunos de los responsables de la campaña del NO, como Juan Gabriel Valdés. También acudieron muchos periodistas. Muchos me han revelado que se han sentido tocados por lo que se cuenta en la novela. Está el número uno en la lista de ventas, lo que demuestra el gran interés de los chilenos por conocer su historia.



P.- Le interesa que Los días del Arcoiris llegue sobre todo a los jóvenes, ¿no?

R.- Sí, particularmente, a los muchachos de 17 y 18 años que están acabando el instituto y a los universitarios, porque es una historia que demuestra que con la fantasía se pueden derrocar dictaduras cambiar sistemas. Me alegra, además, que la publicación aquí coincida con la agitación de algunos movimientos cívicos...



P.- Pero ve en las nuevas generaciones chilenas deseo de comprender ese capítulo oscuro de su pasado nacional. Alejandro Zambra, que acaba de publicar Formas de volver a casa, afirma que no: que en general lo han considerado un asunto que pertenece a sus padres.

R.- El arte joven chileno una y otra vez repara en este periodo histórico. Ahí están películas tan reveladoras como Machuca de Andrés Wood, y Post Mortem y Tony Manero de Pablo Larraín. Y el maravilloso documental del movimiento de los estudiantes de secundaria y su resistencia, titulado Actores secundarios. Son los jóvenes los que marcan en muchos casos los temas del debate público en Chile. Un ejemplo son los pingüinos, llamados así por su indumentaria, y que provocaron una enorme trifulca durante el mandato de Bachelet, pidiendo una reforma educacional.



P.- La estructura de maestro y alumno, en múltiples variantes, es recurrente en su narrativa...

R.- Sí, porque siempre he querido que la gran cultura universal se actualice en la vida cotidiana y eso es precisamente lo que hacen los maestros.



P.- ¿Qué paralelismos ve entre la transición chilena y la española, consideradas ambas modélicas por ser pacíficas?

R.- Hay algunas diferencias pero también semejanzas muy importantes. Quizá la principal fue que los movimientos sociales que exigían la instauración de la democracia desbordaron las fronteras de los partidos. En esto sí hay un juego de espejos.

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