El rey Felipe VI preside la final de la Copa en el Wanda Metropolitano.

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El caso del palco y los clientes 'indepes'

16 diciembre, 2018 00:53

Bienaventuradas las fiestas de empresa. Llevo dos semanas sin parar, de comilona en comilona, de cóctel en cóctel, de sarao en sarao. No sé si es el MeToo o la edad, pero este año nadie me ha llamado guapa y ningún borracho me ha tocado el culo. Es una buena noticia. Lo que no cambia nunca es que los directivos con los que hablo, al amor de un buen vino, me cuentan historias que, normalmente, se reservarían.

Uno de ellos estaba especialmente preocupado y con ánimo taciturno, pese al arroz con carabineros. Me contó, en confianza, una historia que le viene preocupando desde la final de la Copa del Rey en el Wanda Metropolitano. "¿Quién te robó el mes de abril?", le pregunté.

Me contó que su empresa tenía un palco abierto en la final y aprovechó para llevarse con él a un grupo de clientes catalanes que querían ver a su equipo. Hasta ahí, todo normal. En el palco contiguo había una familia que apoyaba al Sevilla de su corazón.
Pero llegó el momento del himno nacional y uno de los clientes comenzó a silbarlo. Esto provocó una airada reacción por parte del patriarca sevillano, que se levantó de la silla e intentó cambiarse de palco para golpear al sujeto que estaba injuriando su orgullo nacional. 

Mi amigo saltó, como un resorte, y saltó en defensa de su cliente, despejando al sevillano como si fuese un balón que intentase entrar en su área. 

“Pero he aquí el problema. Yo me sentía mucho más cerca del agresor que del agredido y lo que me pedía el cuerpo no era lo que hice. Desde entonces pienso cada poco en aquel momento y en cuál fue mi reacción. Aunque finalmente no me expulsaron del campo, me sentí obligado a pedir disculpas a la familia del sevillano, que obviamente no quería saber nada de mí, les dije a mis clientes que se quedaran con el palco y me fui”.

¿A quién extrañan las peleas de palco cuando la situación está tan crispada como para que el presidente de la Generalitat hable de acometer una solución violenta que causó decenas de muertes? Estamos en un país en el que incluso Íñigo Errejón pide ya reivindicar la bandera de España y se atreve a  criticar a Torra. En uno en el que la extrema derecha de Vox se ha convertido en alternativa para mucha gente que se siente insultada por los insultos, los recibidos y los percibidos. 

Y ante esta situación, ¿qué pueden hacer las empresas? ¿Cómo conjugar las ideas individuales con las normales relaciones económicas?

Muchos creen que las empresas se sienten cómodas en entornos propios para los extremistas. Se equivocan. “A las empresas más importantes no nos gustan los extremismos de ningún tipo, pero entre uno que ataque la libertad económica y otro que parece protegerla, como es el caso de Jair Bolsonaro, lo tenemos claro. Es el mal menor”, me decía el otro día una empresaria muy principal. 

Hay quien habla de Vox como si fuese un partido fascista y se olvida de matices como que los nazis eran tan nacionalistas y racistas como socialistas. Entre los 25 puntos del Partido Nacionalsocialista Obrero alemán, uno de ellos exigía cosas como  “la nacionalización de todas la empresas que, hoy en día, pertenecen a los monopolios” o “la entrega inmediata de los grandes almacenes a la administración comunal y su alquiler, a bajo precio, a los pequeños comerciantes”.

Las empresas son como cualquier otra organización. Apoyan aquello que conviene a su actividad e intentan protegerse de todo aquello que la limite. No suelen tener ideología, más allá de la que a veces le imprimen sus directivos. Más allá de la que, en ocasiones, se filtra de un palco a otro. Y es mejor que así sea.

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