Melbourne (enviado especial)

Cerca de la medianoche del martes, Rafael Maymò, el fisioterapeuta de Rafael Nadal, acompañó al número uno del mundo al vestuario del Abierto de Australia para recoger todas las cosas. Carlos Moyà, su entrenador, Carlos Costa, el agente, y Benito Pérez-Barbadillo, el jefe de prensa, también echaron una mano mientras se despedían de muchos de los empleados del torneo con la tristeza colgada de la cara. Minutos después, el grupo se montó en un coche con dirección al hotel Crown Towers, la fortaleza del mallorquín durante el primer grande del curso, y cada uno se refugió en la habitación con la sensación de que el tenista había dejado escapar una oportunidad importante de pelear por la copa de campeón. La retirada de Nadal ante Marin Cilic, consecuencia de una lesión en el psoas-ilíaco de la pierna derecha, privó al tenista de un objetivo que estaba a tiro: el de asaltar el título el próximo domingo. 

Estoy triste por tener que irme de un torneo que me encanta”, reconoció el balear, que abandonó la sala de prensa sin poder flexionar la pierna derecha, tieso como un palo. “Me sentía con la capacidad de luchar para ganar, esta es la sensación que yo tenía. Estoy triste porque una vez más me ha ocurrido un problema así”, prosiguió Nadal, que comenzó su 2018 directamente en Melbourne tras renunciar a Abu Dhabi y Brisbane para recuperarse al completo de la carga de estrés que sufrió en la rodilla derecha durante el último tramo del curso pasado. “No he empezado a jugar la semana que me hubiera gustado, pero había hecho las cosas bien. Es cierto que llegaba un poco justo a Australia, aunque ya había superado lo más complicado. Me planto en unos cuartos de final y… me pasa lo que ha pasado”.

Hasta el tercer parcial de su partido con Cilic, el número uno jugó sin dolores que condicionaran su rendimiento. Fue un Nadal lanzado y agresivo en la primera manga, dubitativo en la segunda (6-3, 3-2 y saque para haberse colocado con una interesante ventaja, que no aprovechó) y guerrero en la tercera, capaz de frenar el trance del croata en un desempate que no estaba en sus manos (5-5 y saque de su rival para haberse fabricado una bola de set) para ponerse a un solo set de las semifinales.

Nadal, en pleno tratamiento médico durante su encuentro de cuartos de final. Reuters

La aparición del dolor en la pierna, que llegó de la mano de la lesión que obligó al balear a retirarse apretando los ojos para evitar las lágrimas, fue el punto y final a otro capítulo negro en Australia.

“Cuando ocurren cosas así, uno tiene que mirarse al espejo y ver todo lo bueno que le ha pasado”, reflexionó Nadal, que en 2017 volvió a ganar torneos del Grand Slam (Roland Garros y Abierto de los Estados Unidos) tras casi tres años sin poder hacerlo, y recuperó la cima de la clasificación. “Es verdad que quizás he tenido más lesiones que la mayoría de todos mis competidores, desgraciadamente no me acuerdo de todas, pero también es verdad que he ganado más que casi todos ellos”, añadió el mallorquín. “Uno tiene que poner las cosas en una balanza y estar satisfecho”. 

Así, Nadal se sometió este miércoles por la mañana a una resonancia magnética que identificó su problema y le ayudó a empezar a plantear la recuperación. El mallorquín, que ya había decidido no estar en la primera eliminatoria de la Copa Davis entre España y Gran Bretaña, tenía planificado regresar a la competición en el torneo de Acapulco, que arrancará el próximo 26 de febrero, y así será si nada se tuerce por el camino.

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