El final de la calle Ferraz, en Madrid, estaba escoltado hace poco más de un siglo por dos cuarteles, el de la Montaña y el de San Gil, que fueron escenario de importantes acontecimientos históricos. El primero fue asaltado en los primeros días de la Guerra Civil como respuesta a la sublevación de los generales golpistas —el combate se saldó con varios centenares de muertos—. En el segundo se registró el 22 de junio de 1866 un célebre motín contra Isabel II que fue duramente reprimido: 66 sargentos y militares acabaron fusilados. Galdós, testigo del traslado de estos hombres al paredón, relató los hechos en varias de sus obras.

Del Cuartel de la Montaña, ocupado hoy en día por el Templo de Debod, uno de los rincones más fotografiados de la ciudad, no queda nada, solo un monumento erigido en los años 70 que ni siquiera cuenta con una plaquita para contextualizar su significado. El de San Gil, construido como defensa septentrional del Palacio Real, fue demolido a principios del siglo XX. Pero su historia y parte de su estructura han vuelto a la luz a raíz de las obras de remodelación que se están desarrollando en la Plaza de España y su entorno.

Bajo el túnel de Ferraz, en la zona de la intersección con la calle Ventura Rodríguez, han aparecido unos muros de planta semicircular, con arcos de medio punto, que pertenecieron al bastión del Cuartel de San Gil. Concretamente se trata de la cabecera de la muralla defensiva del edificio, diseñado y construido en el último cuarto del siglo XVIII por Francesco de Sabatini, arquitecto de cabecera de Carlos III y de su hijo Carlos IV.

Maqueta del Cuartel de San Gil realizada por León Gil de Palacio. En ella se aprecia el bastión recuperado. MALM

La arquería, hecha de ladrillo y sílex, la piedra histórica de Madrid con la que los árabes ya erigieron la primera muralla en el siglo IX, se descubrió totalmente atravesada por el túnel. Su conservación in situ era imposible: o se trasladaba o se destruía. Tras seis meses de trabajo, el arqueólogo y restaurador Miguel Ángel López Marcos, director de un proyecto aprobado por la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento, muestra orgulloso el resultado. Los únicos vestigios que sobreviven del Cuartel de San Gil han podido salvarse.

"Es un testimonio importante de la historia de Madrid", explica López Marcos a este periódico. Él ha sido el artífice del desmontaje y traslado de los muros, de hasta cinco metros de alto, a la superficie, a unos 50 metros de su ubicación original. Ya en la calle Ferraz se está realizando la última fase de consolidación con la empresa Terra-Arqueos, S.L., especializada en musealización de yacimientos desde hace más de 25 años, a través de una coronación superior de morteros hidrófugos que repelen la humedad y permiten que los restos arqueológicos resistan a la intemperie. 

Los muros del complejo aparecieron encajados bajo el túnel de Ferraz. Miguel Ángel López Marcos

A la egipcia

Miguel Ángel López Marcos lleva dos décadas trabajando en Egipto como responsable de la reconstrucción de la estatuaria colosal en el templo funerario de Amenofis III —o Amenhotep III—, uno de los gobernantes de la Dinastía XVIII, la de Tutankamón. Ha realizado más de una decena de reconstrucciones y traslados de colosos, como los célebres de Memnón, de hasta 300 toneladas de peso. Incluso ha tenido que rescatar a algunas de estas gigantescas esculturas de más de 3.000 años de antigüedad del fondo pantanoso del río Nilo.

La recuperación de los endebles vestigios de la arquería del Cuartel de San Gil, de 120 toneladas, ha sido una empresa a la egipcia, sin maquinaria pesada como grúas porque no entraban —en Egipto no se permite su acceso a los yacimientos por el riesgo de destrucción—. "Hemos tenido que cortar con hilo de diamante la estructura en cuatro trozos de 30 toneladas", desvela el arqueólogo. Es decir, los arcos se han partido por la mitad, generando unas piezas en forma de T, que se han envuelto en un armazón de metal fabricado al milímetro para evitar su ruptura por las vibraciones provocadas durante el transporte.

Los bloques cortados y montados sobre las tanquetas. Miguel Ángel López Marcos

"Luego movimos las cuatro estructuras con unas tanquetas de rodillos, el sistema que utilizamos en Egipto", narra López Marcos. Ya fuera del túnel sí se utilizó una grúa pesada para colocar los muros y "coserlos" en el lugar exacto donde se van a exponer, acompañados de carteles explicativos, como parte de un itinerario arqueológico peatonal en el que se incluirán otros restos hallados durante las obras en la Plaza de España: la planta baja y el sótano del Palacio de Godoy y unos contrafuertes que formaban parte de la plataforma sobre la que se construyeron las caballerizas reales en época de Felipe II.

Lo único que ha quedado sepultado bajo el túnel son los dos pilares centrales del bastión, por lo que la estructura no se va a mostrar completa sino que se ha optado por la mínima intervención. "Solo se han reconstruido, con piedras de los recortes, dos pequeños pilares que refuerzan sendos arcos para que soporten la carga", asegura el restaurador, que ha dirigido a un equipo formado por unos 80 profesionales de FCC capitaneados por Álvaro Mendoza y Lorenzo Naranjo.

"Este proyecto ha sido un reto a nivel de extracción. No era imposible, pero sí ha sido muy laborioso y difícil", valora López Marcos, que también ha participado en los traslados de la muralla de Carlos III que apareció en 2008 en un parking de Serrano y de un mausoleo romano, de 25 toneladas y con sarcófagos de un patricio, descubierto en la localidad de Arroyomolinos en 2010. El arqueólogo concluye destacando el empeño de la Dirección General de Patrimonio y la buena disposición del Ayuntamiento para hacer todo lo posible por conservar el último testimonio del Cuartel de San Gil: "Son las administraciones las que pueden dar el mejor ejemplo para conservar el patrimonio".

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