En algún momento comprendido entre los siglos III y II a.C., el pueblo íbero de los indiketas, asentados en la actual llanura del Alto Ampurdán, en Girona, se batió en armas con una comunidad vecina. De la batalla, como símbolo del triunfo, de superioridad sobre el enemigo, se trajeron en una red o atada a las crines de los caballos la cabeza decapitada de un joven guerrero rival de unos 18 años. Tras embadurnarla con aceites y resinas la fijaron a la pared de madera del caserío de los líderes de la tribu con un clavo de 23 centímetros de longitud. Expuesto en ese lugar, el cráneo se convirtió en un trofeo de guerra, en un elemento de poder.

La cabeza del joven guerrero fue hallada en 2012 en el Puig de Sant Andreu, uno de los yacimientos ibéricos de Ullastret, y el análisis antropológico ha revelado datos curiosos sobre su fisiología: no podía tener más de 18 años porque no le habían salido todas las muelas; además, en el esmalte de los colmillos hay rastro de desequilibrio nutricional padecido durante la infancia, hacia los 4 años, por carencias en la dieta o alguna enfermedad. Pero lo que más asombra es ese clavo que le atraviesa desde la parte superior de la frente a lo que sería la nuca.

"Es el cráneo mejor conservado de la Edad de Hierro que hay a nivel europeo", explica Gabriel de Prado, responsable del Museo de Arqueología de Cataluña Ullastret a este periódico. El arqueólogo, junto con su colega Carme Rovira-Hortalà, comisionan la exposición temporal Cabezas cortadas. Símbolos del poder, que acoge el Museo Arqueológico Nacional hasta el próximo septiembre y que ahonda en la finalidad de comprender un ritual, el de cercenar testas, registrado de forma prolongada desde la Antigüedad. La muestra reúne 61 piezas arqueológicas y etnográficas, apoyadas en recursos audiovisuales, que permiten adentrarse en las raíces del fenómeno y su dimensión cultural.

El cráneo del joven guerrero, visto de perfil. Carlos Pérez Efe

Al mismo tiempo que el cráneo del joven íbero, fallecido en uno de sus primeros combates, fue clavado en el dintel de una puerta o una habitación, su cuerpo quedó abandonado en el campo de batalla, a la intemperie, como alimento de los animales de los alrededores. Esos huesos nunca han sido hallados ¿Pero cómo han podido determinar los investigadores que se trata de los restos de un guerrero enemigo de los habitantes de la zona? "Casi el 80% de los individuos que hemos documentado en toda la zona del noreste de la Península presentan heridas de guerra compatibles con arma blanca, con espadas, con lanzas", responde De Prado. "Son personas que están acostumbradas a la lucha, al combate, y de ahí su atribución".

El fenómeno de las cabezas enclavadas no es exclusivo de los yacimientos arqueológicos de Ullastret, que entre los siglos VI y II a.C. constituían una auténtica ciudad con un territorio de más de 15 hectáreas. En Puig de Castellar, en Santa Coloma de Gramanet, el historiador Ferran de Sagarra descubrió durante unas excavaciones en 1904 restos humanos que presentaban estas características. También se han registrado hallazgos similares en el sur de Francia, en la zona de la Galia meridional.

"La finalidad de los cráneos es exhibirlos como un trofeo de guerra", añade el comisario de la exposición. "El clavo no deja de ser un elemento para sustentar la cabeza en un lugar preeminente, visible, y no es la causa de la muerte. Estos individuos han muerto en combate; una vez muertos se les corta la cabeza, por decapitación posterior o por delante, y después las cabezas se exhiben en lugares públicos, muy visibles. En el caso de Puig Castellar, en la propia muralla, en la entrada del poblado. En el caso de la ciudad de Ullastret, los encontramos en grandes casas que pertenecían a la aristocracia y a las élites de la ciudad".

Las armas enemigas también eran manipuladas durante el ritual. D. B.

La posibilidad de analizar estos huesos de los antiguos íberos, un pueblo que tenía el rito funerario de la cremación de cadáveres, llevó a los investigadores a un reto mucho más ambicioso: recrear el aspecto físico de estos seres humanos, sus ropajes y su modo de vida. De hecho, de nuestro protagonista, el joven guerrero, ha sido posible reconstruir su rostro gracias al trabajo del forense Philippe Froesch, basándose en métodos empleados por la policía y programas científicos "fotorrealistas". Y vemos a un chico de melena morena, con una frente prominente y una mirada sincera, inocente.

Según Gabriel de Prado, "la exposición reúne por primera vez de forma conjunta una parte importante de estos restos", procedentes en su mayoría del Museo Arqueológico de Cataluña, el único de Europa que posee una amplia colección de cráneos recuperados de los siglos III y I a.C. "Además, hemos querido dar una visión transversal de este fenómeno, que va más allá de culturas y cronologías: lo encontramos ya en la Prehistoria y en la Edad de Bronce final, en el Neolítico, y llega hasta nuestros días". Y en toda la historia del arte: ahí está el Judit y Holofernes de Artemisa Gentileschi o a Perseo con la cabeza de Medusa, la escultura de Cellini.

El comisario recalca la complejidad de una práctica —incluía la exhibición de armas enemigas inutilizadas, por ejemplo— desarrollada también por los celtas —decapitaban a sus enemigos para evidenciar la victoria y apropiarse de su fuerza, como se representa en el báculo del Museo Numantino— o los propios romanos. De hecho, en la exposición, que cuenta con piezas de cerámica o un "espacio para la reflexión" sobre el ejercicio de la violencia como elemento innato a la condición humana, se muestra un denario romano que retrata a Marco Sergio Silo, antepasado del magistrado monetal, a caballo y sosteniendo la cabeza cortada de un guerrero galo.

Denario romano (116-115 a.C.) Ángel Martínez Levas MAN