Con la nueva canción de Aitana, Teléfono, es fácil sentir que la industria musical piensa que el oyente es estúpido. No todo vale. En los últimos meses nos han bombardeado con ‘hits’ de destellos feministas que pujan por convertirse en la canción del verano. Todos tienen en común que están interpretados por concursantes de Operación Triunfo: mujeres jóvenes, arrolladoras, hermosas y discursivas que ya imprimieron en el programa su mirada fresca y progresista. Pelearon sin tapujos los comentarios sexistas, defendieron el derecho de las chicas a no depilarse, elevaron el amor libre y los diferentes tipos de cuerpo. Sin duda representan a una generación buenrollista y desprejuiciada, que no chirría en su mensaje político porque sus conquistas tienen vocación universal : abrazan la diversidad, la fraternidad y el derecho a ser uno mismo. Quién podría no estar de acuerdo.

El bombardeo de temas poderosamente femeninos se descorchó con Lo malo, de Aitana y Ana Guerra, que no fue a Eurovisión pero se quedó a vivir en nuestros bares y discotecas. Mensaje liberador, expectorante, en el que las intérpretes reivindicaban su capacidad de decidir “el dónde, el cuándo y con quién”. Muchos de los versos del tema se convirtieron en pancartas en la huelga por la igualdad del 8 de marzo. Las chicas salientes de Operación Triunfo recogieron el guante y continuaron el relato: Miriam con Hay algo en mí -“soy mujer, no pertenezco a nadie”-, Ana Guerra con Ni la hora -“hola, mira qué bien me va sola”- y Mimi, ahora Lola Índigo, con Ya no quiero ná.

El problema es que el público no puede digerir, una tras otra, estas canciones sin juzgar su calidad, elevándolas sólo porque su idea sea positiva; igual que un tema contra el racismo o el clasismo no va a ser automáticamente bueno. Por supuesto que es importante que las consignas feministas no sean marginales y exploten en el mainstream, por supuesto que es fundamental que calen en todos los estratos sociales y que contagien a las niñas que están empezando a ser mujeres. La música -la cultura- da armas de protección. Es capaz de recordar a las jóvenes que pueden ser autosuficientes, que no dependen de la aprobación de un hombre, que deben esquivar las relaciones tóxicas.

Canción mediocre (y falsamente revolucionaria)

Pero la escena ha llegado a un punto en el que el recurso feminista se está manoseando y es hora de que activemos el espíritu crítico. Es hora de que recuperemos el gusto. La canción de Aitana es mala, tan mala que incluso ha dividido a un público conformista y fanático como es el de Operación Triunfo, que por cualquier pequeño giro vocal ya hace la ola, que digiere el producto comercial sin masticarlo siquiera. Igual da que la haya grabado en Los Ángeles: no funciona. La intérprete lo ha notado, a juzgar por el mensaje que ha colgado en sus redes sociales: “Mil gracias por todo lo que estáis haciendo. Gracias por todas las críticas buenas y malas. Todas son necesarias y todas cuentan, así que gracias por perder vuestro tiempo en comentar algo. Al fin y al cabo, para gustos, colores. Gracias por escucharla aunque sea una vez. Estoy feliz”.

Claro que la joven es talentosa: muchos la llaman la “Ariana Grande española”. Tiene imagen, carisma y voz, como ha demostrado con otros éxitos como Arde. Pero lo cierto es que la letra de esta nueva propuesta no hay por dónde cogerla: “Sólo cuando llueve me buscas, sólo cuando hay frío te asustas” o “Y si en el invierno siempre hay tentación, que vuelva el verano”; como señalando que a partir del otoño vuelve a apetecer la mantita y la película con el compañero, pero que ahora en época estival podemos desmelenarnos un rato para expiar. Es una revolución estéril y limitada: volveremos al hogar.

El tema no es bailable, así que no puede condimentarlo con una coreografía potente

Será difícil que ese estribillo se coree en los bares y resuene en los pubs, porque no estalla ni es especialmente pegadizo: “Hoy he dejado mi teléfono para no llamarte, para no llamarte (…) para así olvidarte”, canta Aitana, haciendo referencia a la adicción tecnológica que se entrelaza con el amor obsesivo. Aquí se trata de cortar comunicaciones, de apartar la fascinación. No es capaz de tener el teléfono en las manos y no escribirle, así que lo esconde en alguna parte.

“Cierra la puerta, vas de salida, y aunque, la verdad, yo nunca te esperé. Yo ya he estado sola, y sola yo estoy bien. No necesito a nadie”. De nuevo, mensaje expectorante pero vacuo. Tampoco el vídeo adereza la mediocridad de la canción. Sólo sale ella en diferentes estancias: paseando por un laberinto de espejos, contemplando unas fotografías colgadas en la pared, arrancando las imágenes… El tema no es bailable, así que no puede condimentarlo con una coreografía potente. Las masas esperaban más. Y si realmente la industria se plantea a los chicos de Operación Triunfo como artistas perdurables -no como flores de un día, futuros juguetes rotos-, debería cuidar más la calidad de sus propuestas. Es tan fácil crecer como desinflarse.