Mariah Carey en su concierto en el Times Square de Nueva York, en Nochevieja.

Times Square es uno de esos lugares en los que, en Fin de Año, todo puede pasar. Incluso lo que no debería pasar nunca. Como le sucedió a Mariah Carey el 31 de diciembre para asombro y enfado de los presentes.

El mundo entero se arremolinaba en torno a la plaza más emblemática de Nueva York a medida que 2017 iba cubriendo poco a poco el planeta de este a oeste. El famoso cruce de Broadway con la Séptima Avenida recibía la Nochevieja como se recibe a esos buenos amigos a los que sólo ves una vez al año: con intensidad y todas las expectativas intactas.

El corazón de la celebración era su escenario. La muchedumbre se arrugaba nerviosa contra las vallas para asistir al desarrollo de la cuadragésimo quinta edición del programa Dick Clark's New Year's Rockin' Eve, el especial de televisión que conduce a la ciudad de Nueva York hacia el Año Nuevo y es retransmitido para todo el planeta desde la propia plaza.

Era la oportunidad de Mariah Carey para demostrar que está en ese punto del declive de un artista que se suele denominar “el mejor momento de su carrera”

La principal estrella de la noche era Mariah Carey. Era su oportunidad para demostrar que está en ese punto del declive de un artista que se suele denominar “el mejor momento de su carrera”. Sin embargo, para satisfacción de alguna cruel y retorcida estadística, todo salió mal.

Cuando un cantante no lleva consigo músicos para tocar en directo —es decir, siempre—, se suele utilizar una canción de un disco a la que, a modo de karaoke, se le anula la pista de voz principal para que el artista cante sobre ella. Mucho más sencillo todavía es pinchar la canción original sin más y que el cantante finja que canta. Esto último es lo que pretendía Mariah cuando comenzó a sonar su éxito Emotions, pero los técnicos estaban reproduciendo la versión sin voz principal. Ella movía los labios pero no se escuchaba nada.

Interpreta como puedas

Cuando se dio cuenta, comenzó a dirigir el micrófono hacia el público simulando que quería que cantase la gente, intentó distraer la atención con comentarios lastimosos y hasta trató de reproducir sin éxito alguna nota de la melodía de voz. Menudo espectáculo. Si se hubiese tratado de un concurso de imitadores de Mariah Carey, habría quedado en último lugar.

Pero la cosa todavía podía empeorar. La segunda canción que sonó fue We Belong Together. Esta vez el tema venía equipado con todo lo necesario para hacer playback. Mariah sólo tenía que mover los labios de forma sincronizada. Con tan mala suerte de que sobre el escenario no se escuchaba la canción, de forma que era imposible que los movimientos de su boca y lo que medio mundo estaba viendo y escuchando coincidiesen.

Era como contemplar una Comtessa olvidada sobre la mesa en la cena de Fin de Año, desmoronándose sobre sí misma poco a poco y sin remedio

Qué horror. Era como contemplar una Comtessa olvidada sobre la mesa en la cena de Fin de Año, desmoronándose sobre sí misma poco a poco y sin remedio. “No pudimos hacer prueba de sonido”, lloriqueaba Carey por el micrófono mientras su voz, la otra, la del disco, la que supuestamente salía en ese instante de su garganta, la dejaba en evidencia. “No puedo oír nada pero saldré de ésta”, insistía la cantante entre sonrisas forzadas. Cuando la canción terminó, pronunció la reflexión correcta: “Esto no va a mejor”. Y se marchó del escenario. Acaso para siempre.

Y el público se indignó. La gente en sus casas se indignó. La prensa se indignó. Aunque parezca increíble, internet se indignó. Mariah Carey había intentado engañarlos. Se había plantado frente a ellos con la intención de mentirles, confiando en su ingenuidad. Y seguramente muchos otros lo habían hecho antes que ella.

Quién iba a imaginar que en esta clase de galas los cantantes hacían playback. Quién iba a pensar que en un mundo como el de la música pop, levantado sobre atrezzo, en el que cada milímetro de un disco se maquilla con unos y ceros hasta que todo suena como debe, ni siquiera los directos serían en directo. “Cómo se puede estafar así al público y a la semántica”, parecía recriminarle una chica a la artista con la mirada.

El engaño que gusta

Me pregunto qué habría pasado si el show hubiese llegado a buen término. Aun estando amañado. Tengo la sensación de que, en general, la verdad es algo que solamente quema cuando uno la sujeta con sus propias manos. Mientras tanto sólo está ahí, más o menos inofensiva, conformando, quizá, la más sutil forma de mentira. Si a Carey le hubiese salido bien el playback, a nadie le hubiese molestado. Muchos lo habrían sospechado. Probablemente, la mayoría.

Pero qué diablos, qué necesidad hay de quejase si el engaño ha sido bien ejecutado. Es una ficción en la que, simplemente, resulta más fácil creer. Como la nueva política o, si eres un niño, el Bob Esponja mustio que hay en la Plaza Mayor. Todo el mundo sabe que en esa actuación todo es falso, pero qué bien les ha quedado. No nos molesta tanto el engaño como no ser del todo bien engañados.

La mánager de Mariah anunció que emprendería acciones legales contra la productora de televisión por haber impedido que la trampa se desarrollase con toda la profesionalidad y diligencia que la noche exigía

El problema es que, al día siguiente, la mánager de Mariah anunció que emprendería acciones legales contra la productora de televisión por haber impedido que la trampa se desarrollase con toda la profesionalidad y diligencia que la noche exigía. Y la productora ha contestado que son ellos quienes van a a denunciar a la cantante por no haberse esmerado lo suficiente en la farsa, ya que el público es sagrado y se merecía ser engañado con seriedad y solvencia. Qué menos.

La verdad que duele

El futuro que se plantea ante acusaciones como éstas es desolador. ¿Qué será de las actuaciones en directo si, para evitar riesgos, las productoras se niegan a aceptar los playbacks? ¿Tendrán que ser auténticas a partir de ahora? Pobres artistas. La única forma de sacar adelante una buena actuación sería haciendo una actuación buena. Sin trampa ni cartón. Qué despropósito.

Se les estaría exigiendo que fuesen tan buenos como se supone que son. Se les estaría obligando a estar a la altura de lo que su producto promete. Sería como pretender que la comida rápida se pareciese a las fotos de los anuncios o que el Bob Esponja mustio de la Plaza Mayor se pareciese a Bob Esponja. Lo que se estaría reclamando a los cantantes es que diesen en vivo el mismo nivel que uno escucha en sus discos. Como si no hubiese también en ellos kilos de cosmética.

No seamos imprudentes. Sigamos fingiendo que no nos molesta tanto el engaño mientras seamos bien engañados. Ahora son los cantantes, pero mañana podrían ser los políticos

Lo que les estaríamos pidiendo, en definitiva, son imposibles. No seamos imprudentes. Sigamos fingiendo que no nos molesta tanto el engaño mientras seamos bien engañados. Ahora son los cantantes, pero mañana podrían ser los políticos. O la prensa. O nosotros mismos. Qué sería de la vida si no pudiésemos hacer playback de vez en cuando. Si la mentira no fuese un lugar mucho más tranquilo para convivir, hace ya tiempo que nos habríamos aniquilado. ¿No les parece?