"Es como si se me hubiera muerto un hijo". Arturo Cobas acaba de cumplir 70 años y lleva 32 detrás de la barra del mítico garito madrileño el Templo del Gato, cuartel general de los vástagos del rock. El Ayuntamiento, a través de su Agencia de Medio Ambiente -"especializada en crear ambiente donde nadie se lo solicita"- ha desestimado el recurso de reposición que presentaron "por si acaso nos levantaban la prohibición de utilizar el equipo de sonido musical, ya que si no, nos precintaban el santuario".

La normativa de 2011 -aprobada entonces por Ana Botella- les exige una insonorización del 75% frente al 68% que tienen ahora, y aquí no valen las razones sentimentales. Ha llegado la patrulla y les ha cerrado el chiringuito. Su supervivencia exige una obra aparatosa -y demasiado costosa- que Cobas no puede asumir, así que ha optado por quitarse la montera, como los héroes cansados.

Hace 15 años que me quedé ciego, ¿sabes?, y eso también influye. Porque aunque estés en tu sitio, escuchando tus canciones, existe ese punto de desconexión...

"Ya no trasnocho, ya no escucho tanta música... llega un momento de la vida en la que hay que tomar una decisión, pero yo la estaba aplazando por pereza y pena", resopla Arturo. "¿Qué hace un hombre de 70 años en un bar de rock and roll con sus botas vaqueras, bailando...?", se pregunta en voz alta. Intenta convencerse a sí mismo.

El interior del Templo del Gato.

"Hace 15 años que me quedé ciego, ¿sabes?, y eso también influye. Porque aunque estés en tu sitio, escuchando tus canciones, existe ese punto de desconexión... yo conozco el bar a ciegas, en todos los sentidos. Dentro me siento tranquilo y feliz". No es capaz de arrancar sin más todas sus fotos, todos sus pósters, todos sus discos y Vhs. "¿Cómo voy a hacerlo sin contar sus historias, sin explicar lo que significaban?". Claro que hay bares que son casa. Pero este...

De L.A. a Madrid

El Arturo de los ochenta -y el fallecido Fernando Mouro, también socio fundador- vivió cinco años en Los Ángeles (EEUU) y allí se empapó de inspiraciones musicales, estéticas y videográficas que quiso volcar a su vuelta a Madrid en El Templo del Gato. "Lo abrió justo con el cierre del Rock-ola, cuando La Movida estaba dando sus últimos coletazos. Hasta el relaciones públicas de allí, Tepo, se vino al Templo". El pinchadiscos Javier Entrañable no sólo habla del trasvase de público, sino de influencias. "Arturo tenía un contacto en San Francisco que le mandaba cintas de grupos americanos que tardaban años en llegar a escucharse en Madrid".

Cruzar los neones azules de la puerta llevaba a un páramo sinestésico: a un lugar mejor que crecía lento entre un escenario, un billar y una alambrada -"no de gallinero, vaya, sino de campo de concentración"- que guardó durante años a una pitón llamada Hildegard, por su origen alemán. "Ella era ciudadana europea".

Poli Díaz, el Potro de Vallecas, se enamoró de la pitón del Templo del Gato. No venía por las copas ni nada, sino a verla. Se traía a Pablo, el hijo de Felipe González

Arturo le echaba a la pequeña -de más de dos metros- pollos y ratas blancas. "Poli Díaz, el Potro de Vallecas, se enamoró de ella. No venía por las copas ni nada, sino a verla", ríe el jefe. "Se traía a Pablo, el hijo de Felipe González, con su comitiva de escoltas y todo". Recuerda que él le daba paseos y se la enseñaba a la gente. Una vez llegaron unos policías -"quién sabe si a pedirnos papeles o qué"- y al ver a la pitón salieron corriendo. "Mira, una vez se escapó y dijimos 'veras tú que esta se va por un desagüe al río'. Era cuando a Tierno Galván le dio por meter patos en el río. Nosotros decíamos: ésta se va a comer todos los patos". La soñaban como el monstruo del Lago Ness.

Offspring estallando plomos

Por El Templo del Gato ha pasado todo Cristo. Offspring, NOFX, Meanies, Loved Ones, Zeros, Subsonics, Supersuckers, Mojo Nixon, Duncan Dhu, los Ronaldos, Ángel y las Guays... "Offspring fue en el 93: nuestro concierto más loco [teloneros, 24 ideas y ellos, de NOFX]. Iban a tocar en una sala más grande, la Caracol, creo, pero al final se vinieron con nosotros. Vamos, yo lo primero que hice fue decirles que no me llenaran el escenario, que me iban a tapar al gato", recuerda.

"Empieza a tocar el de Offspring y dice 'El dueño nos ha dicho que no tapemos al gato, pero hemos tenido que hacerlo', y yo oyéndole desde la cabina y pensando 'este cabrón me la va a formar'. Efectivamente: se fue la luz, estallaron los plomos, todo aquello, llenísimo a rebosar, parecía una sauna a oscuras... la gente luego habló del concierto ese como de aquel de los Rolling en el que llovió tanto y cayeron unos truenos... todo el mundo dice 'yo estuve allí', pero ah, yo les digo: tanta gente no había".

Cuenta Arturo que Álex de la Iglesia iba mucho a jugar al billar al Templo cuando estaba rodando El día de la bestia. Y dueños y amigos de Balmoral, la mítica coctelería del barrio de Salamanca. "Porque allí casi ni se hablaba, todo el mundo estaba callado, así que, al cerrar, llegaban al Templo y explotaban". Actrices como Emma Suárez, pintores como Javier de Juan. Ramoncín. María Abradelo desnuda, posando en el templo para una portada de Interviú.

Cine y rock 

En ese cenobio del rock se han rodado hasta películas: La vida alegre -"que sale Massiel, ¡y mucha gente de la época!- (Fernando Colomo, 1987), Historias del Kronen (Moncho Armendáriz, 1992)... "Y el documental de Hombres G., Sufre, mamón, de Manuel Summers", evoca. "Ahí salgo hasta yo, cabreado, con una chaqueta escocesa. Parece que estoy aplaudiendo, pero le estaba diciendo a David Summers: ¡mira, esto me lo desocupáis ya, esto lo acabáis en casa!, así, batiéndole con las manos de cachondeo, pero me retocaron y me metieron como disfrutando de Venecia", bromea.

En ese cenobio del rock se han rodado películas como La vida alegre, de Fernando Colomo, Historias del Kronen, de Moncho Armendáriz, o Sufre mamón, el documental de Hombres G

En el 84, cuando llegaron, prepararon un Halloween que aún Madrid no conocía. Recién importadito de California. "Trajimos brujas y calaveras de EEUU, pero nos faltaban unos globos, no sé, unas calabazas. No encontramos en toda la ciudad una tienda que vendiera algo así. Nos dijeron: si en la tienda de disfraces Vicente Rico (ya cerrada; en calle de la Concepción Jerónima, 29) no hay, es que no hay en ningún lado. Y así fue. Yo le dije al hombre: acuérdese usted de mí, que en dos años tiene Halloween aquí para rato y la tienda abarrotada". "No creo, la gente es miedosa", respondió el señor Rico. Cobas se frotó las manos. Y hasta hoy.

A partir del 2000, el Templo empezó a menguar por problemas técnicos y de licencias de sonido. Se abandonaron los conciertos. Ahora les quitan también la música. Y, como dice Arturo, "¿qué es un Templo con su Santo dentro, bailando con Dios todo el rato, sin su música de acompañamiento rockero? Pues eso, un Fantasma sin Datos, un Halloween perpetuo". Ríe al teléfono y se sacude las nostalgias. No hay aquí gato escaldado.

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