¿Cuándo nació Europa? ¿Hacia dónde camina? Son estas, quizá, dos preguntas absurdas porque carecen de respuesta empírica. Entre medias, entre ese borroso punto de inicio y la actualidad incierta, la historia del Viejo Continente adquiere los aromas de una mezcla de progreso y tragedias colectivas, de mutación de fronteras y sufrimiento de una multitud de pueblos. Porque Europa ha llorado y derramado mucha sangre hasta ser capaz de construir un proyecto comunitario amenazado ahora por la xenofobia de los populismos.

Pero bucear en el pasado de Europa conlleva a toparse con una infinidad de conflictos que se multiplican a medida que retrocedemos. Cualquier lugar que visitemos presenta algún vestigio de violencia. Por eso la historia del Viejo Continente es para el periodista Guillermo Altares "una continua acumulación de batallas, un palimpsesto de horrores". Así lo asegura en su nuevo libro, Una lección olvidada (Tusquets), un recorrido recomendablemente didáctico por los recovecos más sorprendentes y oscuros de nuestro pasado.

En una época como la actual, donde los nacionalismos tratan de activar los mecanismos del odio y la distorsión, resulta más necesario que nunca echar la vista atrás y sumergirnos en épocas anteriores, llenas de enseñanzas y paralelismos con la actualidad. "La historia es una fuente de conocimiento enorme, nos permite estudiar problemas del pasado para resolver problemas del presente", explica Altares a este periódico. "Podemos tener claro lo que salio realmente mal, lo que fue un desastre", para así no repetirlo.

Europa se encuentra, no obstante, en un momento de retroceso. En muchos lugares aflora un marcado odio hacia el inmigrante, hacia el otro, como en Hungría e Italia. Y al periodista del periódico El País esto le resulta "especialmente chocante" teniendo en cuenta la tradición migratoria de estos dos países: "En 1956, tras la entrada de los tanques soviéticos en Budapest, se produjo un éxodo masivo. Es increíble que los húngaros no se acuerden de eso cuando han sido una nación de emigrantes. También que Italia tenga un ministro como Salvini".

Entonces, ¿cuáles son las lecciones que debemos debemos aprender del pasado para aplicarlas en el presente? Responde Altares: "Que solo juntos y con el diálogo podemos salir adelante. Cuando uno se plantea cómo fue Europa, observamos que la única manera de seguir avanzando es haciéndolo juntos. Desde la caída del muro de Berlín nos damos cuenta del valor de la democracia, de la libertad. Una Europa libre es la solución, no hay otra. ¿Cómo combinas si no toda esta inmensidad de pueblos?".

Una viaje personal

Una lección olvidada son las memorias de un curioso, los viajes físicos por los enclaves a través de los cuales se construye la biografía de Europa; pero también las lecturas de cabecera de una persona que disfruta rebuscando en el pasado. En el libro podemos encontrarnos con la Roma de Nerón y Mary Beard; con el Madrid asediado por las tropas franquistas y la cámara de Robert Capa; con el búnker de Hitler convertido hoy en un aparcamiento lleno de barro; con Caravaggio, el enfant terrible del Barroco, o las grutas prehistóricas de Altamira; con las purgas de Stalin o los sangrientos Balcanes de finales del siglo pasado. En total, veinte relatos en los que se entremezclan los primeros pasos de la civilización y las consecuencias de la barbarie.

Hay también pasajes muy personales, como el dedicado al silencio de sus abuelos sobre la Guerra Civil. La casa de los padres de Guillermo Altares (1968) estaba situada cerca del Parque del Oeste. Desde allí iba caminando todos los días hasta la facultad de Ciencias de la Información, en la Ciudad Universitaria, y recorría el epicentro de la batalla de Madrid cruzándose con algún búnker y balazos incrustados en la piedra. Pero en su casa no se hablaba de la guerra, y es algo que lamenta. Solo al final, entre tortillas y filetes empanados en el Garabitas, desde donde las tropas franquistas bombardeaban la capital, logró Altares arrancar algún testimonio de su abuela, como su paso por la Checa.

"Crecí en un país que necesitaba olvidar y mirar al futuro, un país que todavía tenía miedo al pasado", escribe en Una lección olvidada. Por lo tanto, ¿sigue siendo la memoria histórica nuestro gran deber como país? "Solo una parte. Hay cosas como son las fosas que no se han solucionado. El Estado las tiene que abrir. Pero si un piensa todo lo que ha hecho el Congreso desde el año 80 por reconocer a las víctimas del franquismo, se da cuenta de que el esfuerzo ha sido gigantesco. (...) Hemos tardado más en reconciliarlos porque somos una democracia más reciente, pero no somos ninguna excepción. No hay ningún país que tenga una relación cómoda con su pasado".

Portada de 'Una lección olvidada'.

Lo que sí le sorprende a Guillermo Altares son las dificultades existentes en España para recorrer los principales escenarios de la Guerra Civil. No hay placas para recordar la matanza de la Gota de Leche que narra Arturo Barea en La forja de un rebelde; tampoco en la plaza de Callao en lo que fue el Hotel Florida, donde se hospedaron los corresponsales extranjeros durante la contienda, como Ernest Hemingway. En contraposición, menciona las facilidades en Alemania para visitar hoy en día la cárcel de la temida Stasi.

El periodista, autor de otro libro sobre cine bélico, Esto es un infierno (Alianza), ha cubierto decenas de acontecimientos en varias guerras (Afganistán, Líbano e Irak). Además, durante su estancia en Kosovo, adivinó "hasta qué punto el odio manipulado puede dividir una sociedad de forma salvaje". En uno de los relatos más escalofriantes del libro, Altares narra cómo el hedor de los cadáveres desenterrados de una fosa común se pegó a su jersey y tuvo que acabar tirándolo.

Guillermo Altares empezó a viajar por Europa con 20 años. Praga fue su primer destino y desde entonces ha ido levantando capas de historias en multitud de lugares. Tal vez pueda sonar demasiado aventurado, pero la conclusión que se extrae de su libro es que, a pesar de la amenaza de los nacionalismos excluyentes y divisorios, las redes que unen el continente son tan profundas que nunca se va dividir: "Europa ha sido destruida tantas veces que resulta indestructible y, sobre todo, indivisible. Sus líneas de ruptura han sido profundas, pero han formado parte siempre de los mismos movimientos, de los mismos anhelos y las mismas decepciones", escribe. Y concluye: "Europa no se puede dividir porque ya está unida".

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