El periodismo está muerto y Steven Spielberg ha mirado para otro lado. Los archivos del Pentágono se estrena el próximo día 19 y nada de lo que vayan a ver en la película del director que menos mancha se aproxima a lo que cuenta el periodista Franklin Foer, en el excelente Un mundo sin ideas (Paidós). Foer trabaja en The Atlantic pero fue editor de The New Republic durante siente años, hasta que lo despidió Chris Hugues, el compañero de habitación de Mark Zuckerberg en la universidad. De su frustrante experiencia nace este libro, una crónica de cómo Facebook asesinó al periodismo.

“He sido testigo de cómo la dependencia de las empresas tecnológicas socavaba la integridad misma del periodismo”. Boom. Foer cuenta cómo la necesidad de ingresos derivados de las multinacionales de la información ha convertido este oficio en una mercancía, en algo que se comercializa, se aprueba y se calibra.

Foer, de 43 años, llora porque su profesión se ha convertido en una cadena de montaje que actualiza su producto en función de las tendencias de lectura. Y no da ni un paso atrás a favor de la calidad. Llora porque ha vivido la transformación en tiempo real: del cuarto poder al ruido sordo. Chris Hugues, otro hijo de Silicon Valley, compró con 28 años la cabecera de la revista que reflexionaba sobre política y literatura. El nuevo propietario llegó con la ilusión de reflotar el medio inyectando más dinero, sin perturbar la línea editorial que había caracterizado a la publicación.

Más tráfico, es la guerra

Hasta que Hugues empezó a echar en falta algo decisivo para cualquier empresa: los ingresos. Al año y medio todo cambió y The New Republic, un pequeño oasis independiente, de culto, sin tráfico masivo pero con reportajes de primera, saltó a la pista del circo de las tendencias. El propietario entendió que un incremento espectacular del tráfico reportaría los beneficios que taparían el agujero. “No sólo le parecía urgente conseguir tráfico, sino que conocía los trucos para lograrlo”. Los medios dependen, este también, de la publicidad programática.

La revolución digital dependía de un gesto muy leve del lector. Clic. El periodismo se ha quedado sin ideas, pero tiene más clics. Ya no son necesarias las noticias. Ni siquiera la imaginación. Basta con estar atento a lo que hacen los demás para subirse a la ola. Así es el mundo sin ideas: “Una vez que una historia capta la atención, los medios de comunicación se fijan automáticamente en ella. Escriben sobre el tema con furor repetitivo, exprimiendo el tema en busca de clics hasta que el público pierde interés”. Recuerden al cazador de Minnesota que sonríe sobre el cadáver del león Cecil. Generó más de 3,2 millones de artículos.

Lo que funciona

Y así fue como Foer recibe, de la noche a la mañana, órdenes contradictorias del dueño del medio. Ya no importa la calidad de lo publicado, importa la cantidad. “De repente necesitábamos desarrollar nuestro sitio web para llegar a millones de lectores; necesitábamos deshacernos de nuestro elitismo y encontrarnos con las masas allí donde estas habitaban”. Para el propietario lo que prima es la competencia por el tráfico.

Mi amo se llamaba Chartbeat”. Así, sin más. El programa de audiencias ha logrado hacer del periodismo “una competición, un concurso de popularidad”. “La clave de Chartbeat estriba en que ningún artículo tiene suficiente tráfico; siempre puede mejorarse con unos cuantos ajustes, un titular mejor, una aproximación mejor a las redes sociales...”, explica el periodista, hermano del escritor Jonathan Safran Foer (Todo está iluminado) y del periodista Joshua Foer (Los desafíos de la memoria). Foer dice que el periodismo ha llegado a fetichizar los datos. “Y estos datos han llegado a corromper el periodismo”.

Empresas sumidero

La coherencia de una publicación ya no es necesaria. Los periódicos sólo son sumideros de docenas de artículos para “traficar con ellos a diario en Facebook, Twitter y Google”, con una única pregunta: ¿conseguirá el artículo suficiente tráfico para justificar la inversión? Foer cuenta con lo que los periodistas tragan por un salario: que los medios deberían huir de las garras de Facebook. “Pero la dependencia engendra asimismo cobardía”.

El autor compara el periodismo con el prisionero que se tumba en su catre y sueña con planes de fuga... que nunca llegan a cuajar. “La dependencia de las grandes empresas tecnológicas comporta un sufrimiento cada vez mayor para el trabajador y para el empresario”. Y lanza un tajante “Silicon Valley ha conseguido doblegar al periodismo a su antojo, porque el periodismo es débil”.

Esto es lo que no encontrarás en la película de Spielberg, el gran creador de mitos modernos. En su visión nostálgica el periodismo desafía al poder y brinda un sentido crucial de imparcialidad. Pero el mito se ha hecho añicos y su melancolía no ayuda a rescatarlo. Al periodismo sólo lo salvarán las normas profesionales. Una vez desaparezcan las normas, la basura habrá triunfado.