Alain está fuera de sí. Acaba de contarle a su mujer, Nicole, que quizá le contrate una empresa. A sus cincuenta, sin trabajo y con una oportunidad de volver al mercado laboral, este director de recursos humanos no aguanta más. “Joder, ¿no ves que nos estamos convirtiendo en indigentes? ¡Llevamos cuatro años consumiéndonos a fuego lento y vamos a terminar muriendo de verdad!”. Alain acaba de contarle en qué consiste el curro y no da crédito. Debe dirigir una prueba de evaluación de altos directivos para una empresa y debe someterlos a una situación extrema: un asalto con rehenes.

Lo que la gente con la que me encontré compartía era simplemente un deseo común de trabajar un poco menos y vivir un poco más

Su misión consiste en colocar a estos directivos en una situación de estrés lo suficientemente intensa como para permitirnos valorar su sangre fría, su capacidad “para resistir presiones violentas y permanecer fieles a los valores de la empresa a la que pertenecen”. Nicole está atónita. Alain reconoce que es un trabajo de mierda, pero también su vida es asquerosa. Pero lo va a hacer porque está desesperado. No ingresan dinero y están al borde del desahucio. “Voy a hacer lo que me pidan. ¡Todo lo que me pidan! Incluso si hay que pegares un tiro para conseguir el trabajo, voy a hacerlo porque estoy harto de estar jodido y… ¡estoy harto, con sesenta tacos, de que me pateen el culo!”.

Este es el planteamiento de la novela Recursos inhumanos (Alfaguara), escrita por Pierre Lemaitre (París, 1951), sobre el presente deshumanizado que descubre la debilidad en la que se encuentra el trabajador. Es una de las escasas ficciones dedicadas a una parte tan importante de nuestras vidas. El trabajo queda fuera de la literatura, aunque parezca increíble. Pocas son las incursiones en la cabeza del trabajador para crear una tensión literaria, para desvelar lo que cuenta David Frayne, profesor e investigador social en la Universidad de Cardiff, en el libro El rechazo del trabajo. Teoría y práctica de la resistencia al trabajo (Akal), que “el trabajo gratificante es una fantasía en la que a todos nos han engañado a invertir”.

Más trabajadores felices encontrados en el banco de imágenes Istock. Istock

“El desempleo masivo, la inseguridad laboral y los bajos salarios están convirtiendo el empleo en una fuente de ingresos, derechos y pertenencia cada vez menos fiable. La solución política ortodoxa a esta situación es la “creación de empleo”: la invención de trabajo aumentando la producción y expandiendo la economía hacia nuevos sectores”, apunta Frayne para aclarar que esta medida es improbable y no resuelve el problema, sino que crea otros nuevos (medioambientales y sociales). Y no es gratificante, comenta, porque la mayoría nos enfrentamos a escasas oportunidades de consolidar nuestras ambiciones en el empleo remunerado, “un mundo cuyos rasgos característicos son a menudo la monotonía, la subordinación y el agotamiento”.

Vivir más

Frayne se queja de cómo el trabajo ha ampliado, sin resistencias, sus exigencias a nuestra casa. Ha hecho de nuestras emociones y nuestra personalidad en una medida nunca antes vista o tolerada. Por eso pasó tiempo, entre 2009 y 2014, con diversas personas que estaban tomando medidas significativas para reducir la presencia del trabajo en su vida. Algunas habían reducido su jornada laboral, otras habían dejado por completo de trabajar. No eran activistas, ni comprometidos miembros de un movimiento social. No tenían una misión. “Lo que la gente con la que me encontré compartía era simplemente un deseo común de trabajar un poco menos y vivir un poco más”.

De las experiencias conocidas, Frayne no monta una autoayuda para resistirse a trabajar. No hay una lectura azucarada, hacerlo comporta significativos riesgos económicos y psicológicos. No ha da a entender que las personas con las que se ha reunido hayan encontrado la felicidad, simplemente muestra una lectura crítica del trabajo tal y como lo hemos asumido.

La gente vive su trabajo como una religión o como una especia de locura

No son perezosos, no son excéntricos, no son negligentes, su decisión de resistirse a trabajar “estaba siempre motivada por un potente conjunto de principios morales alternativos”. El autor se encontró con Jack, quien le cuenta que ha pasado a un contrato de tiempo parcial en su trabajo de bibliotecario para conseguir más tiempo libre: “Me dije, “un momento, la vida no es trabajar de nueve a cinco, y trasladarse todos los días y cosas así, tiene que ser algo más”. Así que me atraía ha idea de hacer menos”. Y logró medio día para él.

Y Jack despertó. Utiliza términos como “revelación” o “epifanía” al hablar de su nueva visión, contraria al ambiente que lo rodea. “La gente vive su trabajo como una religión o como una especia de locura”. Ha desvelado el disfraz. “Es una especie de equivalente adulto al descubrimiento de que San Claus no existe”. Su conciencia ha destruido esta ficción. Ya no puede volver a la condición irreflexiva anterior.

Sobrevivir al trabajo

Inquietud personal por lo trivial de las convenciones. Es lo que el autor encuentra en sus entrevistados. Como Rachel, una mujer de cincuenta y pocos años, que decide cambiar de un puesto a tiempo completo por otro a tiempo parcial para “quitarle el piloto automático a la vida”. Así lo resume ella: “La pérdida de un ser querido o un despido a veces pueden ser cosas buenas, obligándola a una a comprender que hacer el mismo trabajo, ocho horas diarias, durante los siguientes veinte años no es la única opción”.

De verdad que tienes que tomarte un tiempo y reevaluar la vida y el modo en el que te relacionas contigo mismo

Cuando conoció a Bruce había dejado de trabajar completamente. Aquí describe el día en el que su cuerpo “se rompió”: “Literalmente me rompí. Así es como lo veo, un interruptor en mi hizo pof y realmente me rompí sin más. Es como si mi cuerpo me dijese “basta ya”. Mi cuerpo estaba de algún modo gritándome. Yo no lo había escuchado, así que me gritaba y me decía: “De verdad que tienes que tomarte un tiempo y reevaluar la vida y el modo en el que te relacionas contigo mismo”.

Y Bruce se atrevió a cambiar su vida, a dejar de ser un ciudadano trabajador y económicamente activo, a no ignorar la angustia física y psicológica, los síntomas de la ruina vital. Bruce pasó a cuidar de sí mismo y apostar por su bienestar, a pesar de la desolación económica y el castigo social.

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