Anticlerical, republicano, revolucionario, masón, ‘best-seller’, millonario, estrella de Hollywood… Su vida es su mejor novela. Resulta difícil encontrar una trama de ficción tan rica como la existencia de Vicente Blasco Ibáñez (Valencia 1867-Menton 1928). Pasó de las barricadas de su España natal a los lujos de la Costa Azul, de la lucha antisistema de finales del XIX a abrazar la democracia americana de principios del XX.

Enemigo de las disciplinas, la izquierda le ha mirado con recelo. La derecha le ha rechazado por su feroz crítica al clero. El Franquismo intentó borrar su paso por el mundo. Los separatistas valencianos no soportaron que escribiera su obra en una lengua que él sabía universal. Los centralistas, en cambio, no le perdonaron ser un federalista convencido. La crema literaria –la propia Generación del 98- no le admitió en sus cánones por demasiado popular.

Enemigo de las disciplinas, la izquierda le ha mirado con recelo. La derecha le ha rechazado por su feroz crítica al clero

Carlos Ruiz Zafón, Arturo Pérez-Reverte o Javier Marías no son los primeros españoles que llegan a las listas de más vendidos en todo el mundo. Ya en 1919, Blasco Ibáñez figuró en el ránking del ‘New York Times’ y ‘Los cuatro jinetes del Apocalipsis’ fue el libro más vendido del año. Unos por otros, la figura del escritor español de mayor proyección internacional después de Cervantes, va camino del olvido. Se acaban de cumplir 150 años de su nacimiento sin que nadie le hiciera el menor caso.

‘BEST-SELLER’ DE HACE CIEN AÑOS

Se le conoce como el Zola español. La lectura de Los miserables fue como una revelación de lo que quería ser en la vida: escritor, escritor revolucionario más concretamente. Aunque inclasificable, algunos críticos han definido su obra como naturalismo erótico.

Blasco se convirtió en lo que él definía como “un soldado de la pluma”. Su gran best-seller, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, fue un éxito apabullante en Estados Unidos: se vendieron en un año más de doscientos mil ejemplares, el boom editorial se equiparó con el de ‘La Cabaña del tío Tom’.

Con esta novela, nació el márketing literario. Paquetes de cigarrillos, ceniceros, pisapapeles, juguetes, jabones o corbatas con motivos de los icónicos cuatro jinetes e incluso con la efigie del escritor convirtieron a ‘Mister Ibanyés’ en una de las figuras más populares de los años 20. Todo el mundo quería conocerle. El autor era la estrella.

Con esta novela, nació el márketing literario. Paquetes de cigarrillos, ceniceros, pisapapeles, juguetes, jabones o corbatas con motivos de los icónicos cuatro jinetes

La ingente producción es fruto de su capacidad para "escribir en veinticuatro horas el capítulo de una novela, y en media hora un artículo, facilidad de la que usó y abusó a lo largo de su vida." Así lo asegura Nicolás Reig, en una de las mejores biografías del autor, desgraciadamente descatalogada.

De nada hubiera servido tamaño esfuerzo si no hubiera contado con un don especial para seleccionar sus argumentos. Lo explicó él mismo con claridad: “Si hubiera nacido en un país salvaje, sin literatura, sin novelas, sin lenguaje escrito, habría hecho por las mañanas varias leguas de marcha para llegar a la cabaña del vecino más próximo y decirle: ‘Compañero, vengo a contarle una historia muy interesante que se me ocurrió anoche...’ Yo he nacido para contar historias. Siento la necesidad de crear novelas, tan imperiosamente como necesito comer y beber."

AVENTURERO, CONQUISTADOR Y EXCÉNTRICO

"Mi vida es acción y aventuras. Yo fui un inflamado revolucionario. Pronuncié discursos, escribí artículos contra la opresión y estuve preso treinta veces. Sí, treinta veces, por cuestiones políticas, y de ello me enorgullezco." Así se presentaba el escritor -muy diestro a la hora de publicitarse a sí mismo- a los periodistas norteamericanos.

Uno de los rasgos más significativos de su carácter es su amor por las mujeres y su atractivo para el sexo femenino. Resulta muy revelador contemplar los retratos que le hicieron Joaquín Sorolla, Ramón Casas o Antonio Fillol, así como sus fotografías, prácticamente autorretratos, porque ordenaba con precisión cómo quería aparecer.

Blasco Ibáñez.

Y es que su presencia imponía al decir de Max Aub: “Era un dios, ¿me oís?, un dios, y además lo parecía: alto, fuerte, casi hercúleo, el pelo ensortijado, la cara de dios griego, un poco grueso tal vez...”

No es de extrañar que Elena Ortúzar, esposa de un diplomático chileno, que le conoció durante una tertulia en Madrid, se rindiera a sus encantos. Pese a estar casados ambos, emprendieron un largo y apasionado romance. Además de una arrebatadora belleza -Sorolla también la pintó-, Elena Ortúzar hacía gala de una elegancia desconocida en aquella España paleta. Lucía como nadie las joyas de diseño y las pieles más ostentosas.

No tardaron en correr las maledicencias sobre la relación entre el escritor radical izquierdista y la divina aristócrata de la ‘beautiful people’ de entonces. Tardaron 20 años en casarse. Chita –así la llamaban los amigos- era muy católica y, pese a convivir durante todo ese tiempo, no contrajeron matrimonio hasta 1925, después de que ambos enviudaran.

No tardaron en correr las maledicencias sobre la relación entre el escritor radical izquierdista y la divina aristócrata de la ‘beautiful people’ de entonces. Tardaron 20 años en casarse

Uno de los proyectos más disparatados y más sociales de Blasco fue la compra de tierras en Patagonia para destinarlas a colonias de agricultores que se llevó desde España. Las llamó Nueva Valencia y Cervantes. Cedía a los labradores las fincas durante diez años hasta que pudieran comprarlas con el dinero que obtuvieran de su explotación. "Me dejé arrastrar por la quimera", confesó el novelista, que volvió arruinado a Valencia, En alusión a esta aventura, Javier Varela tituló su monumental biografía de Blasco El último conquistador (Tecnos, 2015).

Su desmesurada forma de ser quedó reflejada en el homenaje póstumo que se celebró en 1933 en Valencia, cinco años después de su muerte. Según las crónicas, fue trasladado en un ataúd enorme, diseñado por su amigo Mariano Benlliure, con un libro abierto tallado en el que podía leerse: ‘Los muertos mandan’. “Quiero descansar en el más modesto cementerio valenciano, junto al Mare Nostrum que llenó de idea mi espíritu”, había dicho el escritor. Su mausoleo fue destruido durante la Guerra Civil y el franquismo trasladó sus restos a un modesto nicho.

ESTRELLA ESPAÑOLA EN HOLLYWOOD

Los cuatro jinetes del Apocalipsis fue la llave que le abrió las puertas de Hollywood en 1921. Blasco vendió los derechos de su obra a la Metro por 20.000 dólares. Protagonizada por el astro Rodolfo Valentino, la historia de dos hermanas durante la Gran Guerra, casada una con un francés y la otra con un alemán, estaba destinada al éxito.

La combinación de Valentino y Blasco se mostró imbatible, como se demostró al año siguiente con Sangre y arena (Fred Niblo, 1922), una mezcla de pasión, toros y España de pandereta que no podía dejar indiferente al sensible púbico norteamericano.

Sangre y arena (Fred Niblo, 1922) era una mezcla de pasión, toros y España de pandereta que no podía dejar indiferente al sensible púbico norteamericano

El debut en Hollywood de Greta Garbo con Entre naranjos (The Torrent, 1925) sería un nuevo revulsivo para la carrera de Blasco. La sueca también protagonizó The Temptress, un año después, dirigida también por Fred Niblo. Se ha dicho que sin Blasco, su padrino literario, la Garbo no hubiera sido la estrella que fue.

El cine disparó su popularidad, convertido en estrella él mismo. Su biógrafo Nicolás Reig recuerda que el escritor "presumía de las tiradas de sus obras, no solo por vanidad, sino porque su mayor satisfacción era saber que la historia del incendio de una barraca valenciana, que él había contado a sus compatriotas, seguía emocionando a un ‘farmer’ americano o a un campesino ruso. Por eso se entusiasmó con el cine y decidió escribir novelas cinematográficas viendo la posibilidad de llegar a miles de personas."

MANSIÓN EN LA COSTA AZUL

Visto desde el presente, parece imposible que un escritor español pudiera llegar a hacerse rico a principios del siglo XX. Da la impresión de que ni el propio Blasco se lo llegó a creer del todo. De hecho, no se recató de alardear de lo mucho que ganaba.

El escritor aprovechó su éxito como conferenciante para viajar, y sus viajes para enviar colaboraciones a la prensa. Los periódicos norteamericanos le llegaron a pagar, en su época de mayor éxito una auténtica fortuna, hasta 1.000 dólares por artículo. Algo a lo que pocos escritores pueden aspirar incluso hoy.

Los periódicos norteamericanos le llegaron a pagar, en su época de mayor éxito una auténtica fortuna, hasta 1.000 dólares por artículo. Algo a lo que pocos escritores pueden aspirar incluso hoy

Esta pretendida avidez recaudadora del novelista no fue bien vista por sus contemporáneos. Cuentan que a Machado –siempre a la última pregunta con su modesto sueldo de profesor de instituto- se lo llevaban los demonios cada vez que alguien le recordaba lo bien que le iba al valenciano.

Se compró una mansión en la Costa Azul, a la que llama Fontana Rosa, en homenaje a su casa valenciana de la Malvarrosa. Estaba situada en la localidad de Menton, un lugar paradisíaco frente al Mediterráneo y muy cerca los Alpes franceses. Allí daba fiestas y recibía a las grandes personalidades de la época. Pero no descuidó su trabajo. Nunca fue un millonario ocioso. Escribe por encargo de forma febril. Un editor llega a pagarle 50.000 dólares como adelanto de una novela que ha de tratar sobre el Descubrimiento.

PERIODISTA COMBATIVO Y CON OLFATO

Blasco sabía muy bien que si quería dar difusión a sus ideas políticas, necesitaba un periódico. Era muy consciente de que las ideas sólo se tomaban en cuenta cuando estaban impresas. Así que fundó el semanario republicano ‘La Bandera Federal’.

El primer gran éxito periodístico de Blasco fue con motivo de la visita a Valencia del pretendiente carlista al trono. Su periódico había llamado al boicot y el propio escritor repartió silbatos en la calle. Le acusaron de injurias al poder y huyó a París, desde donde hizo sus primeros trabajos como corresponsal.

En 1894, con tan sólo 27 años fundó el diario ‘El Pueblo’. Con sentido comercial, lo ofrecía a mitad de precio que el resto de periódicos. Pronto fueron muchos los lectores fieles. Sus titulares no se podían encontrar en otro sitio. Y los folletines por entregas, escritos por el propio Blasco, tampoco. A esta oferta había que añadir las ilustraciones de Sorolla.

La intención de Blasco, según sus estudiosos, era arrebatar el periodismo a los oligarcas, que hasta entonces tenían el monopolio de la información. El novelista logró “conectar con las clases populares, a las que iba dirigido su lenguaje llano, su estilo desenfadado en el que se iban mezclando, con hábil dosificación, el melodrama, la comicidad y la pedagogía"... 

La intención de Blasco, según sus estudiosos, era arrebatar el periodismo a los oligarcas, que hasta entonces tenían el monopolio de la información

La de cronista de viajes es la faceta más amable del Blasco periodista, aunque no la menos importante. “Los días de viaje de algunos valen más que los años de otros”, presumía el autor. Precisamente ahora, la editorial Almuzara acaba de editar el volumen Oriente, donde se reúnen los artículos publicados en 1907 durante su viaje por Centroeuropa, los Balcanes y Turquía.

Y aún habría que añadir su labor como corresponsal de guerra. Visitó los frentes y la retaguardia durante la gran conflagración, y asumió entusiasmado la causa de los aliados. La Esfera de los Libros recogió en un volumen en 2014 esas crónicas en una edición de José Manuel Lechado, en el que puede encontrase el estilo inconfundible de Blasco al narrar aquel drama: “Todos los hechos de la historia belicosa de los hombres palidecen y se achican frente a la guerra del 14. (…) Un día de esta guerra equivale, por sus pérdidas, a un mes o un año de las guerras famosas de todos los tiempos”.

POLÍTICO POPULISTA

Blasco contaba que su primer recuerdo infantil fue una barricada frente a su casa. La Primera República española acababa de ser proclamada. Su madre intentó sin éxito inculcarle la fe católica. Su padre, menos pío, llevó a su hijo siendo muy niño a ver una ejecución pública, imagen que le marcaría para siempre.

Ejerció la política con todas sus fuerzas, con pasión, como todo lo que emprendía. En la Universidad se convirtió un agitador al frente de todas las protestas, entre ellas reventar el Rosario de la Aurora organizado por el arzobispo. Con sólo 20 años, se hizo masón durante un breve periodo.

Republicano incansable, luchó hasta la extenuación contra la monarquía. En 1890 se vio obligado a huir a París, acusado de promover una manifestación contra Cánovas del Castillo, que acabó a golpes. A su vuelta, se convirtió en el representante más popular de su ciudad. "En Valencia no se puede salir a la calle sin el permiso del señor Blasco Ibáñez y de sus amigos". Esta queja de un diputado carlista da fe de su influencia.

Blasco contaba que su primer recuerdo infantil fue una barricada frente a su casa. La Primera República española acababa de ser proclamada. Su madre intentó sin éxito inculcarle la fe católica

Tuvo escaño en Madrid en siete legislaturas. “Fui diputado hasta que me cansé de serlo”, dijo presumiendo con soberbia del favor de los votantes. Marcó un antes y un después en la forma de hacer política. Hasta el punto de dar nombre -el ‘blasquismo’- a un movimiento que recuerda a los ‘sans-culottes’ de la Revolución Francesa. La idea es que la soberanía popular se ejerce en la calle, no se cede a una casta instalada en sus lujosos sillones. El movimiento fue hegemónico en la ciudad de Valencia y ganador de todas las elecciones entre 1898 y 1933.

Su fuerza, según el biógrafo Ramiro Reig, "estuvo en la asunción de la cultura popular, la utilización del lenguaje espontáneo de la calle (…), en su afición por el tumulto y el ruido, en las relaciones de barrio y de las fiestas, que hicieron que el republicanismo fuera no solo la expresión política de las clases populares, sino de su manera de ser, de hablar y de imaginar la vida”. En suma, una corriente populista con continuas apelaciones a lo emocional.

El movimiento se fracturó. Blasco se instaló en París. Volvió a la política para combatir la dictadura de Primo de Rivera con textos y con gestos, como la renuncia a su candidatura para el ingreso en la Academia de la Lengua. Fascinado por la democracia norteamericana, por los principios de la revolución francesa, que tanto luchó por aplicar en España, el escritor no llegó a tiempo de conocer la República. Su obra y su memoria volvieron a ser perseguidas durante el franquismo.

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