“¡Soy el primer sacerdote gay que abandona la Inquisición!”. Krzysztof Charamsa bromea con su historia, la que el 3 de octubre de 2015 lo convirtió en el primer prelado que hacía pública, no sólo su homosexualidad, sino también el desprecio que la Iglesia Católica practica con los de su condición sexual. No era un sacerdote cualquiera pues hasta ese día ejercía como miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la antigua Inquisición, el órgano que resuelve casos sobre lo que puede o no puede hacer un católico y lo convierte en ley. En su libro, La primera piedra. Mi rebelión contra la hipocresía de la Iglesia (Ediciones B), cuenta el proceso que le llevó a desvincularse de una institución en la que creyó desde su infancia y de la que formó parte hasta que conoció al detalle su andamiaje y decidió no contribuir a sostenerlo ni un día más.

Charamsa, hoy suspendido como sacerdote, le quita importancia a su historia, que dice es la de cualquiera que vive una discriminación, pero reconoce lo jugoso del contexto. “El Vaticano tiene influjo y poder en todo el mundo”. No le gusta que se trate su caso personal como un escándalo: “El escándalo es que haya una parte de la Iglesia, contra la que arremeto, que debería luchar por los derechos humanos pero hace lo contrario”.

Este hombre de 44 años es teólogo de formación, profesor universitario y, desde hace poco, adicto al cine, “ese arte que la Iglesia desprecia”. Habla con jovialidad, mira a los ojos directa y penetrantemente y admite la confrontación sin molestarse. Ríe a carcajadas, sin tapujos, y baja la voz muchísimo, hasta el susurro cuando se le pide un juicio sobre una persona concreta. Habla en español, lengua que tiñe con un fuerte acento italiano aunque él es polaco. “De mi país me llegan cada día amenazas que me recomiendan no volver. Algunos políticos dijeron que mi pareja y yo éramos sucios y deformes patológicos por besarnos en público”. ¿Y qué dicen en el Vaticano? “Allí me quieren muerto”.

Dice en su libro que el 50% del clero es gay. ¿En qué se basa?

En mi experiencia, pero también en algunos estudios que incluso hablan de un 60%. Pero el número es lo de menos, lo importante es por qué la Iglesia se niega a reconocerlos y a admitirlos y por qué el Vaticano es la institución internacional que más lucha contra los derechos de los homosexuales.

¿Y por qué lo hace?

Hay algunos textos en el Nuevo y el Viejo Testamento en los que parece que se habla de homosexualidad, pero los autores bíblicos no tenían ni idea de lo que era eso. Si apenas hace 50 años que se aborda la cuestión en serio, ¿qué iban a saber ellos? Y ese es el problema, que la Iglesia sigue usando esos escritos para explicar y guiar a una Humanidad que ha crecido, que ha cambiado.

¿Por qué ese empeño?

Porque es más cómodo, así mantienen su poder y porque a la gente ignorante se la domina mejor. La Iglesia Católica critica al Estado Islámico, pero es igual de fundamentalista. Los acusan de crímenes horribles, que son ciertos, pero ellos cometen otros más sutiles, unos que dañan psicológicamente a las personas, que las anulan y las confunden, produciéndole un gran daño moral y personal.

Ponga un ejemplo.

En África siguen fomentando que se hagan pruebas anales a los detenidos para comprobar si son homosexuales. Pruebas que la ONU ha calificado de tortura, pero que la Iglesia sigue amparando.

Asegura que en lo único que se ponen de acuerdo el Vaticano y un ayatolá es en la condena a los gay.

Es así. Recuerdo también que un día Ratzinger se reunió con un rabino francés y presumió de antisemitismo. Y para reforzar los lazos con su interlocutor, hizo referencia a que ambas religiones están en contra del matrimonio entre homosexuales.

¿Qué deberían hacer para ponerse al día?

Reformar y revisar todos sus textos y sus doctrinas. Tardamos casi 300 años en aceptar que la Tierra gira alrededor del Sol. Sólo espero que no tardemos lo mismo en darnos cuenta de que la homosexualidad no es una enfermedad ni una cuestión demoníaca.

En libro de Charamsa hay humor. Habla de que el Vaticano es un gran baile de “reinonas” y aporta la frase de un amigo que dice que la Iglesia es “la única asociación gay con dos mil años de historia”. No cree que la jerarquía ni muchos de sus fieles compartan su ironía, a la que recurre, confiesa, “para no llorar”.

Hábleme de los abusos a menores.

Es algo imperdonable, otro de los daños que ha hecho la Iglesia a sus fieles, a quienes se supone debe confortar.

Pero usted muestra cierto aprecio por Ratzinger, un Papa distanciado de la realidad que tapó esos delitos.

Es cierto. Se aisló y separó la vida de la religión, lo que le pasaba a la gente de las cuestiones de la fe y creyó que así se solucionaba el problema.

¿Se siente culpable por haber formado parte de todo eso?

Me hubiera sentido culpable si me hubiera quedado sirviendo a ese sistema.

Pero estuvo en ese sistema, firmó dictámenes como el del esperma y en su libro habla de que cuando un familiar le confesó que había sido víctima de abusos, no supo reaccionar.

Es cierto. Yo serví mientras estuve convencido de la verdad de la Iglesia, porque lo estuve. Para mí era una autoridad moral incontestable y la obedecí hasta que me di cuenta de que algo no encajaba. Fue un proceso de aprendizaje y maduración que me llevó tiempo.

Aún así, se muestra más comprensivo con él que con el Papa Francisco, que ha puesto nombre a los gay, ha hablado de los divorciados y ha pedido que haya más mujeres trabajando en el Vaticano.

Porque de Ratzinger no esperaba nada, es muy homófobo, y con Francisco tuve una gran desilusión. En su primer texto importante dijo que los cristianos debemos conocer el mundo antes de juzgarlo. Eso me dio esperanza, pero renunció rápidamente para volver al adoctrinamiento y a la dialéctica antigua. Rompió un tabú al hablar de esas cuestiones, pero dejó la acción en manos de los ideólogos pervertidos de siempre. Con las mujeres lo que pide es normal, pero se le acepta como extraordinario. Y me da rabia porque parece que con sólo nombrarlos solucione los problemas. ¡Y no hace nada!

¿Ha sido cobarde?

No me atrevo a juzgarlo así, pero cuando un gobernante toma el mando, forma su propio equipo y él se quedó con el que había. Eso fue una mala señal. Lo que sí creo es que con el asunto de los gay tomó una decisión política: vio que le iba a producir mucho desgaste y decidió sacrificarlo. Hablar abiertamente está bien, ayuda a cambiar mentalidades, pero no el Papa es también un gobernante y hay que exigirle más que eso.

¿Qué opina cuando lee que sus discursos auguran una apertura en la Iglesia?

Que es mentira. Que ojalá su discurso fuera en consonancia con los actos de la Iglesia, estaría evangelizando, que es su tarea. Pero aprueba y consiente cosas intolerables. Por ejemplo, que los gay no pueden ser sacerdotes porque no pueden ser estables, ni tienen madurez emocional. ¡Y dice ampararse en la ciencia!

¿Es un Papa populista?

Francisco es un populista, sí. Se queda en las palabras bonitas. Dice algunas cada tres meses, cosa que enfada mucho a la curia, pero no importa porque luego hacen lo que siempre han hecho: mantener a toda costa su sistema machista y patriarcal.

En La primera piedra, Charamsa explica que la lucha de los gay está ligada a la de las mujeres, de quienes ha aprendido mucho cuando dejó de verlas como los seres inferiores que describe la Iglesia, a la que se refiere como una “dictadura heteronormativa.”

Mientras que para un hombre heterosexual encontrar una pareja disponible ara el placer puede ser difícil porque las mujeres, en general, son poco propensas a este tipo de relaciones, para los gais esto es más sencillo”. Esta nota al pie de página en su libro resulta, empleando sus términos, muy heteronormativa.

Mmmm. Déjeme ver. No lo había pensado. Hace referencia a un estudio sobre prostitución, pero es cierto que refleja un cliché. Sí, es un planteamiento heteronormativo, porque generaliza y porque en realidad, ese comportamiento quizás lo hayan provocado unas estrictas normas sociales, en las que la Iglesia ha tenido mucho que ver, normas que no han sido escogidas libremente por las mujeres.

Es poco habitual oír a un sacerdote con tribuna hablar de machismo o de derechos de la mujer. ¿Usted está a favor de ordenar sacerdotisas?

Por supuesto y me avergüenza que aún no ocurra. Yo mismo pensé durante muchos años que no era posible, que no tenían derecho. Hasta que me di cuenta de que los argumentos de la Iglesia son culturales o sociológicos, pero no doctrinales, ese cuerpo de leyes a las que se abraza el Vaticano para todo lo demás.

Qué desapego por la realidad.

Absoluto. Y en este caso, es tal que Juan Pablo II llegó a redactar una Carta Apostólica, la Ordinatio Sacerdotalis, en la que no sólo les prohíbe ordenarse sino que prohíbe a los teólogos seguir discutiendo e indagando en el tema. Eso supone retrasar décadas cualquier avance.

¿Cómo viven esto las monjas lesbianas? ¿Conoce su situación?

Sí, es más dura que la de los curas. Lo suyo ni siquiera es una doble discriminación, sino un doble silencio. Además, su sumisión es fortísima y algunas creen que su sufrimiento es normal. Muchas lo hacen desde la ignorancia, porque a la Iglesia no le interesa que sus monjas sean ciudadanas formadas y conscientes.

A usted le habrá tocado más de una vez poner freno a las díscolas.

Sí, en mis últimos años hubo una lucha contra la Conferencia de Liderazgo de las Mujeres Religiosas en Estados Unidos, un grupo de monjas progresistas. Son de las que no quieren dedicarse a limpiar el suelo de los sacerdotes, sino atender a la gente, hablar sobre feminismo y actuar. La Congregación enseguida puso en marcha un plan para destruirlas publicando sus errores doctrinales, que son la razón oficial por la que las atacamos, aunque en realidad no había motivos para hacerlo. El único motivo era la misoginia del Vaticano, que odia a las mujeres más aún que a los gay.

Y a todo esto, ¿qué dicen las teólogas del Vaticano?

¡Nada! Estas teólogas se comportan en ocasiones con más dureza que los hombres. No quieren ni oír hablar de cuestiones de género. Hay una palabra que me viene a la mente: vegetar. Están contentas de que todo siga igual. Soy duro con ellas porque, al contrario que algunas monjas, pueden elegir y al no hacerlo, se ponen del lado del opresor.

Krzysztof Charamsa vive en Badalona con Eduard, su pareja. Asegura que el día que lo conoció descubrió su humanidad y otra dimensión de su fe. Le fascina Barcelona, ciudad a la que pone como ejemplo de lugar abierto y donde descubrió un paraíso para los homosexuales. También desde Cataluña tuvo su primer encontronazo político, nada menos que con el cardenal Antonio Cañizares.

Cañizares le enmendó la plana cuando usted defendió en Catalunya Ràdio el derecho a la autodeterminación. ¿Pidió su cabeza?

Sí, y que rectificara, algo que me pidieron también desde el Vaticano. Cañizares decía que no sabía de lo que hablaba, pero sí lo sabía porque mi defensa ni siquiera era política, sino teológica.

Explíquese.

Una de las doctrinas de la Iglesia Católica es el derecho a la autodeterminación de los pueblos que tienen una historia, una cultura y una lengua propias. Es el caso de Cataluña y la Iglesia no lo está respetando.

¿A usted le parece bien que la Iglesia interfiera en los asuntos políticos?

No. Creo que la Iglesia mezcla la sociedad, los derechos humanos y el Estado con la religión y que usa cuestiones nacionales en su beneficio. España es un ejemplo, han sacralizado su unidad y el mismo Cañizares se comporta como un político. ¡Como un político fascista! Conozco muchos curas catalanes que quieren votar independencia pero temen expresarse públicamente, mientras que desde el otro lado sí muestran su opinión e intentan imponerla.

Tras su salida del armario, se le vio acabar una conferencia en Arenys de Munt diciendo: “Viva la república catalana”. ¿Es usted independentista?

Eso no es importante, ni siquiera soy catalán. Mi defensa es teológica.

¿Tiene algún compromiso o está ligado a algún partido político?

Nooooo. [Ríe y se sonroja.] Ahora escribo y doy conferencias. ¡Tengo mucho trabajo!

¿No estará ya comprometido a alguna formación política y no quiere contármelo?

Estoy abierto a las sorpresas… [Ríe de nuevo] En serio, lo que no descarto es unirme al bien común, a alguna causa justa en la que pueda ayudar.

¿Qué piensa el clero católico de la democracia?

Que no va con ellos, que los políticos duran cuatro años pero ellos siempre están ahí. Creen que su poder siempre triunfa y se comportan como dominadores, no como siervos, algo que es contrario a los preceptos del Concilio Vaticano II y al propio Papa Francisco. Saben que ya no lo controlan todo, que la gente está harta de abusos, pero sueñan con volver al pasado y dominar el mundo.

Describe usted la decadencia.

¡Es que es una institución decadente! Pero a mi me alegra, porque veo una frontera, ya sólo podemos mejorar.

Habla en plural.

Sigo siendo cristiano, la Católica es mi Iglesia y mi familia. Denuncio a la casta, la parte que actúa mal, pero sigo creyendo, sigo siendo teólogo, me siento sacerdote.

Oyéndole estoy segura de que si se lo pidieran, usted volvería.

Sin duda, pero para cambiar las cosas que denuncio en el libro. Y por supuesto, con mi pareja, algo que no van a permitirme.

¿En qué condiciones levantaría el Vaticano su suspensión?

Arrepintiéndome, negando lo que he dicho hasta ahora y pasando por una terapia para hacerme heterosexual.

Y eso no lo contempla, claro.

Para nada. Quiero que la historia que cuento en el libro sea ejemplo y ánimo para otros, creyentes o no, que están en esa situación. Y además, ¡no soy masoquista!